febrero 12, 2010

El árbol de la amistad

Paisaje Otoñal. Vicent Van Gohg


En estos días he pensado la amistad como un árbol.

Primero está la semilla. Esa que inicia nuestra vida, nuestra familia. Nuestros padres, hermanos, tíos, abuelos…que son parte de nuestro origen. Ningún vendaval puedo llevarse esa semilla, ni borrar ese origen. Ni las peleas, ni los distanciamientos pueden disolver ese ADN, ese origen de nuestro árbol.

Luego vienen las raíces. Esos familiares y amigos que el tiempo convierte en parte esencial de nuestra vida. La abuela que nos cría, la madre que desvela por nosotros, el padre que siempre está presente, los hermanos que acompañan, el o la amiga que permanece a pesar de todos los pesares. Nos pueden fallar en algún momento, les podemos fallar a ellos también, pero siguen sosteniéndonos.

Entonces, el tronco. Crece despacio. Son los amigos, siempre pocos en número, que llegan durante todo el transcurso de la vida, personas que dan y a las que das. Las pruebas llegan, los malos entendidos, algún desacuerdo, la distancia (que puede existir y no importar), algo que perdonar o perdonarse. Permanecen ahí.

Más adelante, las ramas. Unas, fuertes, pueden resentirse en los otoños o los inviernos, pero resurgen porque se entienden y entienden la humanidad que los teje y te teje. Son aquellos a los que a pesar de las dificultades y las lejanías, o hasta los chismes, reconocen el valor del lazo que los une a tu árbol. Otras, más débiles, se desprenden del árbol al primer ventarrón. Aunque muchas de ellas las pensaste fuertes, a la primera prueba se arrancan de tu tronco dejándote una cicatriz, que casi siempre se traduce en alguna lección que aprender. Y cuando no es así, esa cicatriz nos recuerda los buenos momentos que esa rama regalo a nuestro árbol.

Por último, las hojas. Están con nosotros por temporadas. Nos regalan el verde de sus palabras, muchas o pocas. Nos dejan algo especial antes de marcharse, de perderlas en alguna ola invisible del viento. Unas, pocas, por alguna razón caen al pie de nuestro tronco y se convierten en abono para nuestras raíces. Entonces, esas poquísimas que pensamos serían amigos pasajeros se convierten en sabia, en parte de la raíz que nos mantiene de pie.

Gracias a los que son la raíz, el tronco, las ramas, y las hojas de mi vida. Gracias a las ramas secas que se fueron y las hojas pasajeras. Gracias a las hojas que, aunque lo creí imposible, ahora forman parte de mi raíz.

Gracias a aquellos de los que soy raíz, tronco, rama y hoja. Gracias a aquellos de los que fui alguna vez una rama que arrancó el viento o una hoja pasajera que dejó algún destello en su camino. Y gracias, infinitas, a aquellos que me han permitido formar parte de sus raíces.

¿Cómo ser árbol sin los demás? Imposible. Nuestros frutos dependen de ellos.

3 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Perfecto el árbol como ejemplo.
Da para todo.

Besos.

Cristino Alberto Gómez Luciano dijo...

Muy bella manera de entender la amistad.
Muchas felicidades hoy, así como todos los días.

Argénida Romero dijo...

Toro Salvaje: Un símil muy plástico.

Cristino: Gracias. Bueno conocer tu blog.