julio 29, 2012

Matar al padre

Padre mío
que caminas en las sombras
colocando cenizas bajo mis pies
huye de mí
corre a esconderte de tu nombre
de tu herencia de jaulas vacías
huye, padre mío,
que no te alcance el desierto que me dejaste de cobija
destierrate la ausencia
cierra los ojos por tu cuenta, a tu modo,
dame la espalda
huye
llévate las tristísimas flores
las tristísimas muñecas
el tristísimo aliento que me soplas en el cuello

sálvate de la sentencia, padre mío.

Tu niña ha muerto.

julio 19, 2012

Manual para asesinar narcisos


Ayer me toco la tarea de estar presente en la voz de la escritora Farah Hallal con este texto, que habla sobre  lo que como lectora atrape de un poemario, el poemario "Manual para matar narcisos", de Rossalina Benjamín, texto que ganó el Premio Joven de Poesía de la Feria Internacional del Libro del 2011.

Recuerdo la primera vez que escuche leer a Rossalina, hace dos años en la Feria del Libro. Me gustó. Desde hace dos años he coincidido con ella en un espacio "Y también soy palabra", que algunas escritoras hemos construido para dar y recibir desde la literatura.

Anoche hubo un conversatorio sobre el poemario de Rossalina. Esto fue lo que mi voz desde la distancia expreso sobre una lectura que recomiendo.

Manual para asesinar narcisos o el juego de morderse la cola

Argénida Romero

Buenas noches, es lo primero. Espero que él o la que lea estas pocas líneas sobre el poemario “Manual para asesinar narcisos”, de Rossalina Benjamín, que leí y releí con un gusto desosegado, sepa transmitir de alguna manera que quisiera estar yo en su lugar.

Luego de este saludo, cortante lo sé, también espero que los presentes en este conversatorio hayan pasado por el grato momento de desosegarse con los poemas de Rossalina, y de no ser así, pues quizás algo de lo que diga les invite irremediablemente a hacerse cómplice del cadáver de cada narciso que Rossalina nos deja para resucitarlo, si queremos.

A mitad del libro, cuando leía el poema “Anónima y salvaje” y levante los ojos por primera vez desde que abrí el poemario, recordé una frase leída en un artículo de la premio nobel Herta Müller: “Quién sabe: lo que escribo lo tengo que comer, lo que no escribo me devora a mí. No desaparece porque lo coma. Y no desaparezco porque me devore”.

Porque el poemario de Rossalina es como eso, un viaje tras nuestra propia cola para comerla, en un juego en que al final terminamos comiéndonos para convertirnos en… una pregunta o una posible respuesta ante la imagen de las sobras que nos desasosiegan y que empieza por ser el ojo que nos arropa, que nos pone en la mira, y que Rossalina nos invita a mirar también. “No puedo dormir,/porque hay un ojo aterrador que me vigila,/buscando desnudarme a mí misma”.

Entonces, al pie del descubrimiento de este “ojo infinito”, Rossalina nos advierte sobre las instrucciones para matar nuestros narcisos, o que es lo mismo, para cuestionar la imagen que nos vuelve moles de un oro que no tiene cotización en ningún mercado.

A partir de ahí, entre los versos y los pies de nota en que una prosa, no falta de música de suspenso, nos quedamos  sin otra salida que de armarnos y nos desarmarnos o, como pensando en Müller: de comernos y descomernos.

Y la voz de Rossalina parece zarandear todo para que comamos: “Comienzo a atravesar la vida con las manos vacías/sin saber qué esperar, pero hambrienta de todo:/¡Vengo a comerme el mundo!”, para luego hacer ver que, posiblemente, los comidos fuimos nosotros: “Y será esa misma sed la que me ha de encadenar/a este espacio abierto de la jaula,/que ya los insectos empiezan a nombrar/con el olor inconfundible de mis huesos”.

Ahí estamos, donde hemos estado siempre, en el circulo de la cola que seguimos y nos sigue, en un plantado desasosiego con las armas a tomar y que Rossalina sabe estructurar en un viaje donde lo humano no solo tiene sus palabras de mujer, sino un eco que apela a los abismos de todos y todas, y que suele ser patente en los cierres de muchos de sus poemas. “Tú, que desde el principio de los tiempos,/te has venido disfrazando de tu otro yo, cada vez más extraño,/más parecido a ti mismo,/tanto que a veces te confundes,/pero no te importa:/serás sin duda El Elegido”.

Y en este punto les puedo decir que es esto lo que más me gusta del “Manual para asesinar narcisos”. No te deja impasible, no te deja tranquilo, no te deja inmune. Te deja frente a la imagen de mole de oro, al reflejo de tu Narciso. Lo mejor de eso es que lo hace desde las palabras simples que se vuelven un mortero personal al ser encadenadas. Y no hay mayor fuerza que esa cuando se escribe, y como lectora agradezco: matar la grandilocuencia del cliché y armar las palabras cotidianas de un sentido terrenalmente sublime, lo que te hace perdonar encontrarte con la frase de una canción de Enrique Bunbury, si es que nunca has escuchado una canción  Enrique Bunbury.

Rossalina Benjamín
Y cuando se lee el poema “El jardín abandonado” sabes ya que no es solo el discurso de Rossalina sobre Rossalina ante la ciudad, o la muerte, o el sentido, o el amor, o todo lo contrario a la ciudad, a la muerte, al sentido y al amor, sino que ya eres cómplice de su invitación. Un banquete servido para tu cola que ya no puedes dejar a un lado hasta el final.

“Permanece aquí el olvido de los hombres.../Y, usted, que ha saltado al otro lado del disfraz,/desvinculado,/re-escriba este poema, regréselo al silencio”.

Y aquí vuelves a tu cola, al juego de comerte y dejarte comer, y con el arma en la mano preguntarnos si somos capaces de asesinar nuestros narcisos o de resucitarlos al releer el poemario de Rossalina, con ese gusto por el desasosiego que nos rescata lo humano.