septiembre 01, 2006

Indignada

Viví los últimos dos gobiernos del “Doctor” desde la absorta mirada de mi adolescencia. De esa época recuerdo tres cosas: que la Constitución se llamaba “pedazo de papel”, que la corrupción se exorcizaba en las puertas de un despacho y el rastro olvidado de un profesor.

De los 12 años del “Doctor” conozco las líneas que he ensartado desde la memoria de las lucierganas que sobrevivieron al oprobio; líneas parias, escritas a golpes de sangre y esperanza; líneas poscristas, que viven latentes en el suspiro de esta tierra.

Pensé que después de su muerte, el “Doctor” sería pesado en la justa medida del ominoso legado de sus sombras, de sus 22 años de sombras. Pero no. Sus herederos, camaleónicos herederos, le han creado un altar de flores marchitas, en el que le rinden homenaje.

Por eso no puedo evitar sentirme indignada. Indignada por la historia que se esconde. Indignada por los rostros que se pierden. Indignada por los nombres que se nos borran. Indignada por tantos olvidos.

Indignada ante el reeditado carnaval de nuestra memoria.