enero 26, 2007

Duarte


Soñó primero. Soñó con un suelo para la libertad y en un nombre para dibujar los contornos de la sangre que latía en cada centímetro de una tierra, su tierra. Dibujó un ideario de alas sin grilletes. Así lo soñó, dicen, frente al mar y bajo el cielo, y ante ellos entregó su esperanza.

Otros soñadores se le unieron y juntos empezaron a hacer realidades. De tres en tres, contagiaron a muchos. Unos, en un delirio sincero de su libertaria enfermedad, deshicieron grilletes. Otros, ocultos y rapaces, se confundieron tras mascaras para luego destrozar a golpes de ambición la recién nacida nación.

Y lloró. Desde dentro. Exiliado y repudiado. ¡Cruel primer aniversario! Declarado traidor, huérfano de su recién logrado sueño. Rodó la sangre de los delirantes, pecho en alto y ruedos amarrados, como un regalo oprobioso a la Patria.

Lejos siguió construyendo. Su sueño, que se convirtió en el de muchos, había sido mancillado, pero no destruido. Entregó hasta el último aliento de sus pasos, sin esperar más nada que ver aquella soñada Patria, hija de su azul promesa, plenamente herida de golondrinas y cantos.

Y en la tierra de otro hacedor de libertades, se agotaron sus pasos y se apagaron sus ojos. Olvidado, tristemente grande, nuestro soñador, nuestro Juan Pablo Duarte, extraño la Patria, aquella parida por sus manos, y la de muchos otros, la digna Patria de sus sueños. La digna Patria de nuestras realidades.

enero 12, 2007

Utopías

A Amaury Germán Aristy, Virgilio Perdomo, Bienvenido Leal y Ulises Gerón.
Hace tiempo crecían por todas partes. Se podían encontrar fácilmente, coloridas y alegres, entre las líneas inconclusas de las manos que cultivaban la luz en la tierra, en la transpiraración del horizonte y en el permanente murmullo los sueños colgados en el pecho.

Eran tan inmensas que cubrían el oprobio de esperanza. Tan intensas que, a pesar de sus crucifixiones diarias, resucitaban a cada paso, redimiendo la razón del presente y el deseo del futuro.

Hoy son parte del recuerdo, envejecieron aniquiladas por las burlas de los inquisidores de la fe del tener y no ser. Pero si observamos con atención el paisaje, podremos distinguir el color alegre de muchas que, a pesar de todo, ha logrado sobrevivir.

enero 02, 2007

Puentes

Los puentes son necesarios. Siempre unen dos mitades, dos partes alejadas. Es el hilo por donde corren la diferencias para hacerse diferencias asimiladas…y en algunos casos igualdades concertadas.

Los hay tan cortos, que a menos de veinte pasos viajamos de una dimensión a otra. Los hay tan extensos, que se nos pasa una breve eternidad en descubrir el aire que se respira del otro lado.

Unos unen países, ciudades, campos y aldeas; otros, soledades, alegrías, lágrimas y caricias. Los primeros, los inauguran las aspiraciones de desarrollo. Los segundos, la necesidad de dejar de ser islas y convertirnos en continentes.

Los que unen países, ciudades, campos y aldeas, corroídos por el tiempo, necesitan reparaciones para no caer, para seguir funcionando. Los que unen soledades, alegrías, lágrimas y caricias, corroídos por el tiempo, necesitan el calor de una mirada, para que sigan fluyendo los sueños.

Pero los puentes no son eternos. Muchos perecen, deben hacerlo, para dar paso a otros. Los que unen países, ciudades, campos y aldeas se renuevan para dar paso a los más modernos, más eficaces, más adecuados.

Los que unen soledades, alegrías, lágrimas y caricias se renuevan a cada paso, cuando las palabras se convierten en palomas. Pero cuando desaparecen, a diferencia de los que unen países, ciudades, campos y aldeas, cuyas memorias mueren con ellos, nos dejan una cicatriz donde siempre nace un arco iris.