octubre 06, 2006

Un amanecer


Seis y media de la mañana. Caminaba hacía mi trabajo, algo absorta en mis pensamientos, como siempre. Contaba mis pasos y mantenía un intenso monólogo con mi interior.

De vez en cuando la caricia leve, pero certera, de los árboles y el susurro de las calles, casi desiertas, me distraían de los perennes e inquietos colores que juguetean en mi alma.

Me sentía muy pesada. Traía cargado ese cúmulo de “no se que” y “de que se yo”, lastres de los días que me pasan, a veces muy deprisa, envueltos en la rapidez y los pendientes.

Levemente desamparados estaban mis ojos, viendo sin ver, cuando en un mágico pellizco del susurro posado en mis cabellos, fui rescatada. Quietos mis colores y silenciado mi monólogo, pude asirme al intenso destello de un día que nacía.

Entonces, intensamente plena, tome prestado el horizonte y continué.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La mañana se desliza rauda y veloz por tu frente. Te acaricia las pecas, sin permiso. Te mira, te toca y te vuelva tocar.

Con la inocencia a plena mañana enfrentas el día… Y a las flores y a los ladrones. Hasta que llegas todo va bien, hasta que entiendas toda tú. Todo eso te pasa en un minuto, como le pasó a Amanda.