enero 14, 2024

14 de enero

Abro la ventana corrediza que queda junto a mi escritorio. Me detengo un instante en el recorte del paisaje que cabe en esa abertura. 

Cielo muy azul, cruzado por las varas de metal de mi ventana, por la escalera de emergencia. Ninguna nube. 

Ahora me decido que escribir. 

"Abro la ventana corrediza que queda junto a mi escritorio..."

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Leo "Historias de cronopios y de famas", de Julio Cortázar. Es mi primer libro del año. 

Me detengo en ciertos anacronismo, que no lo eran cuando Cortázar escribió lo que está en ese libro.

"Instrucciones para dar cuerda a un reloj". Ya nadie da cuerda a relojes. Creo que ya no hacen relojes a los que tengas que dar cuerda para que funcionen. Muchos adultos jóvenes nunca han vistos, ni verán, un reloj de cuerda. No saben materialmente que es un reloj de cuerda. Si leen esas instrucciones quizás googleen qué es un reloj de cuerda, como se puede googlear qué era una crinolina. 

Pero posiblemente nunca tengan que dar cuerda a un reloj, así como nunca sabré qué era usar una crinolina.

Una instrucción en desuso.

Quizás sea interesante escribir "Instrucciones para ver la hora en el móvil", aunque de entrada no suena muy poético.

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Tres meses sin trabajo formal.

Se me acumulan las ideas.

Emocionada con mi primer pago por algo que hice siendo absolutamente una trabajadora por mi cuenta. 

Tengo que hacer una cotización sobre algo que he hecho durante 18 años, pero que nunca he hecho fuera de un trabajo formal. No sé cuánto cobrar por ello. El sentido de la zozobra.

Debería escribir las instrucciones para ser una freelancer. 

¿Qué significa freelancer en español? Google Translate me da de alternativa un frase: "persona de libre dedicación".

Me quedo con dedicación.

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Tengo que escribir. 

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Me habla y sonríe. Repite con insistencia sus cálculos, los beneficios de sus inversiones, sus expectativas alrededor de lo que puede ganar, de lo bien que lo ha hecho.

Dice con precisión los nombres de las regiones que ha visitado, dónde queda el pueblo al que fue detrás de una reliquia. De cómo se sorprendió al encontrar a un anciano, que asume ya murió, dentro de una casa llena de esas reliquias y que le dijo que podía llevarse lo que quisiera y pudiera pagar. Se lamenta, más de 40 años después, no haber tenido lo suficiente para pagar por todo lo que quería llevarse.

Habla de los riesgos que corrió para comprar algunas de las reliquias que luego revendía, muchas de ellas restauradas por él mismo. 

Sigue teniendo una abundante cabellera, y sigue usando aquel bigote que recuerdo, ahora menos copioso. Se los tiñe. 

Ahora parece ser de mi estatura. Antes, en la época que lo dejé de ver con frecuencia y tenía nueve años, lo veía como un gigante. Crecí claro, pero tengo la sensación de que su cuerpo ha perdido ese impetu de gigante.

Se admira del hombre que me acompaña, de las cosas que he logrado junto a él, del lugar en el que vivo. Me dice que debo escribir un libro de esos largos, que cuentan historias, que dan fama a los escritores. Me dice que me inspire en mi país, en el que vivo, en la Historia, en mi historia.

Lo miro, lo escucho, y sé que estoy ante el resucitado de un poema que escribí, que publiqué. 

"... huye de mí/corre a esconderte de tu nombre/de tu herencia de jaulas vacías".

Ahora sé, también, que no sólo no ha huido, sino que llenó las jaulas de espejos.

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El día 9 quite el arbolito de Navidad de la sala. Es un charamico que compré hace dos años, pintado de blanco. 

Según el Diccionario de Americanismos, los charamicos son "adornos navideños hechos con ramas secas finas, redondeadas, o con maderas cortadas finamente".

El que tengo es mi segundo charamico, más grande que el primero. Sé que con el tiempo, este también perderá, como pasó con el primero, varias de sus ramitas. Se van quebrando mientras colocas o quitas la decoración, es inevitable. 

Son ecológicos, se podrá de decir, pero pocos prácticos a la hora de guardarlos. No los puedes doblar, ni meter sus partes en una caja para luego volver a armarlo la próxima Navidad. Así que el charamico está ahora en medio de la habitación donde todo se guarda, como un anacrónico elemento que me dificulta a veces acomodar la tabla de planchar en su lugar o buscar alguna herramienta.

No hay instrucciones para él, fuera de lograr ignorarlo hasta la próxima Navidad.

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