noviembre 08, 2023

8 de noviembre

He rebajado. El cabello dejó de caerse. Camino. Más horas para dormir. Leo más. Estoy estudiando por cuenta propia y por cuenta ajena. He visto treinta y ocho atardeceres. Paso los domingos con mi abuela. Converso todas las noches con mi hijo, antes de que se vaya a dormir. Paseo la mirada sobre los lomos de los libros no leídos. Me encuentro con amigas. Recibo consejos. Agradezco apoyos. Lo amo a él. Peleo con él. Olvido el motivo de mis pleitos. Recupero espacio. Organizo mis medidas en el tiempo. 

***

Pesco la incertidumbre. Me da miedo el tiempo sin medida. Me enfrento a mis ideas. ¿Seré suficiente? ¿Podré? Mi hijo en su pantalla. Mi hijo en su piano. Mi hijo preguntando cuándo irá a jugar donde sus primos. Mi hijo pidiendo que le lleve donde sus amigos. El perro se acurruca en mi regazo. Él trabaja. Contabilizó. Me restrinjo. ¿Valdrá la pena? Contemplo la posibilidad del fracaso. Pongo piedras en el bolsillo de mis sueños.

***

Mi abuela habla con mi madre a través de mi móvil. 

Mi abuela sonríe al ver el rostro de mi madre, su hija, hablarle a través de la pantalla. 

Mi abuela acerca la pantalla a su boca. Besa la pantalla. Retira el móvil de su rostro y sonríe.

***

- ¡Ay, sí, mi hija! Estoy agradecida de que ellas están pendientes de mí. Me ayudaron mucho. Cuando tenía la fritura ellas me ayudaban.

Mezcla el tiempo. Mezcla los rostros. Mezcla el cariño. Mira a sus hijas en sus nietas. Mira el mundo desde el movimiento de sus raíces. 

Se desvanece agradecida.

***

Esperar un autobús en soledad.

Los pies sobre la equis roja de la acera llena de arbustos. Me siento en el banco improvisado, hecho con un tronco sobre dos piedras, por alguien que con justa razón se dio cuenta que pasaba el suficiente tiempo esperando para cansarse de esperar.

Mi cansancio se entretiene. Veo el sol ocultándose entre las nubes. Me asusta el pitazo de una motocicleta en vía contraria, tan pegado a la acera  y tan veloz como puede en el reto de ir contra la corriente de los demás, que van igual de veloces, pero amparados en la dirección correcta, a algún lugar, a otro lugar. 

Una señora llega, pero su intención no es esperar, sino cruzar la amplia avenida, evitando la velocidad de los otros. Logra identificar un hueco que no pudo ser alcanzado por la velocidad de nadie, y camina con rapidez, casi corre. La barranda es su primer límite, pero los transeúntes habituales ya han solucionado la forma de saltar el límite: una piedra convertida en escalón. Sube en ella, se impulsa, alzando una de sus piernas. Luego, la otra. Queda allí, en el medio, en una isleta improvisada que según alguien me dijo se planeo que fuera el espacio para otra cosa que al final no se construyó (improvisación de las obras públicas para adelantar inauguraciones). 

Ahora la señora se enfrenta a otro obstáculo: un pequeño muro de concreto de reciente construcción, que desde hace meses ha crecido a lo largo de la avenida para evitar que aquellos veloces que van a algún lugar usen la improvisada isleta de atajo. Es fácil de saltar, lo he hecho. El obstáculo real está después de poner los dos pies sobre el asfalto de esa segunda mitad de la avenida y darte cuenta que es demasiado fina la línea que te separa del apuro de los que van al volante y de tu necesidad de cruzar.

Es una apuesta.

Otro hueco. Corre.

Llega del otro lado como lo que es, una triunfadora.

El bus al fin se acerca a la parada.

***

Comprobé que el correo postal aún funciona. 

A medida de seis meses y doce días de retraso para que el libro de un amigo llegue a mis manos.

2 comentarios:

Víctor Manuel Ramos dijo...

Son interesantes estas crónicas de tus días que has venido compartiendo. Parece que hay muchas esperas en estas, y lo que se descubre mientras algo llega o no llega, que puede ser más interesante que ello.

Argénida Romero dijo...

Esperar, es parte esencial de la vida. Y hacer mientras se espera es la parte que la llena, aunque al final no llegue lo que se espera.