Un banco, un parque, cervezas.
- El promedio de vida es ochenta años. Ya hemos vivido la mitad la vida.
Me lo arroja así. Hemos vivido la mitad vida.
- Estamos más cerca del final.
Respondo.
Y seguimos tomando cerveza, y hablando de pasados y de presentes. De algunas constantes crisis, de cómo seguir afrontándolas, de sentirnos perdedores, triunfantes perdedores, resignados ante lo irremediable.
Le cuento cosas pasadas que le son novedosas. También me actualiza sobre novedades, para mí, de su pasado.
Hablamos de máquinas de tiempo inexistentes.
Nos reímos también.
***
Veo la escena final de Kill Bill.
Habrán otras películas, otras obras, en que una mujer se venga. Seguro que habrá otras, pero no recuerdo ahora ninguna. Recuerdo las historias de venganza de hombres.
Veo la escena final de Kill Bill.
La mujer que se venga después de la destrucción de su escape, en las manos de quienes estuvieron a su lado, de manos de alguien que amó.
Mujeres lloran, se guardan sentimientos, perdonan, comprenden, justifican, se sacrifican. Hay algo reconfortante en la mujer que vuela cabezas, que baila con la sangre, que no busca compresión, que no quiere explicar nada que no sea vengar sus años en coma, la ausencia de una hija, un tiro en la cabeza.
Sí, quiere escuchar confesiones antes del tajo y el golpe. Pregunta "por qué", pero la respuesta, las respuestas, no detendrán su espada.
Al final, rompe un corazón. No hay heridas a la vista, y la sangre es poca. Se seca una lágrima, se va con su hija.
Es bueno ver a una mujer vengarse. Ver a una mujer volar cabezas, bailar con la sangre, no buscar compresión, no querer explicar nada, romper un corazón, secarse las lágrimas y que se vaya con lo que fue a buscar.
1 comentario:
Adoro a las mujeres de Kill Bill.
Me dan igual que sean buenas o malas.
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