He descubierto un poeta y para mí eso significa respiro, vida, un amanecer, una tarde en una mecedora, comer chocolate, besar a mi hijo, amar al hombre que amo.
Por casualidad, y luego de robar una edición de uno de los pocos suplementos culturales que quedan en República Dominicana: Areito, lo descubrí. Antonio Fernández Spencer.
Tengo un buen rato buscando sus poemas en la red. Sólo he encontrado tres, entre ellos el que leí en Areito. Comparto el poema y si alguien de los que me lee sabe donde puede encontrar un poemario de él, por favor me dice.
El poema que leí en Areito me siembra los pies en el presente y me hace descubrir algo que he comentado antes: lo novedoso que quieren presentar algunos en poesía, no es novedoso nada.
Por lo demás, golpea como piedra en la cara. Hermosas imágenes que te derriten por dentro.
Así ha de cantarse hoy
Nada, cielo, hombre, no nos libertará nada:
la demencia, el fuego de la ciudad
riente y acogedora como una tumba.
Dante escribió el Infierno; pero tú y yo,
y tú, y tú, vivimos el infierno
como una gran ala de águila golpeada
por un día de nieve.
Entro en la taberna
(es como penetrar en mi casa o en un cementerio)
y bebo el vino, y la amargura del obrero bebo.
Esa muchacha dará su virginidad
por el paraíso oscuro y torpe de unas medias de seda.
La lucirá un día, y ¡zas!, como su virginidad,
se esfumará el encanto.
Es probable que la engañe un obrero que ha reunido
pobres céntimos de lágrimas
y que busca, inocente, un placer turbio
como un vino de tascas,
como un ron doloroso de las islas de América.
La veremos danzar borracha, despeinada,
proclamando que es feliz,
mientras una dura lágrima de tiempo le surcará el rostro.
No es verdad, en esta tierra nadie es feliz,
ni siquiera el tirano con sus vicios y sus leyes
de desolación y engaños.
En esta tierra no es alegre ni el águila ni el cordero,
ni el viento al recorrer el pecho de una mujer
o la sangre de las amapolas;
en esta tierra no es feliz el maizal,
ni los naranjos, ni el viento.
Ved que todo es polvo,
milenaria tierra de lágrimas labrantías.
Ved que hacia el polvo va el caballo que trota,
el canto de ese mozo rojizo como un roble,
las cerezas y mejillas de las muchachas.
Sin embargo, yo las prefiero desnudas a muertas.
La lividez salvaje cuando besan me llega a la raíz,
al origen más turbio de mis penas y de mi sentimentalidad;
yo las prefiero cuando las nombran codiciosas mis labios
a cuando huyen acosadas
Por el golpetear traqueteante de la nieve en sus carnes
apretadas de aromas y de jacintos.
En esta tierra ni el cielo ni la luz son felices,
ni la superstición ni el vicio,
ni la yerba humilde no los jardines recientes.
Por eso hay que jugarlo todo al dado roído de la muerte,
y perder ¡zas!, el alma como aquel par de medias
o la virginidad.
Contemplo al hombre en los muelles.
en los andamios y en los circos,
entreteniendo el barro inútil del hombre,
a la sensualidad perversa de la mujer del pueblo
(putrefacta semilla sin sentido).
Este es el mundo:
la mujer y el vino para embriagar la nada de los cuerpos
también te darán la esperanza de ser el paraíso,
y te quedarás, con hermosura sin igual,
en las brasas del infierno.
Bello es el infierno; al fin, esto tiene algún sentido:
es lo que merece tanta putrefacción y torpeza.
Pero tampoco en el infierno se es feliz ni en la muerte.
Este es el hombre:
ser como un tronco llevado por la corriente de los ríos,
sin paradero, al fin, como el pasar del viento entre la nada.
Este es el cuerpo: una fruta estrujada,
una hoja de calendario muerta, una moneda gastada
en alguna futileza, como ir a comprar una cinta amarilla.
o un canario enjaulado.
El infierno se parece al repetirse
de ese hecho y de ese pan,
siempre monótonos e iguales:
Allí habrá llamas y llamas, quemantes y monótonas
como la llegada del día y de la noche,
como la llegada del lechero o el relincho de los caballos,
como los cántaros de las muchachas junto a la fuente.
Recuerda, hombre, que eres polvo;
recuerda que te deshaces como la nieve
o como la gota brillante de rocío,
o como la vela que alumbra la soledad en la casa del pobre;
no obstante, yo diría: «Recuerda que eres sin felicidad».
Manhattan, Londres, Madrid, son grandes necrópolis,
alas de ilusión quemadas
en el candil de la verdad de la muerte;
en esas ciudades, como en todas,
nacer es danzar hacia la muerte.
Todo esto es verdad, como ni mano en el agua
o entre la polvorienta lana de una oveja.
Nadie cortará una hoja de felicidad en el árbol del mundo;
por eso tranquilo y confiado me bebo este vino,
y veo pasar ríos de mujeres, de autos, de habitaciones
hacia el eterno pozo del polvo.
Ya he compuesto, hermano hombre,
una canción dura y amarga como un vino de taberna;
es lo que hoy es necesario escribir,
porque nosotros somos realistas y humanos,
y sabemos que la belleza es una colilla de cigarro olvidada
en un rincón del mundo.
Di cosas, cuando cantas, tremebundas y amargas,
y tu canto será disputado en todas las tabernas de la tierra,
invadirán las altas y envilecidas habitaciones de los ricos,
quienes lo usarán mezclado con sus drogas.
Por eso yo he compuesto ese licor de taberna,
esa maldita canción;
porque quiero que mi canto sea arrastrado
sobre los vicios y la torpeza del hombre.
Después de todo, la poesía es hoy el testimonio,
la doliente crónica de lo que le pasa al hombre:
quizá por ello Dios esté preparando su borrón y cuenta nueva,
y por eso al cantar nos parecemos al equilibrista
que vacila sobre la cuerda floja.
3 comentarios:
Me gustan las imágenes, aunque no algún tradicionalismo de ideas que creo captar en esta muestra. Tal vez sea cosa mía. Pero sí, es un agrado encontrar alguien que escribe sin muchos malabarismos. Saludos.
Saludos, Víctor. Supongo que no escapamos del todo de uno que otro tradicionalismo al escribir.
Aun espero conseguir una antología de este señor.
De acuerdo.
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