agosto 17, 2010

Ultimas lecturas

A Sylvia, Emily, Belli, Hesse, Oates y Rivera Letelier

Perdida.

Esa es la palabra.

Perdida en los dioses de Sylvia, en los monstruos de su falda, en su eterno circulo, en el agua que nunca dejó de salirle por las grietas. Papi, papi. Electra y el amor. Con el muerto deseo de una taza de café en su cocina.

Perdida en el cuarto de Emily. En su silente bullicio. En sus hojas, sus miles de hojas preñadas. La Emily de blanco, de pocas palabras y muchas letras, la hada de los sapos, la princesa feliz en su torre.

Perdida en la suerte de Sofía, en sus pasos errantes. La Sofía de Gioconda. La Sofía que ama, que se equivoca, que revive.

Perdida en el laberinto del lobo. El lobo atrapado en Harry…o en Hesse. El lobo cazador y presa. El lobo que aullaba, que corría, que moría. El lobo que cenó conmigo, que durmió conmigo, que izó banderas en mis horas y que también vive en mí.

Perdida en las chicas de las calles. Harmond y sus calles. Las rebeldes que no olvidan, que miran el cielo, que se deshacen para ser. Las Foxfire de Oates. New York sin estatua de la Libertad, sin Empire State, sin sueño. Sólo la llama.

Perdida en el desierto. Tras la pista del Cristo sin aura, del Cristo sin resurrección de Rivera Letelier. En camino de la santa inquisición del horizonte, bautizada bajo la bendición de la prostituta que no lloró en la cruz ni siguió los pasos del Maestro, sino que regaló la eternidad de su entrepierna a los peregrinos.

Perdida.

Esa es la palabra.

2 comentarios:

Gonzalo Villar Bordones dijo...

tambien perdido, en el mismo laberinto.

Argénida Romero dijo...

Es una manera encantadora de perderse, Gonzalo