abril 02, 2010

Oración para un Viernes Santo

"Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lucas 23,34). Primera frase del sermón de las 7 palabras, que por tradición la Iglesia Católica proclama cada Viernes Santo.

Después de andar muchos caminos, de voltear el rostro fuera de los pasos dictados, de descubrir la humanidad que me sostiene en los peores y los mejores días y la de los otros que pasan a mi lado. Después de algunas idas y vueltas. Heme aquí, distinta, tan ajena a los pasos de esos días.

Ahora te veo también distinto. El símbolo de tu sacrificio tiene otro idioma para mi. Algo en mi se quebró hace muchos años. Algo que ahora me hace ver tu cruz de manera distinta. Ya no paso horas en silencio contemplando tus espinas, ni tu sangre, ni tu doloroso rostro. Esa imagen, cisma de una razón que ya no es la mía, retumba solo en mi pasado. Claro, esto que soy esta hecho de ese pasado que a veces me tiembla en las manos. Un pasado que me ha dado voz, sangre y carne.

Hoy muchos voltean al símbolo del sacrificio que representas. Unos con sinceridad, la que se traduce en todos los días y no sólo este viernes. Otros por formalismos, por costumbre, por cansancio ante el silencio de las respuestas que llevan años buscando.

A mi, desde la humana sinceridad que me acompaña, me toca ver el recuerdo de ti que me tiembla en las manos. El recuerdo que me dio parte de la voz, la sangre y la carne que hoy me acompaña. Y en mi oración que no va dirigida a ninguna parte mas que al recuerdo que me tiembla en las manos, convocar el deseo del perdón con justicia, de la coherencia con hechos, de las manos extendidas a los que han caído porque han sido tumbados, al sentido de muchas palabras huecas.

Eso es todo. Si sabes algo, sabrás que ni el cielo ni el infierno me interesan. Prefiero el cielo y el infierno de este presente y de este mundo...y la resurrección de los aquí crucificados.

2 comentarios:

Víctor Manuel dijo...

La historia del Cristo no deja de ser un poderoso testimonio de nuestras cualidades humanas, tanto las buenas como las malignas. Un hombre --unos dicen Dios-- crucificado por sus ideas, llevado al calvario precisamente por contradecir al dogma religioso de su época. Y, sin embargo, el mal triunfa al convertir su historia en un nuevo dogma, aunque el que tiene oídos para oír siempre oirá y entenderá la esencia de esta historia.

Argénida Romero dijo...

Así es, Víctor.

En las actuales circunstancias visualizó a un Jesús mirando este presente de las iglesias creadas en su nombre y no puedo evitar preguntarme como reaccionaría.

Gracias por seguir por estos lares.

Abrazos eternos.