La herida, la espera.
Domingo en la noche. Sin querer, piso al perro. Él reacciona como debe reaccionar y yo trato de ser rápida para evitar la mordida. Fui lo suficientemente rápida para evitar los dientes, pero no su rozadura. Tengo una herida abierta en el pie derecho.
Lavo la herida. Decidimos ir a un hospital público. Tienen un antirrábico y un centro de vacunación. Así que calculamos que, a diferencia de una clínica privada, saldré de allí con la herida curada y la vacuna que necesite.
En la puerta de la emergencia hay un vigilante, alto y moreno, con una voz potente.
- Sólo puede entrar usted.
Asiento. El esposo y el hijo quedan afuera. El vigilante abre la reja que mantiene el control de la entrada. Habla con otro hombre, que lleva un jean y un t-shirt negro.
- Ponte atento a la puerta. Hay que controlar aquí.
Me siento junto a otros que busca atención o ha sido atendidos. Una chica a mi lado me dice que tiene un dolor en el vientre. Otra chica, en otro lado (derecho) está absorta en el móvil mientras un niño llora, sentado en sus piernas. De pie, también a mi derecha, hay dos hombres con esposas, acompañados de varios policías uniformados, con armas largas y vestimenta parecida a alguna unidad especial. ¿Swats? No sé.
Veo frente a mi a una chica, parece enfermera, detras de un vidrio. Me acerco porque si algo sé sobre el sistema público de cualquier tipo es que siempre hay que preguntar por los procesos, no resulte que al final no hiciste algo que debías hacer, pero nadie te informó.
- Buenas noches. ¿Debo inscribirme en alguna lista o pasar mi cédula?
- No. Espere que la llamen por el turno de llegada - me responde sin levantar la vista.
Calculo. Cuando entré estaban las dos chicas, la del dolor en el vientre y la del niño. Así que voy después de ellas.
Tomo asiento y espero. Espero por casi una hora. La chica del niño que llora sale. Luego vuelve y no la dejan entrar, no sé la razón. La herida me duele. Entra la otra muchacha. A los pocos minutos el vigilante grita:
- ¿Quién sigue?
***
Quisiera dar detalles, pero luego de un mes de estar allí, prefiero resumir. Fueron tres horas de espera, mientras "cosían" a otra persona, un joven que recibió siete puñaladas. Ninguna de las estocadas afectó ninguno de sus organos vitales. Para mi sorpresa, salió consciente y hablando, en una silla de ruedas.
En esas tres horas ví más de lo que podía imaginar. Escenas que quizás no serían posibles en un centro privada de salud, como por ejemplo ver enfermeras coreando "Faribel, manito lindo", mientras una de ellas le decía a un chico confundido que le había explicado hace horas que "ese medicamento no lo tenían" y que debía ir a una farmacia a comprarlo.
- O si tú quieres vienes mañana a ver si hay o lo compras para ponértelo mañana.
El muchacho respondió con un chuipi y se fue.
También vi a dos madres saliendo a comprar las mascarillas para nebulizar a sus niños, a una señora con la presión arterial alta sentada a mi lado que andaba pendiente de la hija, sentada frente a ella, a quien le pasaban un suero por alguna razón que desconocía. Cada cierto tiempo, cruzaba un hombre de pantalón azul y camiseta blanca que me ponía conversación. No sé si era policía, vigilante o acompañante de alguien. Una enfermera me hacia señas que interpreté como: "Ese es un enamorón y te está dando muelas".
El dolor se calmó porque mientras cosían al apuñalado, una enfermera me inyectó un calmante, espantando mirones desde un puesto de camillas en que las cortinas no alcanzaban para garantizar alguna privacidad. En esa misma camilla donde me acosté de espaldas por un momento para ser medicada, y a la vista de todos, fue colocado un chico que llegó medio desmayado, y al parecer con una fiebre alta. Una enfermera lo miró de reojo y le indicó a la señora que llegó con él dónde debía mojar su camiseta para que la usara para bajarle la fiebre.
Media hora después, llegó otra chica desmayada, También fue colocada en esa camilla.
- Hoy es la noche - se quejó una enfermera.
Uno un conato de pleito entre un detenido y varios policías.
En algún momento entraron a un hombre en una camilla. Los llevaban desde una ambulancia del 911. Una doctora lo vío, hizo señas. Su brazo derecho colgaba. Vi la silueta de su estómago inmovil. No parecía respirar. La señora de la presión arterial alta y yo nos miramos. Lo dijimos al mismo tiempo.
- Está muerto.
***
Luego de que el apuñalado salió de la sala de sutura, tuve que esperar unos 40 minutos a que limpiaran el lugar. Dos chicos y una chica me atendieron. Uno pasaba instrumentos, otro limpiaba y cosía la herida, la chica hablaba. Se sumó un cuarto, a charlar.
Salí con cuatro puntos, muy apretados, sin dolor y con la herida tapada.
- Reposa y ven en ocho días a quitarte los puntos.
Me sentó media hora más a esperar que un médico me hiciera una indicación de antibióticos y calmantes para el dolor.
Salí. Era más de la medianoche. Mi hijo dormía en el asiento trasero del vehículo.
***
Regresé al día siguiente, al centro de vacunación. Una señora de modales cansados me atendió. Le expliqué lo sucedido, le enseñé la herida. Anotó datos. Edad, hijos...
- ¿No piensa tener otro hijo?
Le dije un no envuelto en una historia.
Me aplicaron una antitétanica.
- Vigile al perro. Es de su casa, así que ahí no hay peligro de rabia, pero uno nunca sabe. Si se pone extraño o se muere antes de los diez días, vuelva. Sino, no hay problema.
El perro no se puso raro, ni se murió. Tampoco guardé reposo. Así que cuatro días después estaba con el pie hinchado y supurando. Estaba infectado.
Empezó otro odisea médica, pero la cuento otro día.
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