agosto 30, 2024

30 de agosto

Tener ganas de llorar cortando un ají. 

Él me dijo, hace unos años, como había cambiado la dieta con la introducción de alimentos pocos comunes en la gastronomía dominicana.

Mencionó el ají morrón. 

Ahora, con frecuencia, mientras corto un ají morrón tengo ganas de llorar. 

Luego me río.

¿Qué diría si le pudiera decir que lo recuerdo al mirar los pequeños e imperfectos cubos rojos sobre la tabla de cortar?

La nostalgia también tiene humor.

***

- Está llorosa desde temprano y no quiere decir el porqué.

La miro. Me mira. Contiene una tristeza muda. Le tomo la mano izquierda con suavidad. Concentro la mirada en su anillo. La miro nuevamente a los ojos, acortada la distancia, su tristeza parece una tarde nublada.

- ¿Por qué está triste? ¿Qué le pasa?

Hace un gesto parecido a una negación, pero sé que es un ejercicio de contención de algo que le da miedo decir. Lo sé porque conozco ese gesto desde una mañana de julio en que la vi sentada frente a la cama en la que dormía, hace 34 años, y buscaba palabras para explicar a esa niña que recién abría los ojos que tenía que construir armas para lidiar con la ausencia de quienes se van sin despedirse.

Así que hice lo que ella solía hacer conmigo, miré su expresión un instante y recordé la memoria de las palabras que nos han servido de puente.

- ¿Se soñó otra vez con su papá?

Asentó con la cabeza.

- ¿Le dijo algo?

- No... Él me viene a buscar. Creo que es mi hora.

- ¿Tiene miedo?

No responde.

- ¿ Se quiere ir?

Duda un poco.

- Sí, quiero irme.

Pienso por un instante qué decir. 

- Todos tenemos una hora. Todos nos iremos. Usted lo sabe mejor que yo. Su hora llegará, no cuando quiera, sino cuando tenga que llegar. No tenga miedo. A mí también me llegará mi hora. 

Me detengo un momento. Cada palabra que digo me duele, pero disimulo. Retomo mi monólogo.
 
- Él viene a visitarla, para que no esté sola. Viene a acompañarla en la noche, porque la quiere y no quiere que esté sola. 

- Sí, es verdad. Sí, mi hija. Sí.

Respira con más tranquilidad y su rostro cambia al soltar la tensión de la tristeza contenida. Aparta la mirada de mí y observa al vacío. Me vuelve a mirar y está tranquila, sosegada. 

Sigo con su mano tomada, recuesto mi cabeza en su hombro y me niego a pensar. Vuelvo nuevamente el rostro hacía ella. 

- ¿Cómo ha pasado la semana? ¿Está contenta de que Teresa esté aquí?

Sus labios se extienden con un gesto de felicidad. 

- Sí, claro que estoy contenta. 

Le pregunto por lo que ha pasado en la casa, qué comió. Manda a buscar una funda, quiere enseñarme los vestidos nuevos que le trajeron. Comentamos sobre el clima, la bulla de los vecinos con su taller de bocinas para carros, que debe subir los pies para que le baje la hinchazón, que no tiene mucho apetito. 

Le regresa esa expresión bondadosa al rostro. 

Deseo que si me toca esperar una hora para irme, ella recuerde visitarme.

***

Informe, entregado.

Memorias, a volver a reescribir.

***

Tengo miedo sobre el poema que quiero escribir. Podría ser una caja de Pandora.

***

Tengo una caja en la que guardo objetos que me recuerdan a personas que no están, que fueron, pero ya no son. No están muertas, pero ya no existen para mí.

Objetos llaves. Objetos memoria. Objetos ruletas rusas.





agosto 09, 2024

9 de agosto

Un viernes leyendo un artículo científico sobre depresión perimenopáusica. 

El oficio me marca la pauta personal. 

Pero estoy segura que en el fondo lo que busco es un mapa. Somos nosotros de manera diferentes tantas veces nos permita la longitud de nuestra vida, y esta que soy ahora es otra que no era antes, pero que habita este cuerpo, y con él las dudas de las constantes mudanzas. 

De niña buscaba mapas en las nubes.

***

- Creo que me queda poco.

- ¿Poco de qué?

- Que me voy a morir pronto.

Hago una pausa. Es domingo. El calor húmedo del verano caribeño hace que las palabras sean como un algodón que se incendia en el aire.

- ¿Cómo lo sabe?

- Lo tengo en la mente. Lo tengo en la mente.

***

Cerré este texto. Cerré esta corrección.

Liviana.

***


Terminé de leer los cuentos de Hilma Contreras. Resumen: sus mejores relatos son los primeros. Tenían un impulso único, sus personajes tenían un arco por el que pasaba todo la magía y la doble moral del mundo rural dominicano. Cuentan también el escape de ese mundo, la ciudad como otra prisión, las alas tercas alzando vuelo. 

Luego, sus cuentos de señora son como estampas. Momentos capturados, un monólogo con sus fantasmas, con el malhumor de la vida, y a la vez, con la comedia en que se convierte mirarse hacia dentro. Entre ellos, algunos destellos de luz. 

***

Lo que queda de año será para leer los poemas de Anne Sexton.

***

Hoy una mujer dominicana ganó la primera medalla de oro en unos Juegos Olímpicos. Se llama Marileidy Paulino. Tiene 27 años. Rompió un record al ganar su medalla. Es la mujer más rápida del mundo en los 400 metros. 

Corrió como una gacela. Es una mujer hermosa, de tez morena. Nació en un campo, en un pueblito, de una provincia al sur de República Dominicana. Don Gregorio se llama ese pueblo. Nunca he estado ahí. Busco fotos en Google. Es como muchos pueblos del interior, sostenido en la riqueza de sus ausencias. 

Marileidy recibió la medalla tranquila, sin aspavientos, sin lágrimas de emoción. Es como estar segura de sí misma sin artificios, sin otra actuación que la de estar ahí, de pie, recibiendo lo que merece, sabiendo que sus ágiles piernas son piernas de una humana, que esa medalla es un símbolo de algo muy suyo que nadie podrá conocer, y que ese podio es un instante, un maravilloso instante, cuya dimensión la medirá cuando esté sola, fuera de las cámaras, de los periodistas, de la gente, de los regalos, de las felicitaciones. 

El maravilloso instante de Marileidy, como la forma de la nube haciéndose eterna.