La parada de autobús en la avenida. Cuarenta y cinco minutos de hormigas caminando entre tus pies, viendo el azul iluminado del paraguas, escuchando la canción que gritabas a todo pulmón cuando tenías ocho años en compañía de tu hermano sin saber el bello pozo de desesperación que evocaba con sus letras. Los niños no entienden de metáforas, menos cuando son felices. La parada de autobús en medio del páramo del subdesarrollo habitacional, mirando de reojo, dando vueltas a la mirada, de mi espalda al frente que se convierte en espalda, agarrando fuerte el cinto de la pequeña cartera, con la llave en las manos. Si me roban no me quedaré sin llaves, si me roban nadie tendrá las llaves. La parada de autobús y las limitadas posibilidades de escape, repasando la estrategia del matorral, de salir corriendo, de tirar las llaves, de la suerte que no este armado, y si lo está que no dispare.
La parada de autobús en el que llega un autobús, y subes y dices buenas tardes y respiras.
2 comentarios:
Es un escrito corto, pero denso, este que nos compartes. Aquello de las metáforas y los niños. El asunto del crimen y de las llaves, y de la metáfora en que ellas se convierten. Es una anécdota brillante en la que, quizás, hay algo más.
Hay mucho más, claro.
Es como una batalla sin importancia, pero que importa. O algo así.
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