Una de mis reiteradas quejas es el olvido de un tema en la literatura dominicana: Los doce años de Joaquín Balaguer.
Releyendo la historia, sobre todo la que existe entre líneas, me decepciona la incansable capacidad de retorcer la rosca siempre por el mismo lado con el dictador Rafael Leonidas Trujillo. Es como si para escribir cuentos y novelas el único personaje histórico es Trujillo. Lo peor es que es casi siempre lo mismo y sin agallas para tomar por los cuernos muchos aspectos de esta tiranía (lección que mal o bien nos vino a dar la visión extranjera de Mario Vargas Llosa).
Sin embargo, los antidemocráticos, oscuros y sangrientos doce años del presidente Joaquín Balaguer (adjetivos aplicables a la tiranía de Trujillo) parecen olvidados de la literatura dominicana. El líder construido y reconstruido por la historia parece un personaje ajeno a los escritores de este país, con sus honrosas excepciones y de una de esas excepciones quiero hablarles hoy.
Luis Martín Gómez es un escritor dominicano que conozco desde hace varios años. Una persona a quien admiro por su trabajo como escritor y un ser humano que vale la pena conocer. El año pasado pblicó un libro de cuentos Memoria de la Sangre. Para mi feliz sorpresa es un libro que reune una visión de esos Doce años del mal llamado "Padre de la democracia". Es un libro que merece la pena ser leído, 11 cuentos que nos devuelven parte de eso que somos y que nos da tanto miedo ver.
Comparto con ustedes el texto de su discurso de presentación de este libro. Un texto que te acerca con certeza a esa memoria que permanece a pesar de los olvidos y que gime por una justicia que parece no le llegará jamás.
Tener memoria y no querer recordar
Por Luis Martin Gomez
Mi papá- en paz descanse y Dios lo tenga en el área de fumadores- perdió la memoria y se libró de algunos recuerdos indeseables. El alzaimer nos da esa dicha, aunque a costa de los momentos felices; pero nada se gana sin perder algo. Con cada recuerdo que extraviaba, mi padre encontraba la serenidad. Al final, sus ojos eran un mar en calma. A veces pienso que él, silencioso, tímido, contemplativo, planificó esa despedida discreta. ¡Feliz quien pueda marcharse sin conciencia del camino! Deseo, desde ya, irme como lo hizo mi padre. Mientras tanto, recuerdo…
Recuerdo un camión con soldados estadounidenses transitando frente a nuestra casa del ensanche Ozama mientras jugábamos a las cartas sentados a una mesita de metal con patas plegadizas. Recuerdo estar posando para una fotografía que me hizo el tío Leopoldo en el escalón de entrada de la casa de mi abuela Cecilia en San Pedro de Macorís, adonde la familia decidió huir “hasta que pasara el peligro”. Seguir leyendo
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