diciembre 04, 2024

Notas sobre la FILSD 2024

Tomé notas para escribir algo sobre la Feria Internacional del Libro. Las boté.

Solo quiero recordar que: 

1. Vendí libros porque casualmente una de las organizadoras de un espacio coincidió conmigo en una lectura. Me invitó. Fui dos días. Regalé rosas a las personas que me compraron un poemario. Me reencontré con gente que apreció. Un hombre me habló de su historia de amor y del libro que busca y no encuentra en cada Feria del Libro. Tres chicas me dijeron que era la primera vez que le regalaban una flor. Lo conté en dos hilos de Twitter (X) y una transmisión en vivo que hice también en esa red social: 

 

 

2. Fui a la presentación del último poemario publicado de Frank Báez. 



3. Compré dos poemarios de Louise Glück.


4. Vi un niño leer La Odisea.


5. Leí tres de mis poemas en un recital que bautizaron "Penetrar el éter". Todas éramos escritoras. No pude evitar el malestar de que un recital de solo mujeres, y dedicado a un escritor, tuviera ese nombre. No quise averiguar si el título correspondía a algún verso. Fuera del título del recital, la experiencia fue hermosa.

6. Sigue siendo un error meter decenas de puestos de ventas de libros, que es una mini representación de una librería (en Santo Domingo serían más que nada, editoriales) bajo un solo espacio. La gente camina de un extremo a otro a tropezones, sin poder ver con tranquilidad los libros, ni tocarlos, ni decidir cuál comprar con cierta tranquilidad. Es una experiencia horrible. Una experiencia antilectura. Quizás sería bueno pensar en las casetas, en incluir algunas fuera de esos pasillos bullosos y que aglomeran a decenas y decenas de personas. O pensar en hacer otros espacios techados alrededor de esos dos principales que han dejado permanentes en la Plaza de la Cultura. Algo que permita que que vender libros se parezca menos a entrar a un mercado techado, ver mesas y estantes en espacios pequeños, entre la bulla, el sudor y los empujones. Ojalá lo piensen un poco.


7. Había bonitos espacios de exposición. Los museos se llenan de gente. Los salones de los museos se usan para leer cuentos, montar obras, hacer recitales, dictar conferencias, presentar libros. Es un buen uso del espacio.

8. Por ahora, la FILSD parece ser el único eje de la política pública alrededor del libro. Antes y después de ella, todo parece ser islas dispersas que mantienen algunos espacios para escribir y editar y vender libros. Algunos dirán que es lo que se puede, y es lo que lo que este mercado dominicano de lectores puede sostener. No soy experta, pero supongo que probablemente es así, y también que podría ser mejor. El año pasado escribí un largo reportaje sobre ello. En ese reportaje escribí esto: 

"Fuera de ese pequeño planeta, con satélites dispersos en supermercados y papelerías, y del medio centenar de casetas en el Paseo de la Lectura del Parque Enriquillo -con libros nuevos y usados- la cultura libresca es escasa. Ni siquiera la millonaria inversión a través de la FILSD, que sobrepasó los 100 millones entre el 2019 y el 2021, ha podido agrandar su espacio".

Pueden leer el reportaje aquí. Santo Domingo: de espalda al libro

9. Como todos los años, el Ministerio de Cultura dice mucho de la FILSD. Los miles, y hasta millones, de visitantes, los libros editados, las actividades. Y siempre dicen lo mismo (con variaciones mínimas en las expresiones): "Hemos superado las expectativas", "Se han roto paradigmas", "El libro fue el protagonista", "Se han roto records"...

10. Último. Siempre voy a la Feria del Libro. Espero que de alguna manera sobreviva lo suficiente para mejorar tanto como lo necesita. 

4 de diciembre

Llevarlo al médico. Explicar como explica una madre que tiene un solo hijo: con lujos de detalles y hasta con video. 

Lo revisa. Hace pruebas físicas. Lo mide. Lo pesa. Todo aparenta bien, pero hay que hacer estudios, evitar otro evento en que su mirada se pierde y se hace silencio, y luego no recuerda nada. 

Salgo con la cartera llena de medicamentos, dos indicaciones y una agenda mental de horarios para medicar y un estudio médico que pautar en el peor mes para pautarlos: diciembre.

Él se divirtió en la consulta. Hizo un video. Bromeo y organizó los juguetes de la esquina de los juegos del consultorio. 

***

Una semana atrás. Dolor en el oido. Emergencias y referimiento a un especialista.

Buscar especialista. Ir a la cita. Es inquieto. Camina, revisa, usa el móvil, se sienta cerca de la puerta del consultorio, va al baño. Por fin llega el turno. El otorrinolaringólogo hace preguntas. Yo contestó. Él contesta. Yo aclaro lo que contesta. 

- ¿Es su único hijo? 

- Sí.

- Se nota.

El otorrinolaringólogo me psicoanaliza. Quiero decir que también se le nota y se le notan las muecas tras la mascarilla. Pero me lo callo e ignoro por completo su furtivo juicio de suedo psicólogo...

Tres medicamentos distintos. Horarios de doce, ocho y veinticuatro horas. Empiezo a calcular los horarios y pensar cómo voy a negociar con el hijo cada toma. 

¿Qué otras cosas habrá pensando que notó? Me pregunto, mientras tomo al hijo de una mano y miro a ambos lados de la calle para cruzar.

***

La silla de ruedas es liviana. Se la mandó su hija mayor desde Estados Unidos. Una silla casi nueva, abandonada por alguien que ya no la necesitaba (pienso en las posibilidades en las que se abandona una silla de ruedas que no se necesita, me quedo con dos: muerte o recuperación. Deseo la última). 

La liviandad de la silla es un regalo para ella. Se quejaba siempre del difícil manejo de la anterior, una silla pesada y grande, con algo de óxido  en algunas partes, que llegó también casi nueva a sus manos, pero que ya había alcanzado, y sobrepasado, su vida útil. Ya no podía moverla para poder hacer lo que sus pies dejaron de hacer hace tiempo, llevarla de un punto A a un punto B.

Estaba sola. No debería estar sola nunca. Pero a veces quienes la rodean olvidan que ella no debería estar sola. Así que estaba sola, por ese olvido de todos y todas, a aquellos que parió, amamantó, cargó, les dio de comer, les dio té sin azúcar en las mañanas mientras, llorosa, pensaba en fórmulas para alimentarlos, para que tuvieran un techo o para que estudiaran. Los todos y las todas que vio nacer de sus todos y todas, a quienes también cobijó, algunos de ellos también fueron alimentados por ella, cargados, protegidos, amparados. De esos todos y todas, ninguno estaba y ella tenía que ir desde un punto A a un punto B, desde la galeria al baño.

Agradeció su silla liviana. La giró y la guió por el pasillo. Murmuraba para sí misma, masticaba sus pensamientos de que quizás alguien llegaría, de que algún todo o toda se aproximaría y la llevaría sin muchos contratiempos a su punto B. Su lenta carrera seguía. Nadie llegaba. Mascullaba algún recuerdo, recordaba a la hija que se crió en otro lado, a otra hija que vivía cerca, a la otra hija que vivió aquí y vivió allá, al hijo de la visita diaria y breve, al hijo que trabaja cerca, al hijo que no vive aquí, al hijo que vive aquí pero salió. Se les enredan los nombres. A una hija la llama por el nombre de otra hija, a un hijo lo llama por el nombre de otro hijo. A la nieta que crió la ve junto a ella, cocinando en un anafe, con siete años, subida en dos bloques de cemento para alcanzar la mesa, pero esa nieta nació 20 años después de ese anafe sobre una mesa de madera y el reproche de su compadre: "El día que se niña le pase algo te meto presa".

Ya casi llega. El punto B está cerca. ¡Qué liviana esa la silla! Lo agradece. Es la silla que necesitaba. 

Entra al punto B. Mira alrededor. Está sola. Se acerca a la barranda que le sirve de apoyo para levantarse. Ha perdido fuerzas, esas que la acompañaron durante tantos años, que le abrieron tantos caminos, que la mantuvieron de pie ante sus propios errores. Fuerzas que ahora pedía en oración. Quería fuerza para poder alcanzar la barranda, para poder ponerse de pie, para caminar unos pasitos con sus pesados pies, con sus hinchados pies. Fuerza.

La fuerza le faltó.

Cayó en el primer intento. Sintió su cuerpo resbalar. Batió sus manos en el aire. La barranda estaba lejos, no pudo alcanzarla a tiempo. Así que el único sostén era el de la gravedad que la llevaba directo al piso húmedo del baño. El piso del punto B. 

Entonces lo sintió. Un hoyo negro se abría cerca del dedo gordo de su pie derecho, de su hinchado pie derecho. Gritó con la única fuerza que tenía, la de su voz. Gritó un grito lleno de nombres enredados de sus todos y todas, llamando a cada quien por el nombre de otros quienes. Los llamó a todos y todas, con los rostros cruzados. Llamó a los todos y todas que se habían ido hace tiempo. A su papá, a sus hermanas, a sus hermanos, al hijo que murió de fiebre entre sus brazos, al hombre que amó, al nieto que murió de tristeza, a sus nietas arrebatadas por la enfermedad. Su boca de lleno de nombres, una avalancha de nombres, de rostros confundidos, de adioses.

Estaba sola. No debería estar sola.

El hoyo se abría a sus pies, como otra boca, pero silenciosa. Un hoyo que le tocaba la punta de su pie derecho...

- ¿Cómo llegó aquí?

Era una voz conocida. Un rostro conocido. Era un hijo al que llamaba con el nombre de otro hijo. 

La angustia se le hizo rabia. 

- ¡Estaba sola! 

El hijo transmutado trató de levantarla, pero no pudo. Minutos después otro hombre atravesó la puerta. No era un hijo, un hijo con el nombre de otro hijo, ni uno de los todos que llamó.

Ambos la levantaron.

- ¿Y el hoyo?

- ¿Cuál hoyo?

Miró sus hinchados y cansados pies sobre un charco de agua, quizás. No había hoyo. 

Horas después, mientras contaba la historia a una que era parte de esos todos y todas a los que llamó, sintió el hoyo otra vez, pero ahora se le habría en el pecho.

***

Ayer recibí un correo de un amigo escritor. Insiste en desvincularse de las redes sociales. Es una buena noticia. Me felicita por adelantado por mi cumpleaños. Sé, y creo que lo acompaño en el sentimiento, que es un nostálgico de las cartas. Incluso, un nostálgico de los mensajes parecidos a cartas que podemos mandar por un correo electrónico. 

Me parece que vale la pena esa nostalgia. 

Si cuando no estemos, uno de nosotros termina siendo famoso, pues quizás se recoja ese intercambio de correos electrónicos. 

Nuestras cartas. 

noviembre 26, 2024

26 de noviembre

Limpiar un closet es una trampa.

Estornudos después de levantar el polvo, de limpiar, empiezas a revisar cajas y bultos.

Seis cajas de distintos artículos, guardadas por alguna razón no lógica sobre garantías. Un bulto de ropa de maternida que no usé porque no alcance la talla para ella... 

Pausa.

Una cesta llena de ropa pequeña de un hoy preadolescente. 

Pausa.

Mido la mini ropa sobre la espalda del preadolescente. 

- Es la ropa que usaste cuando acabaste de nacer.

- Era yo chiquitito. 

Se ríe. Le doy un beso en la frente. Retoma su juego en el móvil.

Cortinas con más años que el preadolescente. Bien cuidadas. Bien guardadas. Las saco para regalarlas. Las daré sin mucho comentario, pero ellas llevan ciertos aromas de felicidad y tristeza que no podré traducir. 

Otras cortinas, otras sábanas. Unas para botar, otras para lavar y volver a guardar. Todas con ciertos aromas de felicidad y de tristeza que me hablan para despedirse.

Algunas no dicen nada. No me dicen nada.

Pausa.

Termino la limpieza.

Me acuesto en la cama boca arriba. Acaricio las sábanas recién puestas en la cama. De ellas, pienso, un día solo me quedará el aroma, o la sensación, o nada.

Limpiar un closet es una trampa.

noviembre 22, 2024

El niño y la Odisea

Fui a un recital en el último día de la Feria Internacional del Libro Santo Domingo. El nombre del recital era, según mi juicio, feo y de mal gusto, desfasado. Pero fui porque quería leer, porque un poema se hace cuerpo cuando se lee y me gusta ver un poema desnudo. Leí, antes de los poemas, esto:

"Defender la palabra contra la música, el sentido contra el sonido, la verdad contra la belleza, lo natural contra lo acabado. Acudir a un congreso de poesía y pronunciar, como forma de protesta, la palabra lechuga". Batania (Neorrabioso)

Salí de allí empoderada, con mi vestido negro y de lunares blancos, mis zapatos rojos, mis labios de rojo, y un pago por leer poesía que gasté en dos libros media hora después y, más tarde, en la merienda de la semana para mi hijo. También me habían regalado un bono para un libro.

Había que anotarse en una lista y hacer una fila. La fila era larga. Mientras hacia mi turno veía a mi alrededor. Mucha gente caminando de un lugar a otro, muchos niños, padres con caras de hastío y cansancio, dando espacio a un paseo, a un libro regalado para sus hijos, a una salida sin muchos gastos. Era el último día de la FIL y era como todos los últimos días de la FIL: un mar de gente.

Ya me dolían los pies. La fila avanzaba poco, pero no tenía intención de abandonar la posibilidad de elegir un libro dentro de un grupo de libros que quizás tenían años guardados en un almacén. La posibilidad de encontrar una joya. En esos pensamientos estaba cuando detuve mi mirada.

Bajo un alero de la edificación, uno de esos hechos bajo un concepto de arquitectura y arte, estaba un niño sentado. Tenía su atención concentrada en un libro que agarraba con propiedad entre las manos. El niño leía, al parecer, en voz alta, pues veía sus labios moverse, pero no podía escucharlo. Ponía el libro en su regazo, acercaba el libro a su rostro, lo alejaba, lo volvía a acercar. Me detuve en el título. La Odisea. 

Tomé varias fotos con mi móvil. Luego me debatí si debía compartir su imagen, su rostro, en las redes sociales. En ese momento la chica frente a mí lo llamó. "Ey, muchachito, ven acá". 

El chico se acerca. Le calculo unos doce años, quizás menos. 

- Oye, tú te puedes acercar a la mesa de los niños y pedir un libro para mi sobrina.

- No, no puedo. Ellos me anotaron en la lista y ya fui. No van a querer darme otro libro. 

Mientras responde, lo observo. Su ropa está desgasta, igual que sus zapatos. Su piel está cubierta de marcas oscuras, como recuerdo de alguna lesión cutánea ya sanada. Su pelo es ondulado  y abundante, como si tuviera mucho sin ir a una peluquería. Habla bajito, pausado. Tiene ojos vivaces. 

Se retira nuevamente a su rincón. Solo. Levanta el libro y lo acerca otra vez a sus ojos, cubriendo su rostro totalmente. Aprovecho y le tomo otra foto. Ahora su rostro no se ve. Otros niños juegan a su alrededor, algunos bajo la mirada atenta de sus padres. "¡Bájate de ahí!", grita una mujer a una niña que trata de subir por el camino que forma el alero artístico bajo el cual un niño solo lee La Odisea.

La Odisea. El viaje de regreso de Odiseo, o de Ulises, a su casa, a Ítaca. La Penélope que espera, el hijo que espera, los hombres que lo creen muerto, el Odiseo que llega, que mata, que triunfa. 

El niño y La Odisea. La ropa gastada, los ojos vivaces, sus labios repitiendo lo que lee, ignorando la algarabía, el gentío, a la empoderada poeta que pronunció la palabra lechuga en una sala climatizada, antes de leer tres poemas en un recital nombrado con una expresión desfasada, de mal gusto. El niño leyendo su versión infantil de La Odisea. Un niño solo leyendo sobre Odiseo, Ítaca, Penélope, Telemaco, los hombres, la furia, la venganza, el triunfo.

La fila avanzó. Dejé al niño atrás. Entre los libros a elegir había poco que elegir. Atrapé uno de Eugenio María de Hostos, "La educación científica de la mujer". 

No quise ver nuevamente hacia el lugar en que vi al niño leyendo. 

Compartí la foto en Twitter. Recibí decenas de comentarios de respuesta. "Hay esperanza" era la expresión más usada. Alguien me reclamó porque no me acerqué al chico y le pregunté por su nombre, o dónde vivía, o porqué leía con el libro tan pegado al rostro. 

Fui una niña sola que leía. Sé que ningún niño o niña que lee en soledad no quiere ser interrumpido. Menos por una poeta que observa y toma fotos, con un vestido negro con lunares blancos, con zapatos rojos, con los labios pintados de rojo. Un niño o niña leyendo solo es un niño o niña que está viajando y nadie quiere interrumpir un viaje para responder las preguntas de una adulta que no conoce. 

Quizás el reclamo venía por el lado de que pude ser la salvadora sobre alguna situación alrededor del niño. ¿Salvarlo de qué? ¿Salvarlo de leer? ¿Entregar su imagen al morbo virulento de la sacralización de una pantalla? 

Mientras leía esos mensajes recordé que ese día, al caminar a una de las salidas de la Plaza de la Cultura, pensaba en mi soledad, en mi niñez y los libros que he leído. Pensaba en que aún no he leído La Odisea, en la ropa desgastada del niño, en sus ojos vivaces, en su rostro tranquilo, en su voz pausada, en su lectura en medio de la algarabía, en que parecía estar ahí porque quería, en que sabía que ningún adulto le diría "ya, vamonos" o "vamos a comprar un helado".

Pensaba en la odisea de ese niño, en el regalo de verlo y de no haberlo interrumpido. Y deseé que llegara a su Ítaca, que lo esperaran allá, que se vengara y que triunfara. 


noviembre 21, 2024

21 de noviembre

Nada te prepara para verlo caer, agitando su cuerpo, buscando aire, su rostro violeta, sus ojos fuera de lugar.

Nada te prepara para ser empujada, que te lo quiten de los brazos, que urgen en su boca.

Nada te prepara para las preguntas, para la suposición, para tus gritos sordos de que no, no es eso.

Nada te prepara para verlo sobre el hombro de otra persona, reaccionando, llamándote a gritos, mientras corres pensando que es el último día con él. 

Nada te prepara para escuchar sus palabras entrampadas, balbuceando, casi sonámbulo, casi dormido.

Nada te prepara para su enojo, su llanto, su queja, sus empujones. 

Nada te prepara para la calma simulada, la ignorancia de tus pedidos, la bruma de todos contra ti, de la renuncia y la entrega.

Nada te prepara para el alivio y el grito contenido, y el nudo en tu cuerpo, y su mano en la tuya.

Nada te prepara para verlo, sentado, cantando. Al "aquí no pasa nada" y la incredulidad ante su respiración, ante sus ojos calmos.

Nada te prepara al llanto de tu cuerpo desatado, de besar sus ojos dormidos, de tocar su pecho y comprobar que respira, que su corazón late.

Nada te prepara para levantar la cabeza y sentir el alivio de la segunda oportunidad, la respuesta al deseo de que no pasará, al guiño del ahora no.

Entonces, agradeces que la petición siga vigente, esa que susurraste una noche mientras lo acunabas.

"Primero yo, primero yo".

***

Cuentas mal sacadas. Vendí casi treinta poemarios. O algo así. La mayoría de los vendidos fueron de la edición de mi primer poemario, ese libro del que a veces me arrepiento, pero tiene bonita portada.

Los vendí con rosas, y los regalé también. 

"Mira este poema. Es ella". Dijo casi en susurro a su madre. "¿Quién es ella?", pregunté. "Este poema es como lo que le gustaba a escribir a mi prima, que murió". "Que bueno que la encuentras en ese poema", le dije.

"¿Puede leer un poema", me preguntó. "Claro", le respondí. Lo leyó en voz alta. Hizo una pausa. Lo volvió a leer. "Es profundo". No me compró un libro, pero me contó su historia de amor con Sara, su esposa. Tienen 52 años juntos. Pienso en que me gustaría escuchar la versión de Sara.

"No tengo dinero para comprarlo", me dijo, mientras lo leía. "A ver, ¿cuánto tienes?", le pregunté. "Tengo cien pesos", me responde. "¿Ese dinero incluye tu pasaje"?, le pregunté. "Sí", me responde. "Bien, vamos a hacer una cosa. Me das cincuenta pesos y te llevas el libro", le propuse. "Está bien", me dijo. Salgo a cambiar la papeleta de cien, volteo a verla. Sigue leyendo. Regreso a la mesa, le doy sus cincuenta, me quedo con mis cincuenta. Le paso el libro y la rosa. Agradece emocionada. "Es la primera vez que me regalan una flor", me confiesa.

Ya no tengo ejemplares de Arraiga, mi segundo poemario. Hay que reeditarlo.

***

Haciendo paz con la ansiosa idea de superar el límite de mi tiempo.

noviembre 05, 2024

5 de noviembre

- No pude ir al cementerio a llevarles flores. Ni una vela le pude encender aquí. No tengo dinero.

La escucho. Es el día siguiente al de los Fieles Difuntos. Sus memorias se cruzan y confunden. Hace años que no va a un cementerio, posiblemente décadas. Cuando dejó de hacerlo, debido a sus problemas de movilidad, la recuerdo encendiendo velones a las fotos de Cristino, su segundo y último marido, a su papá, a sus hermanas y nietos fallecidos para ese momento, y a la memoria de todo aquel del que tenía un recordatorio de fallecimiento.

Colocaba las fotos y los recordatorios impresos en una esquina de su gavetero y ahí encendía su velón o velones. Siempre había una imagen de Santa Clara y de José Gregorio Hernández, el médico santo para la gente, pero aún no oficialmente para la iglesia católica. “A Santa Clara para que le aclaré los caminos a ellos”, me llegó a decir alguna vez. Supongo, porque nunca se lo pregunté, es que quizás ella ha creído siempre que quien muere necesita claridad para llegar a algún lugar, al cielo, al paraíso. Eso que se promete para los que se van.

No sé en qué momento exacto dejó de encender las velas. Supongo nuevamente que pasó cuando ya no pudo ir a comprar sus velones, o no encontró quien se los comprara sin la advertencia del peligro de un incendio en la casa. Las imágenes de Santa Clara y de José Gregorio Hernández deben andar perdidas en algún lugar. Pero ella recuerda a sus muertos, lamenta no llevar flores, lamenta no ayudarles a ver el camino más claro al paraíso.

***

Calculo que José Soriano, mi bisabuelo materno, murió o a final de la década de 1960 o a comienzos de la siguiente, 1970. Y lo supongo, otra vez las suposiciones, porque fue antes de que naciera el último hijo de mi abuela, antes de que se casaran mis tías y antes del nacimiento del primer nieto de mi abuela.

Así que mi bisabuelo José debe tener más de sesenta años que falleció. Y creo que jamás se imaginó que después de tanto tiempo ido de este mundo su nombre y presencia estaría presente siempre entre una bisnieta y su hija menor.

“Soñé con mi papá anoche. Estaba al pie de la cama”. “Mi papá me enseñó a montar caballo”. “Mi papá me mandó a La Victoria porque un Trujillo me quería usar, y yo era una niña”. “Mi papá cocinaba muy bueno, sí”.

Ella nunca lo olvida. Ella siempre me lo recuerda.

***

El día de los difuntos fue creado a partir del temor al “fin del mundo”.

Según leí un día, el abad benedictino francés Odilón de Cluny llamó a orar por los muertos a partir del 2 de noviembre del año 998, porque estaba convencido de que el mundo se acabaría en el año 1000. Todo esto porque el abad, hoy santo de la iglesia católica, quedó enganchando en un texto del libro del Apocalipsis que dice: “y cuando se hubieren acabado los mil años será Satanás soltado de su prisión y saldrá a extraviar naciones” … y luego más o menos se reseña que salvo los santos, que quedarán protegidos, para el resto “descenderá fuego del cielo que los devorará”.

El asustado abad impuso la oración para los santos y la iglesia católica vio una oportunidad en ese miedo, como antes, para borrar del mapa una fiesta dedicada a los muertos que se realizaba para esas fechas en Europa, de origen celta, que hoy conocemos con Halloween.

El mundo no se acabó en el año 1000. Así que recalcularon el mal augurio para el 1033, a los mil años de la muerte del Jesús bíblico. Tampoco se acabo el mundo para esa fecha (ya el asustadizo abad no estaba con vida para hacer nuevos cálculos). Así que se fingió amnesia, se echó al olvido el famoso cálculo del fin del mundo y se dejó el culto a los difuntos.

Casi mil años después, parece que el Halloween vino a recuperar el espacio robado.

***

Acostumbrándome a ser la tortuga y no la liebre.

octubre 31, 2024

31 de octubre

Hoy coloque el charamico en la sala.

¿Qué es un charamico? Es la reconfiguración de un árbol, construído con ramas secas. 

Es mi árbol para la Navidad. 

Lo mantendré ahí, sin luces, hasta el 3 de noviembre, cuando mi yo ateo asuma un rito amplio de manera particular, guardar un día a los que ya se han ido, recordándoles. 



***

La semana pasada fui a leer poemas a un colegio. Me dijeron en entre todos sus grados y modalidades, suman más de 3 mil alumnos. Está dentro de la Base Aérea de la Fuerza Aérea Dominicana. 

Amaralis y Carles, un escritor franco chileno, me acompañaron. Los tres participamos en la Semana Internacional de la Poesía, una actividad que creo tiene unos doce o trece años realizándose. Primero como actividad del Ministerio de Cultura, luego (por temas de un grupo que se va del Estado y otro que se queda) convivieron dos actividades parecidas. Al final, sobrevivió la del grupo que quedó fuera del ámbito estatal. 

Un grupo de maestros, autoridades militares, maestros militares y estudiantes nos recibieron con mucho entusiasmo. Los chicos y chicas, guiados por una maestra, declamaron, actuaron, cantaron y explicaron temas y hechos relacionados con Salomé Ureña, gracias a quien se dedicaba ese lunes, 21 de octubre, a los y las poetas. 

Salomé fue una poeta del siglo XIX. Escribía en versos rimados, dedicados a la patria, a sus hijos, a la naturaleza. Pero su mayor obra poética fue ser la mujer que abrió el camino a otras mujeres a la educación en República Dominicana, creando la primera escuela normal para señoritas, inspirada por Eugenio María de Hostos, a quien conoció. Hay más que decir de ella, de su vida, de su fuerza, de su familia, del esposo que la apoyó, pero que también le falló, no solo con la infidelidad, sino con el abandono. Pero al final, la historia fue justa, que rara vez lo es. Salomé tiene un día.

Amarilis, Carles y yo leímos un poema cada uno. Después del largo acto, que creo se extendió por dos horas, y fotos con estudiantes, maestros, autoridades militares y maestros militares, pasamos a recorrer pasillos para ver la exposición creada por alumnos de cada grado sobre un poeta o una poeta. El clima caluroso no hacía fácil el recorrido, pero el compromiso con los estudiantes, y sus calificaciones, me animó -al menos a mí-, eso y encontrar referencias de poetas que no me imaginé que vería (ese ejercicio de rescate del pasado). Tuve la grata sorpresa de encontrarme con una amiga escritora, en un lindo mural, en que las mariposas la rodeaban.

En ese recorrido me llamó la atención la cantidad de estudiantes por aula y el orden extenuado, y extenuante, en que podían acomodarse en el espacio.

- Disculpe profesor, ¿cuántos estudiantes tiene en esta aula?

- Sesenta y tres.

- Son demasiados. ¿Cómo puede dar clases así?

- Se hace lo que se puede.

También Amarilis, Carles y yo estábamos en un mural, acompañados con nuestros versos y las fotos de otros dos escritores invitados que no asistieron. 

La mayor fama de un escritor o escritora es estar en el mural de una escuela y que un grupo de estudiantes se reuna a escucharte, y a tomarse fotos contigo.



***

Nada más hermosamente rebelde que un pre adolescente que descubre su rebeldía como arma.

Nada más hermosamente agobiante que una madre que descubre su agobio como arma.

30 de octubre

Se escribe para que otro/otra te lea.

¿Se escribe para que otro/otra te lea?

Se escribe.

¿Otro/otra te lee?

***

Termina octubre. El hijo cumplió doce años. A veces digo que extraño cuando era bebé, pero sé que extrañaré también en algún momento este adolescente en ciernes que me ama y me odia (cree odiarme, es una forma de amar también).

***

Hace un año y casi un mes mi vida cambió radicalmente. Me quedé sin empleo. Fue un alivio.

¿Me he reinventado? No. 

¿Sigo trabajando? Sí. 

¿Ha sido un camino interesante? Sí y no.

¿Me ha arrepentido de algo? Sí

¿Estoy motivada y emocionada con lo que trabajo ahora? Sí

¿He aprendido mucho? Sí.

¿Prefieres trabajar como trabajas ahora? Sí

¿Te molesta que otros no vean ambición en ti al quedarte como estás ahora? No

¿Volverías a trabajar en una redacción de un medio de información? Tal vez sí. Tal vez no.

***

Hace unos 22 años que tengo una caja de cartón en el que guardo recuerdos. La caja, bastante resistente, fue en principio un caja para regalo. En esa caja me regalaron una cartera que ya no existe. La caja ahora es otra cosa. Puedo hacer símiles de la otra cosa en que se ha convertido.

En una tumba. En un agujero de gusano. En un olvido. En una ola que se aleja. En un sótano. En raíces. En casa abandonada. 

Otros recuerdos atados a mí, a veces olvidados por mí, andan fuera de esa caja.

A veces llegan a la pantalla de mi móvil.

Supongo que otros también tienen cajas que son tumbas, agujeros de gusano, olvido, ola que se aleja, sótano, raíces, casa abandonada.

septiembre 20, 2024

20 de septiembre

Es la época de la autopromoción del escritor y la escritora. O, al menos, es la época donde un escritor o  una escritora tiene que asumir la promoción de lo que escribe si quiere que lo que escribe sea leído.

Entonces, entra el juego de tu ego, de la falsa modestia, o la verdadera, el simular que eso que escribes sobre lo que escribes es una especie de concepción virginal de ti mismo o de ti misma. Parte de ti, pero debe aparentar no ser tú. 

Extraño desdoblamiento que busca anularte tratando de hacerte visible. Contradicción del yo literario. 

En esa cruz seremos crucificados. Pero quizás nos quede alguna resurección. 

***

Salgo poco desde que no tengo trabajo de oficina. He vivido de escribir por casi 20 años (para ser más precisa, vivo de todo un proceso de investigación, lectura, verificación, filosofía, autosugestión y lógica para redactar un texto), y lo sigo haciendo ahora desde casa. Así que mis salidas han tomado un aura de rejuvenecida aventura y de repetirme: "tenía meses que no pasaba por aquí".

***

Dos semanas de temperaturas altas, altísimas. Es como si el sol te pellizcara la piel.

***

Camino por la avenida 27 de Febrero, solo un pequeño tramo. Doblo a la Leopoldo Navarro. El edificio de oficinas públicas que se llama Juan Pablo Duarte, pero todos los dicen el Huacal. Es una linda obra de brutalismo que ha envejecido tal mal como se puede esperar. Seis ascensores. Hay que hacer fila para esperar que uno de ellos abra la puerta y un ascensorista determine la cantidad suficiente de personas que pueden caber para el viaje hacia arriba o hacia bajo y reciba al dictado del número al que se dirige cada uno. 

Una hora después, cambio mis tacones en el baño. Calzo unas sandalias, más adecuadas para caminar.

Frente a los ascensores, esperar. ¿Cuál de los seis se detendrá en el piso? Una señora, empleada, se acerca a uno y mira entre la línea que forman las puertas unidas. 

- Los botones funcionan para pedir el ascensor. ¿Hay que esperar a ver cuál, de casualidad, se detiene en el piso que uno espera?

La mujer voltea el rostro.

- Pues sí, pero hay otra forma. 

Se acerca otra vez a la línea y grita.

- ¡Suban al piso nueve!

Tres minutos después se abre la puerta.

***

Afuera, calor. Cruzo la avenida. Busco una sombra. Encuentro una. Espero un vehículo. No pasa mucho tiempo sin que se detenga uno. 

- ¿Cuánto hasta la Lincoln?

- Treinta y cinco.

Busco en el monedero. Tengo el cambio exacto. Le pago. 

El flujo disminuye cerca de la esquina donde me quedaré. Me entretengo viendo el paisaje. Un autobús (guagua) se detiene en paralelo al carro en que estoy. Una niña, con cara redonda y un cabello crespo recogido en dos colas, me mira con sus ojos muy abiertos, color miel. Sonríe. Sube una mano y la mueve en un gesto de saludo. Sonrío. También alzo mi mano y la saludo. 

***

La única librería grande de Santo Domingo está en el centro de la ciudad. Es cómoda, y los días de semana va poca gente. Subo a la cafetería, en su segunda planta. Allí, como casi siempre, hay un grupo de hombres hablando en un tono de voz tan alta que parece que hablan a los gritos. Es como uno de esos pogramas de radio/YouTube/podcast en que todos hablan a la vez, alto, y sin respetar turnos, casi siempre opinando sin muchos datos. 

Es un grupo asiduo en el lugar. Molestan, creo que lo saben, pero no les importa. Tengo suerte de que se disolvieran una media hora después que llegué. 

Ya con los ruidos habituales de fondo (la cafetera que prepara capuccinos, el toqueteo de las tazas y las cucharas revolviendo dentro de ellas, el sonido fofo de la puerta de la nevera cuando la abren y la cierran, el tono suave, casi imperceptible de una conversación a mi derecha, el sonido de tecleo de una computadora) me pongo a leer, en una tableta, un libro sobre cómo escribir guiones. 

Me concentro y tomo notas en mi móvil. Pasan el tiempo y miro la hora en la pantalla del móvil. Falta una hora para mi clase de inglés. Debo irme, pero antes recorro algunos pasillos. Veo libros sobre maternidad. Toma la foto de uno de ellos. Lo compraré luego. Bajo y busco lo que siempre busco cuando voy a esta librería, la esquina donde ponen los libros de poesía. Voy a la esquina derecha del librero del segundo pasillo. Hay novelas, pero no poesía. ¿Dónde está la poesía?

Sigo recorriendo, mirando en la parte baja de los libreros, en los estantes en las paredes... hasta que por fin encuentro donde ha sido reubicada la poesía. Ahora está en el esquina izquierda del librero del cuarto pasillo. No veo novedades que me interesen. Sí hay dos ejemplares de una antología de Anne Sexton. Sonrío. La tengo. Repaso varias ediciones de los libros de Rupi Kaur. Es famosa y ha vendido millones de copias. No me gusta lo que escribe, pero entiendo porque gusta lo que escribe. 

Me marcho prometiéndome volver. Antes de salir, volteo. Suspiro sobre algunas nostalgias momentáneas escondidas en esos pasillos. Les digo adiós.

septiembre 16, 2024

Una crítica a "Jamás Perder"

Nada más motivador que las palabras sobre las palabras para producir palabras. Esta especie de oración en eco con la palabra "palabra", un juego que se me ocurre mientras escribo esta entrada, no es otra cosa que una manera de encontrar la forma de no mostrar tan a flor de piel el ego de escritora. Y esto a raíz de una crítica a mi último poemario hecha por el escritor, crítico y editor Luis Beiro en el Listín Diario.

Poeta. Dice que soy poeta. Así, en la primera línea. Y sigo absorta aún en las dos primeras oraciones que abren su texto, porque me las creo y no me las creo a la vez, y porque jamás he podido recuperarme del todo de las reacciones que en ocasiones otros y otras tienen sobre lo que escribo y publico. 

En fin, que además de escribir lo que considera que soy en el mundo literario, o la isla literaria, o las tres cuartas partes de isla literaria dominicana, Beiro dice esto sobre "Jamás Perder":

Con “Jamás Perder (2024), la escritora exhibe su madurez a prueba de ecos, en un mundo donde cualquiera escribe y es famosa. Hablo de Iberoamérica, donde su voz prevalece por encima sensiblerías, superficialidades o asuntos de “superación”. Su poesía rehuye de trivialidades ya vistas en otra parte con menor fortuna y se erige con personalidad propia, algo que mucha falta le hace a la metáfora continental.

Menciona a Arraiga, que me imagino que por algún error de tipeo se señala que fue puesta a circular en 2004, pero la edición de ese poemario fue en 2014. Sobre ese libro también escribió Beiro en su momento. Rescato la imagen de la página en que salió publicada la crítica de Arraiga, porque el artículo ya no está en línea. 


Y ya que recuerdo a Arraiga, también en el Listín Diario, en el 2016, se publicó otra crítica, texto que descubrí cinco o seis años después de ser publicado, esta vez el análisis lo hizo Gladys Rodríguez Valdés

En mi criterio personal, estamos ante una poesía intimista que expone un vivir que crea raíces y que al igual que en el caso de las poetisas Dulce María Borrero (La Habana, 1883- 1945) y Gabriela Mistral (Chile 1889- Nueva York 1957), el tema de la mujer y sus sentimientos, la niñez, la maternidad y la muerte como destino, se concatenan en un paseo antológico por la vida.


agosto 30, 2024

30 de agosto

Tener ganas de llorar cortando un ají. 

Él me dijo, hace unos años, como había cambiado la dieta con la introducción de alimentos pocos comunes en la gastronomía dominicana.

Mencionó el ají morrón. 

Ahora, con frecuencia, mientras corto un ají morrón tengo ganas de llorar. 

Luego me río.

¿Qué diría si le pudiera decir que lo recuerdo al mirar los pequeños e imperfectos cubos rojos sobre la tabla de cortar?

La nostalgia también tiene humor.

***

- Está llorosa desde temprano y no quiere decir el porqué.

La miro. Me mira. Contiene una tristeza muda. Le tomo la mano izquierda con suavidad. Concentro la mirada en su anillo. La miro nuevamente a los ojos, acortada la distancia, su tristeza parece una tarde nublada.

- ¿Por qué está triste? ¿Qué le pasa?

Hace un gesto parecido a una negación, pero sé que es un ejercicio de contención de algo que le da miedo decir. Lo sé porque conozco ese gesto desde una mañana de julio en que la vi sentada frente a la cama en la que dormía, hace 34 años, y buscaba palabras para explicar a esa niña que recién abría los ojos que tenía que construir armas para lidiar con la ausencia de quienes se van sin despedirse.

Así que hice lo que ella solía hacer conmigo, miré su expresión un instante y recordé la memoria de las palabras que nos han servido de puente.

- ¿Se soñó otra vez con su papá?

Asentó con la cabeza.

- ¿Le dijo algo?

- No... Él me viene a buscar. Creo que es mi hora.

- ¿Tiene miedo?

No responde.

- ¿ Se quiere ir?

Duda un poco.

- Sí, quiero irme.

Pienso por un instante qué decir. 

- Todos tenemos una hora. Todos nos iremos. Usted lo sabe mejor que yo. Su hora llegará, no cuando quiera, sino cuando tenga que llegar. No tenga miedo. A mí también me llegará mi hora. 

Me detengo un momento. Cada palabra que digo me duele, pero disimulo. Retomo mi monólogo.
 
- Él viene a visitarla, para que no esté sola. Viene a acompañarla en la noche, porque la quiere y no quiere que esté sola. 

- Sí, es verdad. Sí, mi hija. Sí.

Respira con más tranquilidad y su rostro cambia al soltar la tensión de la tristeza contenida. Aparta la mirada de mí y observa al vacío. Me vuelve a mirar y está tranquila, sosegada. 

Sigo con su mano tomada, recuesto mi cabeza en su hombro y me niego a pensar. Vuelvo nuevamente el rostro hacía ella. 

- ¿Cómo ha pasado la semana? ¿Está contenta de que Teresa esté aquí?

Sus labios se extienden con un gesto de felicidad. 

- Sí, claro que estoy contenta. 

Le pregunto por lo que ha pasado en la casa, qué comió. Manda a buscar una funda, quiere enseñarme los vestidos nuevos que le trajeron. Comentamos sobre el clima, la bulla de los vecinos con su taller de bocinas para carros, que debe subir los pies para que le baje la hinchazón, que no tiene mucho apetito. 

Le regresa esa expresión bondadosa al rostro. 

Deseo que si me toca esperar una hora para irme, ella recuerde visitarme.

***

Informe, entregado.

Memorias, a volver a reescribir.

***

Tengo miedo sobre el poema que quiero escribir. Podría ser una caja de Pandora.

***

Tengo una caja en la que guardo objetos que me recuerdan a personas que no están, que fueron, pero ya no son. No están muertas, pero ya no existen para mí.

Objetos llaves. Objetos memoria. Objetos ruletas rusas.





agosto 09, 2024

9 de agosto

Un viernes leyendo un artículo científico sobre depresión perimenopáusica. 

El oficio me marca la pauta personal. 

Pero estoy segura que en el fondo lo que busco es un mapa. Somos nosotros de manera diferentes tantas veces nos permita la longitud de nuestra vida, y esta que soy ahora es otra que no era antes, pero que habita este cuerpo, y con él las dudas de las constantes mudanzas. 

De niña buscaba mapas en las nubes.

***

- Creo que me queda poco.

- ¿Poco de qué?

- Que me voy a morir pronto.

Hago una pausa. Es domingo. El calor húmedo del verano caribeño hace que las palabras sean como un algodón que se incendia en el aire.

- ¿Cómo lo sabe?

- Lo tengo en la mente. Lo tengo en la mente.

***

Cerré este texto. Cerré esta corrección.

Liviana.

***


Terminé de leer los cuentos de Hilma Contreras. Resumen: sus mejores relatos son los primeros. Tenían un impulso único, sus personajes tenían un arco por el que pasaba todo la magía y la doble moral del mundo rural dominicano. Cuentan también el escape de ese mundo, la ciudad como otra prisión, las alas tercas alzando vuelo. 

Luego, sus cuentos de señora son como estampas. Momentos capturados, un monólogo con sus fantasmas, con el malhumor de la vida, y a la vez, con la comedia en que se convierte mirarse hacia dentro. Entre ellos, algunos destellos de luz. 

***

Lo que queda de año será para leer los poemas de Anne Sexton.

***

Hoy una mujer dominicana ganó la primera medalla de oro en unos Juegos Olímpicos. Se llama Marileidy Paulino. Tiene 27 años. Rompió un record al ganar su medalla. Es la mujer más rápida del mundo en los 400 metros. 

Corrió como una gacela. Es una mujer hermosa, de tez morena. Nació en un campo, en un pueblito, de una provincia al sur de República Dominicana. Don Gregorio se llama ese pueblo. Nunca he estado ahí. Busco fotos en Google. Es como muchos pueblos del interior, sostenido en la riqueza de sus ausencias. 

Marileidy recibió la medalla tranquila, sin aspavientos, sin lágrimas de emoción. Es como estar segura de sí misma sin artificios, sin otra actuación que la de estar ahí, de pie, recibiendo lo que merece, sabiendo que sus ágiles piernas son piernas de una humana, que esa medalla es un símbolo de algo muy suyo que nadie podrá conocer, y que ese podio es un instante, un maravilloso instante, cuya dimensión la medirá cuando esté sola, fuera de las cámaras, de los periodistas, de la gente, de los regalos, de las felicitaciones. 

El maravilloso instante de Marileidy, como la forma de la nube haciéndose eterna.


julio 29, 2024

29 de julio

¿Hay algo más inspirador, y retador, para un periodista que cubrir un cambio drástico de poder, o el derrumbe de un sistema político que se agotó hace tiempo? 

Pensé que hoy estaría pidiendo una carta de ruta para irme a Venezuela a dar testimonio de una transición, de un fin y un comienzo.

Pero no. Ahora estoy con los ojos aguados en lágrimas, intercambiando mensajes con mi hermana María, quien desde Caracas contiene las lágrimas para que sus hijas, mis sobrinas, no la vean desde la tristeza decepcionante, desde el miedo de seguir caminando entre espinas. 

Recuerdo mi corto poema.

"La Patria es la huida". 




***

No puedo resumir más de un mes de pequeñas cosas, pero digamos que he vendido varios poemarios (y mi editor más que yo), que espero salir de Santo Domingo a otro lugar a leer poemas, que eso me lo ha impedido el arreglo de una calle en Santiago, que sigo no cocinando los sábados, que he fallado en algunas visitas a mi abuela, que he conocido gente, que se que otros me olvidan y yo olvido a otros, que hay espacios que abandoné que siguen presentes y yo los exorcizo (no sirvo para ser pieza de ajedrez de mezquindades de reinos diminutos), que sigo envejeciendo, pero hoy soy más joven que cualquier día de mañana. 

***

Estoy anotando aprendizajes sobre el mundo laboral independiente. Las oportunidades sobran, las medias tintas, también. Y al igual que el ocho a cinco, hay quienes siempre quieren aprovecharse y explotar. La diferencia, quizás, es que al menos puedes tomar la lección sin tener que disimular una complacencia bajo contrato.

Uno elige sus infiernos.

***

Nada más aterrador que tomar la mano de un hijo acostado en una camilla y hacerte la pregunta que se suele evitar. ¿Y si me tocara ser huérfana de mi hijo?

***

Más tiempo para la lectura y la escritura, relativo. 


junio 29, 2024

Retrocrónica de un poemario

Tres semanas después, volteo el cuello de la memoria. Cierro los ojos. Hay que cegarse para verse por dentro, para evocar, para recordar y tratar de rescatar el sentido de lo sentido.

Los que escribimos tenemos esa vocación alimentada de contarnos a nosotros mismos/mismas. No es del todo ego, es también insistencia y, por supuesto, falta de interés de otros que cuenten que aun se presentan libros, porque si no envías una nota eso no se va a saber. Peor, que después de presentar el libro tienes que sentarte a escribir una nota y mandárselas, porque la presentación de un libro, y para más de un poemario, no es algo que interesa. Y ya los suplementos literarios no existen.
Contarse también es quejarse.

Así que podría empezar por decirles que el jueves 6 de junio de 2024 presenté mi tercer poemario, que se llama Jamás Perder. Pero para serles sincera, el cuento de esa presentación no comienza esa noche lluviosa de un junio, cuando me entretenía hojeando un libro con mi nombre en la portada, mientras veía al editor de ese libro caminar nervioso, tratando que todo saliera bien.

El cuento, mi cuento, empezó mucho antes. Podría citar varios puntos de partida. Decirles que todo empezó un año después de que se publicara mi segundo libro, también de poemas, y me dijera "tienes que escarbar para encontrar una voz". O quizás fue semanas después de eso, cuando me pregunté, "¿Sobre qué vas a escribir?". También puede ser el día, a meses de distancia de esa pregunta, en que apunté en alguna libreta: "Escribiré sobre maternidad". O cuando se lo dije al esposo. Tal vez cuando empecé a escribir, escribir... y después borré todo lo escrito, y solté porque no hallaba ninguna voz. Probablemente pueda decir que todo empezó el día en que escribí sobre un corvato, o cuando vi flotar a un hijo y pensé en el mar y escribí en ese pensamiento. 

O quizás fue el día que salí enojada de un encuentro, con una veintena de hojas grapadas dentro de la cartera, porque me habían sacado cuentas. Diez años sin publicar. Y escribí de una sentada un poema rabioso.

Contarse también es desahogarse.

No, podría empezar por la tarde en que me senté con Harry Troncoso, mi editor, a hablar de esos poemas y, por fin, darme cuenta del claro canto de una voz.

O podría empezar por lo más concreto. El final de ese cuento sobre escribir poemas y publicarlos. Y ese final, que es esta retrocrónica, fue un jueves, distinto pero igual al de un poeta peruano que escribió que moriría un jueves; uno lluvioso, tal cual como el imaginado epitafio del poeta peruano, con la diferencia que no era en París, ni era otoño, sino las últimas semanas de una primavera caribeña en Santo Domingo.

***

Iba a llover. Era seguro. Como los días anteriores. Pero me puse un vestido estampado de flores azules y unos zapatos rojos con tacones. Tomé el móvil, abrí una app y pedí un taxi. Eran las 4:30 de la tarde. 

Llegué primero que todos y más temprano de lo que imaginé. "Estoy aquí", escribí por WhatsApp al editor de Ladiabla Ediciones, Harry Troncoso, un hombre de fe en la literatura, o sea, una especie en peligro de extinción. 

Me responde, dándome razones de su posible retraso tempranero, asuntos de tránsito en días de lluvia en Santo Domingo. Lo habitual. Así que me senté y empecé a repasar los poemas que leería horas después. Tome una foto de mis zapatos rojos y di constancia de ellos en mi cuenta de Instagram, anotando lo que hace unos días atrás me di cuenta: la casualidad de presentar libros siempre calzando zapatos rojos. 

Quien lleva la logística, en el Centro Cultural Banreservas, se acerca y me saluda, me da algunas indicaciones, me hace algunas preguntas. "Sí". "Luego". "Llegué temprano para no retrasarme". "No hay problema". "Ya viene de camino". "Subo en un rato al salón". 

Tío Víctor entra. Nos abrazamos. Me alegra verlo. Me explica que anda por la zona porque tenía una diligencia por allí y que se quedó porque "no valía la pena irse y luego tratar de volver, con estos tapones". Me dice que va a resolver algo y que regresa.

Casi las 6:00 de la tarde. El editor llega con esa actitud ambigua y contradictoria que da la agitación del sosiego. Con él, Marcela y Angie, su equipo. Subimos a la segunda planta, al salón. 

Todo está dispuesto. Dos sillas, una mesita, un pequeño florero, dos copas, dos botellas de agua. Al fondo, el chico del sonido. Todos se movilizan, menos yo. Me siento y me pregunto si las cerca de 60 sillas serán ocupadas, si interesa eso de sentarse a escuchar leer poesía. 

Llega Johanna, Jenny y a la Johanna que usualmente nombramos por su apellido, Tamariz. Ellas, mis amigas desde la adolescencia. Sonrientes, felices, presentes, solidarias. Empezaron leyendo mis palabras bonitas de adolescencia, ahora vienen a escuchar a una mujer que, como dice un verso del poema que escribí de una sentada, enojada, es "una mujer poeta que deja de sangrar".

Juntas volvemos a ser un poco las colegiadas de antes, contándonos los pormenores que se nos acumulan. No me doy cuenta por un momento, entretenida en los comentarios y risas, de que llegan más personas. Pero el rumor de las voces me hace levantar la vista. Entonces, me muevo. Empiezo a saludar, a abrazar, a sonreír.

- Una vez un periodista fue a la presentación de un libro de René del Risco. Me preguntó que cuándo llegaba el señor René. Le dije (Miguel sonríe con picardía y suspira) que quizás podría llegar.

Nos reímos. 

Empezaron a llegar otros conocidos, familiares, mi madre con un ramo de girasoles. Me los entrega y me abraza. Las flores son del esposo, que decide mantenerse al margen de todo lo que revolotea a mi alrededor. Se mueve, eso sí, con el editor, con el equipo. En algún momento me sonríe desde una esquina y le sonrío. 

Me siento en una de las sillas. El editor se acerca. "Vamos a empezar". 

7:15

***

El editor y yo dialogamos. Señalo asuntos sobre el poemario. Hago filosofía sobre escribir, borrar, volver a escribir y decidir publicar. La escritura es un ejercicio solitario, pero escribimos para alguien, creo que digo. Y sí, a veces lo hacemos para nosotros mismos, pero casi siempre es para que nos lean otros.

No recuerdo con exactitud que dije o quise decir y no dije en ese primer momento, antes de empezar a leer. Opte, eso sí, por ser lo menos ceremoniosa posible. 

En algún momento vi gente entrar, rostros conocidos, personas de puentes, de siempres. 

Me dispongo a leer el primer poema. Es de mi libro anterior. Del único ejemplar que me queda en casa, uno con un particular y común error: la portada está al revés de los textos, o puede ser que sean los textos que estén contrarios a la portada. Tomo el libro, leo "Mamá" y se me anuda la garganta. Ella está frente a mí y es la primera vez que escucha ese poema de mi voz. Debía llegar ese día. Ella también tiene, como yo, los ojos llenos de lágrimas. Y si tratara de hablar, sé que también se le ahogarían las palabras, como me pasaba a mí. Nos miramos cuando termino de leerlo.

Respiro, me recompongo y sonrío. Hay aplausos

Leo, ahora sí, los nuevos poemas. Aquí copio la secuencia que escribió Harry Troncoso, el editor, días después, en una crónica que publicó en la página web de su editorial.

(Acto de fe)                     
¿Dónde están tus libros, poeta?
¿Dónde están tus reseñas?

(Veinte de diciembre)
¿Dónde está el viento frío que te espera?

(Corvato)          
Sonríes para alimentar al cuervo
que me comerá los ojos

(De la arena)  
el mar lejos está de este deseo de rehacerse / (…)
en principio / el hambre / (...) 
es hora de comer
de atragantarse los corales blanqueados 
de abrazar los peces muertos

(Abandono)
la memoria es un cajón de corotos
un hoyo en la pared
un sitio que se inventa desde lo que se olvida / (...)
¿qué te dejo?
demasiadas palabras.

Hablo sobre otros asuntos, quizás caí en algún lugar común e hice un mal chiste. Pongo dedos en llagas. Reparo en las pérdidas y las ganancias en esto de ser mujer y madre y poeta y escritora y... 

Vuelvo a leer (y vuelvo a copiar)

Tanatofórica

(...)
Te llamé, te nombré
pequeño pez sobre la arena
tu encomienda fue decirme
hay otra ley, negarse al nombre 
al sentido lineal de la dicha
volverse escarabajo.

Me hacen preguntas. Respondo haciendo muecas, riéndome, saludando, moviendo las manos, buscando una forma correcta de sentarme, cruzando y descruzando los pies. 

Leo un último poema (copio los versos que eligió el editor para su crónica).

(…) 
los pies en el piso 
las puertas cerradas
y todo tiembla. 

Harry despide. Agradecemos. Bajo de la pequeña tarima. Saludo, abrazo y me abrazan. Recibo felicitaciones. Soy una mujer de zapatos rojos de tacones y vestido estampado de flores azules que desciende de su transitorio y efímero trono, de su instante de palabras, del púlpito de su voz. 

Afuera hay una mesa, con libros bien dispuestos. Escribo dedicatorias con mi torpe grafía. Puentes, alas, palabras. Siempres. 

Hay poses y fotos. El salón queda vacío. La gente se marcha. 

Salgo a la calle. El esposo va a buscar el vehículo. 

Es un jueves lluvioso. Es una moribunda primavera caribeña en Santo Domingo. Calzo unos bonitos zapatos rojos. Leí poemas. Presenté un libro. 

¿El poeta peruano? Murió un viernes de primavera.

mayo 21, 2024

Relaciones y libros

Mi primera relación extrafamiliar importante fue con los libros. Me recuerdo como una lectora hambrienta con siete años, aunque sin mucho detalle o memoria de lo que leía en ese entonces, fuera de un escándalo entre mis padres por haber tenido acceso a un libro que no era para mi edad y que leía sin entender mucho. 

Luego vinieron otras relaciones importantes. Amigos y amigas, novios, maestros y maestras, compañeros en la escuela, en la universidad, en mis trabajos. Mucha gente ha pasado sobre esos hilos invisibles que nos conectan, y que se rompen con facilidad. Los libros se han quedado.

Con la gente que ha pasado por mi vida hasta ahora han existido esas relaciones marcadas por un libro. Pocas personas me han regalado libros, la mayoría de quienes me han regalado libros son hombres, y la mayoría de esos hombres han tenido un lugar en mi vida en su sentido romántico y pasional.

La novela Cien años de soledad está ligada a mí debido a un hombre de quien me enamoré. En ese embobamiento inicial de esa relación que fue, decidimos un reto cursi: leer la famosa novela de Gabriel García Marquéz al mismo tiempo. No la había leído antes. Tenía 25 años.

No sé, o no recuerdo, si el compañero de lectura, que no me regaló el libro, cumplió con leer la novela al mismo tiempo que yo. Tampoco recuerdo si la comentamos entre nosotros. El hilo de esa relación ya es un fantasma. Pero sí me recuerdo tomar esa edición económica, de páginas hechas con papel posiblemente reciclado, y leerla en cada espacio libre que tenía en esos meses. 

Hice el mapa genealógico de los Buendía en un pedazo de papel que guardaba entre las páginas del libro. La leí en ese entonces y jamás la volví a leer. 

Recordé este relación hace semanas atrás, luego de ver el trailer de la anunciada serie basada en este libro y escribí un pequeño hilo sobre esta memoria en XTwitter.

 


En la serie de tuits mostré una foto de ese libro que lleva en mi librero unos 18 años. También mencioné que me gustaría tener una edición bonita de Cien años de soledad para volver a leer esta novela. Mostré el ejemplar. Un deseo de decorado para la anécdota. 

Casi un mes después de publicar estos tuits recibí una llamada de un número de teléfono que no conocía. Contesté. Me hablaba una desconocida que me había leído, que se disculpó por quizás poder parecer más atrevida de la cuenta.

- Compré dos ediciones de ese libro. Te quiero regalar una. 

Había sido un día particularmente vacío. Un viernes caluroso y atareado, y su ofrecimiento fue una noticia bonita, como una cosquillas de duende, un amuleto literario. 

Agradecí y acepté. 

Días después llegó el libro a la puerta de mi casa. 

 

Me comuniqué nuevamente con la mujer que me había hecho el regalo. Agradecí de nuevo. Le prometí que buscaría la ocasión de que podamos conocernos en persona. Espero cumplir la promesa.

mayo 01, 2024

1 de mayo

Hoy murió Paul Auster. He leído varias notas donde elogian todo lo elogiable en un escritor. He leído algunas páginas compartidas de sus libros. Sé que hace poco, antes de que se informara sobre su cáncer de pulmón, había pasado por la perdida sin nombre, la muerte de un hijo. 

No he leído ninguno de sus libros. Algunos que sí lo han hecho se expresaban con cierta pureza literaria-superiodidad moral de casi sentirse únicos por sobre las personas como yo, cada día más ignorante en la medida que acumulan más libros leídos, que nunca han sostenido un libro de Auster. Supongo, y puede ser ignorancia literaria-justificación moral de que mi cita con el señor Auster, hoy fallecido, me llegará algún día. Eso espero. 

Me alegra, eso sí, que tanta gente lo haya leído, y que tanta gente aprecie lo que escribió. El señor Auster compró un pasaje a la única eternidad que existe: la de vivir en la memoria de otros que, sin conocerlo, guardan sus palabras. 

***

Fue abril y llovió. Es mayo y llueve. Puedo continuar diciendo todo lo romántico que esto pueda evocar, pero viviendo en el Caribe tengo que agregar que ahora, sentada y tipeando este texto, agradezco que regresara la energía eléctrica y que detesto el vuelo pertinaz de algunos mosquitos alrededor de mis piernas.




***

La ansiedad de esperar un primer pago como trabajadora independiente. 

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Hoy es el Día Internacional del Trabajador y la Trabajadora. 

Redacto un reportaje. Mañana entrevisto a alguien que vive en Costa Rica.

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Lo más delicioso de escribir es la soledad que cubre ese ejercicio.

Promocionar lo escrito me sigue dando vértigo. 

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¿Mis poemas serán suficiente tributo para ganar algo eternidad?

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Mi abuela, 92 años. Rescata sus historias, me las ofrece todos los domingos. La escucho, aunque hable de las mismas aves, de los mismos muertos, de la mismas alegrías, llore la misma tristeza, pasee por los mismos pasillos de esa memoria que se le enreda, que se le hace confusa, mágica, difusa. Sus palabras, su único y último bastión. 

Quiero comprarle la eternidad. 

abril 15, 2024

15 de abril

Ya está bueno de hurgar en las heridas primales, aquella de la nostalgia o de la mirada hacia el futuro, o el presente, que dibujo en casas que no existen, en aquello que pudo ser y no fue, en personas que debieron estar y no estuvieron, en duelos para el futuro.

Ya está bueno.

Escribiré ahora sobre la carne del amor que fue, del amor que es y del amor que podría ser. De besos, de ropa en el piso, de rabia por la carne que extrañaste, que extrañas y que extrañarás. De delicioso orgasmo que conociste conscientemente, por primera vez, mientras tomabas un baño, de los besos que te hicieron llorar y reír. De la carne que envejece y busca sentir.

Escribiré sobre el dolor, el gozo, el despojo y la venganza de esa carne. De su muerte, resurrección y asunción a la vida real. Del goce que se guarda en el recuerdo, y en el olvido.

Escribiré.

***

Repite las mismas historias. Eso cansa a los demás, pero no a mí. Pongo atención a sus quejas rutinarias en torno a las cosas que cree que pierde, pero que están ahí. Eso miedo de perdida que no la deja en paz, porque sé que es el camino que recorre, porque sé que trata de salvarse de perderse a si misma. 

Y es tramo final de un camino que quiero que sienta que alguien la acompaña, que la escucha, y que su bolso verde siempre estará esperándola encima de la cama.

***

Abres un bultico, de dos que había olvidado en el closet (donde guarda un mantel con lindos bordados que dice qme va a dejar de herencia), y encuentras varios recordatorios funerarios.

Josefina del Rosario murió en 1970. El recordatorio está como nuevo. Ha sido guardado con cariño, con respeto. 

¿Quién era Josefina?

- Era la mamá de Consuelo y Herminia.

Conocí a Consuelo. Sé quien es Herminia.

¿Quién era Josefina?

Me explica un lazo confuso,sobre el que concluyo que era prima de su madre, mi bisabuela. 

Hace 54 años que Josefina murió. Su recuerdo en el papel está bien conservado, y fue tan bien guardado que hoy veo cuánto fue querida por alguien que casi no la recuerda.

***

Tomo un taller de escritura de novelas.

¿Me atreveré?

***

Esto de trabajar en casa tiene su gracia y su desgracia.

La gracia de manejar tu tiempo.

La desgracia de manejar tu tiempo.

***

Ese engorroso trabajo de enseñar límites.

Y de seguir aprendiendo sobre los tuyos.


abril 02, 2024

2 de abril

Se llamaba José Soriano. Sabía cocinar. Era carnicero. En Semana Santa hacía moro de guandules (arroz con guandules) y pescado guisado con coco a su familia. Asaba puercos para Nochebuena. Era mujeriego. Reconoció a su primera hija, a la que le habían ocultado, en una casa en la ciudad. En conversaciones le confesó su paternidad y ella, al parecer, la verificó. La convenció de que el mejor lugar para ella era él y su esposa, Serafina. 

Enseñó a su hija menor, supongo que también a sus otros hijos e hijas, a montar caballo. La protegió de un "tío del dictador Trujillo". Murió cuidado en la casa de esa hija, mi abuela. Ella me cuenta sobre él y llena de sentido la foto que cuelga de la sala. José Soriano mira con severidad blanda, con esas facciones tan parecidas a sus hijos, a los que conocí, llorado con nostalgia por su hija menor, que lo extraña y lo ha visto en sueños durante los últimos meses, a los pies de su cama, consolando la vejez de la única de sus hijas que aún vive. 

- El era bueno.

Lo dice con los ojos inundados de unas lágrimas que no terminan de salir. 

José Soriano, el bisabuelo que no conocí, es el hogar al que desea regresar mi abuela. 

***

2 de abril. Día de la concienciación del autismo. La parafernalia vacía de este día toca la cotidianidad de aquellos que solo parecen ser reconocidos para colgarles una etiqueta, y para enseñarlos y enseñarlas a vivir desde una etiqueta. 

Una conciencia sin reconocimiento de lo humano, sin la aceptación ni la inclusión.

Una conciencia etiquetada para poner lazos, colores, hacer marketing, aprovecharse, hablar sobre lo que se ignora; para propugnar la atención de la exclusión con leyes innecesarias, con "atenciones especiales" y separadas del resto de los humanos. La atomización de la diferencia. La angelización de aquellos a quienes solo aceptamos como vehículo de nuestro ego. 

***

Mi futuro libro tiene una bonita portada.

***

Deseo siempre a todos que reciban más empatía y cuidados de lo que son (somos) capaces de ofrecer y dar.

***

Está muy emocionado. Corré porque es un lugar para correr, para saltar. No mide la capacidad explosiva de su emoción. Se cae sobre su brazo. Llora. Se queja. Está bien, pero adolorido. Luchar contra el instinto de salvarlo, lo dejó allí, asustado. Lo observo. De a poco vuelve a tomar confianza en la diversión esperada. Salta, lanza la pelota, espera turnos. 

Aprende a conocer sus límites.


marzo 14, 2024

14 de marzo

 - Me he muerto dos veces esta semana.

- Pero yo la veo aquí, viva.

- Sí, sí... pero es como que me moría, pero volvía.

- ¿Y cómo es eso, mi mamá?

- Es... como irse del cuerpo.

- O sea, ¿es no sentir el cuerpo?

- Sí, eso. Algo así. No sentía nada y me iba, pero me espanté y volví.

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La reunión de amigas no fue el 29 de febrero. Como en otras ocasiones, suspendimos para unos días después. Nos vimos, finalmente, tres días después. 

Hablamos de nuestras cotidianeidades y novedades, de las preguntas que nos hacemos después de los cuarenta años, de las expectativas cumplidas, las aplazadas, las ridículas y las desechadas. 

De los hijos, del trabajo que se tiene, y del trabajo que se abandona. 

De lo emocionante de emprender otros caminos.

De sexo.

De las constantes cuestiones diarias.

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Reviso el poemario. 

Anuncio con una foto en mis cuentas de redes sociales, no públicas, el próximo acontecimiento en mi vida como una escritora "despasada y olvidada", pero reinvindicada en mandar al carajo esas premisas.

El pequeño milagro de la terquedad.

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Es costumbre guardar el símbolo de una perdida, de algo o alguien que no está. Un relicario del recuerdo.

Uno de los tantos que me acompañan es una  planta de buganvilia. Crece frondosa en un tarro, en el balcón del apartamento. Sus flores son de un rosado intenso. Desde 2019 me acompaña.

Me recuerda un sueño, una fecha que debía marcar y en la que no pasó lo que se esperaba. Me recuerda el dolor, la sangre, el llanto. Me recuerda su cuerpo pequeño, demasiado pequeño para vivir, flotando en la nada. 

febrero 28, 2024

28 de febrero

José, un hombre alto y desnudo, se para frente a los pies de la cama de ella. ¿Por qué lloras?, le pregunta. Ella le cuenta sobre soledades y miedos. "Estoy cansada. Llevame contigo". 

Ella despierta.

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Las ideas y proyectos rondan. El primer paso es escribirlos, sino se convertirán en fantasmas.

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"Nuestro cuerpo es nuestro medio de producción".

Un cliché pésimo en una película alabada por mucha gente.

Supongo que los esclavistas, en todas las épocas, habrán partido de la misma premisa. "Su cuerpo es mi medio de producción".

¿Realmente libera vender tu cuerpo a otros? ¿No es una renuncia a ti misma, a ti mismo? ¿Qué hay de liberador dejarte tocar, penetrar, y ser el medio de goce de otros por una paga? ¿No es un riesgo reducirse a una cosa que da placer? ¿No es construirte unas alas de hierro?

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Mi agenda está abandonada. He hecho mucho en febrero sin otro apuntador o agenda que no sea mi memoria. 

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Reírse en el sofa, juntos. Dormirse en el sofa, juntos. 

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Pensamiento recurrente: construir una historia de amor con un conocido desconocido.

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El discurso del presidente.

Rinde cuenta de un espejismo. La grandilocuencia es un arte que todo mandatario ejercita, algunos con mayor suerte que otros. 

Contradicciones elocuentes. La pobreza disminuye, pero suben las ayudas sociales. El Producto Interno Bruto se usa para medir mejorías que no pueden ser medidas por el Producto Interno Bruto. La educación pública se reduce a números de estudiantes, números de escuela, y un constante anuncio de un bono de 1,000 pesos que se entrega cuatro meses antes de finalizar el año escolar. Aquello que era malo en el gobierno anterior, ahora es bueno porque me sirve. Aumentan los empleos, con los peores salarios. El muro de la frontera es un mal recuerdo. Me dicen que puedo comer con 210 dólares; pero las cifras ahora creíbles del Banco Central, que no se podían creer antes, dicen que necesito más o menos 440 dólares para una canasta básica. Otras cosas son olvidades, otras cifras, en especial aquellas que están, pero no sirven, o que no se contabilizan porque no les sirve. 

La independencia de la justicia hasta la puerta de mi despacho.

Ayer, Día de la Independencia, mostraron el futuro monorriel de Santiago en el desfile militar. ¿Quién sabe? Probablemente los militares pasearán en él extrañando el mar.

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Ando escarbando textos olvidados o dejados a un lado para agregar al poemario. Algunos no podrán ser rescatados nunca, murieron en un zafacón, en papeles hechos pelotas que ahora rebotan en algún limbo. 

Hay poemas que nunca podrán ser.

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Mañana, reunión de amigas.

Es 29 de febrero. 

Quizás sea una señal de algo, pero puede ser que no.

febrero 13, 2024

13 de febrero

Semana ocho. Abrir la caja. Observar el gato muerto. El dilema, ¿estuvo vivo en algún momento? 

Botaré todas las cajas que me quedan.

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Erwin Schrödinger murió en 1961. Leo sobre él. Un señor interesante. Era físico, de los cuánticos, pero también intuyó la estructura del ADN antes de que se describiera cómo es el ADN. Recibió el premio Nobel en 1933 por "haber desarrollado la ecuación de Schrödinger, compartido con Paul Dirac". Leí sobre la ecuación. No la entendí.

Otro dato. Vivía junto a su esposa y una de sus amantes en la misma casa. Su matrimonio era abierto. Él y su esposa mantenían otras relaciones. 

Un matrimonio cuántico, se podría decir. 

Quizás nunca abrieron la caja.

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Editar un poemario no es tan sencillo. 

Siempre hay más cosas que decir sobre lo que se dijo.

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Estoy eligiendo un nuevo libro para leer. 

Me he enganchado a otra serie ya vista, pero que me encanta.

Espero un sí para trabajar en algo. Planeo algo. Rechazo cosas.

Comparto una publicación: "No busco oportunidades. Las construyo". Vamos a creer este mantra.

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Sé que estoy en un mal momento para leer a Pizarnik. 

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Es mi época de alergía a los dramas familiares. 

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"Te mandaron las ánimas de mi papá y mi mamá. Cuando me estén enterrando te seguire dando gracias".

Es una forma muy macondiana de dar las gracias. Me trago la tristeza. Le habló sobre el clima, lo lindo que está su vestido, lo anormalmente poco bullicioso que está el ambiente. 

Me siento a su lado y la escucho. Paso horas escuchando lo que me dice. Sus historias inconexas tienen el vuelo liviano de quien ha saldado cuentas. Peino su cabello, blanco con excepción de unas pocas hebras en el centro de su cabeza, que forman una especie de isla de costas irregulares, alargada y casi imperceptible. Le cuento de sus hebras negras que aun no han perdido el color. Hundo los dedos en el lugar donde están para que sepa que están allí. 

Vemos pasar los carros, la gente, las voces. En un momento ella se queda en silencio. Hace mucho tiempo no la veía ni la sentía tan tranquila, apasible, cómoda. También me quedo en silencio, observando su mano. Recuesto mi cabeza en su hombro y arrebato conscientemente ese momento a la vida. Es mío, es nuestro. 

Me hubiese gustado conocer a mis bisabuelos.

enero 26, 2024

26 de enero

República Dominicana tiene tres padres. Ninguna madre.

Un país anclado en la ficción paternal.

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Siete semanas viviendo dentro de la caja del gato de Schrödinger.

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Terminé de ver Six Feet Under. Una serie que habla de la muerte, de su peso, de su dimensión, en la vida.

Es genial. Una comedia dramática que construye personajes complejos. 

Me queda mucho de ella, y me hizo pensar en algo. ¿Qué quiero que hagan con mi cuerpo cuando muera?

Podría escribirlo en un poema, pero quizás no le hagan mucho caso, así que porqué no mejor escribo literalmente lo que quiero cuando muera. ¿Acaso no es una declaración de autonomía tomar una última decisión para aplicar en mi ausencia? ¿Acaso no es una manera de que los vivos hagan un performance de mi muerte, bajo mi guión?

Así que sí, lo dejo escrito en este blog. Ojalá me hagan caso. Es una apuesta.

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Testamento mortuorio

Empiezo por las circunstancias extremas. Si muero en una situación en que mi cuerpo no pueda ser hallado, y me declaran muerta sin la evidencia de una carne que se pudra, el único ritual que me gustaría es que lanzaran un girasol al mar. Pueden elegir cualquier punto de la avenida España, en Santo Domingo. Algunos de mis mejores momentos también reposan allí.

Si por el contrario, pasa lo usual, un cuerpo inerte y frío, pueden velarme bajo las costumbres habituales y bajo los riesgos de su sensibilidad, o falta de ella. Solo dos cosas: el ataúd debe estar cerrado y no hay obligación de decorarlo con flores. 

Quedan excluidos de las costumbres habituales oraciones y rezos de cualquier tipo; las prédicas y los sermones. Tampoco incluyan lecturas bíblicas. No me pongan ninguna cruz con un Jesucristo agonizante, ni ningún otro símbolo religioso. Renuncié a cualquier creencia religiosa o espiritual en vida, así que no las necesito en la muerte. 

Incluyan como costumbre no habitual, para llenar el vacío de los ritos, una lectura de poesía, de los y las poetas que gusten, y finalicen la velada mortuoria con una canción: De vez en cuando la vida, de Joan Manuel Serrat.

Después, cremación. Aunque no tengo ninguna petición específica sobre las cenizas, lo mejor que podrían hacer con ellas es mezclarlas con tierra en una maceta de un buen tamaño y sembrar allí un rosal.

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Sigo con la serie.

Frase con la que me quedo del capitulo final: La maternidad es el estado más solitario.



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Trabajo con un editor para publicar, por fin, mi tercer poemario. 

Es la primera vez que me preguntan porqué nombré lo que nombré como lo nombré. Es la primera vez que leo lo que escribo en voz alta y respondo sobre la construcción de un poema.

Admiro su fe en lo que he escrito. 

Le comparto mis sueños de cronista.

enero 14, 2024

14 de enero

Abro la ventana corrediza que queda junto a mi escritorio. Me detengo un instante en el recorte del paisaje que cabe en esa abertura. 

Cielo muy azul, cruzado por las varas de metal de mi ventana, por la escalera de emergencia. Ninguna nube. 

Ahora me decido que escribir. 

"Abro la ventana corrediza que queda junto a mi escritorio..."

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Leo "Historias de cronopios y de famas", de Julio Cortázar. Es mi primer libro del año. 

Me detengo en ciertos anacronismo, que no lo eran cuando Cortázar escribió lo que está en ese libro.

"Instrucciones para dar cuerda a un reloj". Ya nadie da cuerda a relojes. Creo que ya no hacen relojes a los que tengas que dar cuerda para que funcionen. Muchos adultos jóvenes nunca han vistos, ni verán, un reloj de cuerda. No saben materialmente que es un reloj de cuerda. Si leen esas instrucciones quizás googleen qué es un reloj de cuerda, como se puede googlear qué era una crinolina. 

Pero posiblemente nunca tengan que dar cuerda a un reloj, así como nunca sabré qué era usar una crinolina.

Una instrucción en desuso.

Quizás sea interesante escribir "Instrucciones para ver la hora en el móvil", aunque de entrada no suena muy poético.

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Tres meses sin trabajo formal.

Se me acumulan las ideas.

Emocionada con mi primer pago por algo que hice siendo absolutamente una trabajadora por mi cuenta. 

Tengo que hacer una cotización sobre algo que he hecho durante 18 años, pero que nunca he hecho fuera de un trabajo formal. No sé cuánto cobrar por ello. El sentido de la zozobra.

Debería escribir las instrucciones para ser una freelancer. 

¿Qué significa freelancer en español? Google Translate me da de alternativa un frase: "persona de libre dedicación".

Me quedo con dedicación.

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Tengo que escribir. 

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Me habla y sonríe. Repite con insistencia sus cálculos, los beneficios de sus inversiones, sus expectativas alrededor de lo que puede ganar, de lo bien que lo ha hecho.

Dice con precisión los nombres de las regiones que ha visitado, dónde queda el pueblo al que fue detrás de una reliquia. De cómo se sorprendió al encontrar a un anciano, que asume ya murió, dentro de una casa llena de esas reliquias y que le dijo que podía llevarse lo que quisiera y pudiera pagar. Se lamenta, más de 40 años después, no haber tenido lo suficiente para pagar por todo lo que quería llevarse.

Habla de los riesgos que corrió para comprar algunas de las reliquias que luego revendía, muchas de ellas restauradas por él mismo. 

Sigue teniendo una abundante cabellera, y sigue usando aquel bigote que recuerdo, ahora menos copioso. Se los tiñe. 

Ahora parece ser de mi estatura. Antes, en la época que lo dejé de ver con frecuencia y tenía nueve años, lo veía como un gigante. Crecí claro, pero tengo la sensación de que su cuerpo ha perdido ese impetu de gigante.

Se admira del hombre que me acompaña, de las cosas que he logrado junto a él, del lugar en el que vivo. Me dice que debo escribir un libro de esos largos, que cuentan historias, que dan fama a los escritores. Me dice que me inspire en mi país, en el que vivo, en la Historia, en mi historia.

Lo miro, lo escucho, y sé que estoy ante el resucitado de un poema que escribí, que publiqué. 

"... huye de mí/corre a esconderte de tu nombre/de tu herencia de jaulas vacías".

Ahora sé, también, que no sólo no ha huido, sino que llenó las jaulas de espejos.

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El día 9 quite el arbolito de Navidad de la sala. Es un charamico que compré hace dos años, pintado de blanco. 

Según el Diccionario de Americanismos, los charamicos son "adornos navideños hechos con ramas secas finas, redondeadas, o con maderas cortadas finamente".

El que tengo es mi segundo charamico, más grande que el primero. Sé que con el tiempo, este también perderá, como pasó con el primero, varias de sus ramitas. Se van quebrando mientras colocas o quitas la decoración, es inevitable. 

Son ecológicos, se podrá de decir, pero pocos prácticos a la hora de guardarlos. No los puedes doblar, ni meter sus partes en una caja para luego volver a armarlo la próxima Navidad. Así que el charamico está ahora en medio de la habitación donde todo se guarda, como un anacrónico elemento que me dificulta a veces acomodar la tabla de planchar en su lugar o buscar alguna herramienta.

No hay instrucciones para él, fuera de lograr ignorarlo hasta la próxima Navidad.