octubre 24, 2014

Ya tengo a Arraiga

Mi poemario Arraiga ha sido republicado.

¿Por qué?

La edición de Arraiga para su presentación en la pasada Feria Internacional del Libro fue impresa con una imagen de portada que no contó con la aprobación de su autora. Cuando me enteré de ello, decidí no recibir los ejemplares hasta tanto se resolviera esta situación.

Luego de varios intercambios por correo electrónico, unas pocas llamadas y meses de espera, los responsables de la edición, Ferilibro y la Editora Nacional, decidieron reimprimir el poemario con otra imagen de portada.

El pasado martes, que por cierto fue el día del poeta, Valentín Amaro, director del Libro y la Lectura, me aviso que la reimpresión del poemario estaba lista.

Ya tengo mis ejemplares.

Como el libro fue impreso sin ningún costo para mí, pues su publicación era parte de las bases del premio del que resultó merecedor -el del Premio Joven de Poesía de la Feria del Libro, no lo venderé. Los que quieran un ejemplar me pueden escribir a mi correo electrónico argenidaromero@gmail.com y así nos ponemos de acuerdo de cómo hacerle llegar el libro. Solo cobraría los gastos de envío de ser necesario.

Aquí está el nuevo rostro de Arraiga.

octubre 21, 2014

El duende de Mariano Lebrón Saviñón

Mariano Lebrón Saviñón (Foto: www.encaribe.org)

Hoy es día del poeta en República Dominicana. Lo es por el natalicio de Salomé Ureña de Henríquez. Sus poemas son lectura obligada en las escuelas. La leí por eso. De sus poemas me gusta "Mi Pedro", que dedicó a su hijo, Pero Henríquez Ureña, una de las lumbreras de la intelectualidad dominicana.

Pero hoy de quien quiero hablar, en parte, es de Mariano Lebrón Saviñón. No porque me guste, pues del movimiento al que perteneció, la poesía Sorprendida, prefiero a Franklin Mieses Burgos, Aida Cartagena Portalatín y Freddy Gatón Arce. De Lebrón he leído uno que otro poema. Desde hace horas ando buscando en internet uno que recuerdo por un verso vago...pero no lo he encontrado.

Pero este post tampoco se trata de la poesía de Lebrón Saviñón, quien falleció el pasado sábado a la edad de 92 años.

Se trata del duende de don Mariano.

Lo conocí hace años. Bueno, no lo conocí, lo vi. Trabajaba en el 2005 en la Academia Dominicana de la Lengua y estaba de visita un poeta argentino, cuyo nombre no recuerdo ahora. Minutos antes de iniciar la actividad vi entrar a don Mariano, quien presidió esa Academia durante años, y a su lado, sosteniendo sus brazos para ayudarlo a caminar, un joven alto, con cara adusta. Estuvo a su lado durante toda la actividad. Pensé que era su nieto.

Años después volví a encontrar a ese joven en las redes sociales. Sus textos eran reflexiones con destellos geniales de imágenes, a modo de rompecabezas o, a veces, tan sencillos como una taza de café sobre una mesa. Lo conocí en persona y era mucho más alto de lo que lo recordaba.a.

Y su forma de ser, tan rompecabezas y taza de café como sus textos, es igual a la de un duende, un ser fantástico que provoca alboroto y estruendo, que puede ser a la vez un niño y un viejo.

Cuando murió Don Mariano, el sábado, estaba desconectada de las redes sociales. Mi esposo fue quien me dio la noticia. Lamenté que muriera al que creí hasta ese día el abuelo de ese duende. Cerca de la medianoche decidí entrar a Facebook y con lo primero que  me encontré fue con la sentida despedida del duende a Don Mariano. Así supe que no era su nieto, y supe también que mucho de lo fantástico de ese duende se lo regaló ese escritor de la poesía Sorprendida, a quien todos conocimos porque hablaba sobre literatura y lengua española en un programa sabatino llamado "Esta Noche Mariasela".

Confirme, conmovida hasta las lágrimas, que la literatura no solo hace puentes, también construye un diálogo entre las distancias generacionales, algo tan poco común en el mundo literario.

Aquí comparto lo que Gabriel del Gotto, el duende, escribió sobre Don Mariano, con previa autorización de su autor. Es la mejor manera de celebrar un Día del Poeta.

A los adioses nunca pude tenerles miedo, nací de ellos y nunca tuve a donde esconderme.
Cuando tenía 14 años, luego de haber sido expulsado de al menos un 50% de los colegios "bien" de esta ciudad, estaba yo en la Academia Militar del Caribe y se me pidió que recitara algo en presencia de un escritor "famoso" al que ellos habían llevado. Si bien nunca estaba en clase, ya sea por aburrimiento o por haber sido expulsado, siempre se me dieron demasiado bien algunas materias: historia, lengua española, filosofía, biología, astronomía y en fin, aunque aquello me parecía otro honor falso, me regalaban 50 puntos que no podía rechazar por esas que no se me daban nada bien. Aquel señor era don Mariano Lebrón Saviñón, recuerdo que recité un poema ingenuo, quizá nefasto, barroco hasta más no poder, pero sorprendentemente todos allí tuvieron tan mal gusto que me aplaudieron de pie, incluido don Mariano quien al acercarse a mi, de esta forma entró a mi vida diciéndome: "Aléjate de Umbral, de Neruda y de Becquer. Y ven a mi casa, en la Estrelleta, este jueves a las 4 de la tarde. Eres un poeta."
 Nadie se resiste a ser halagado y menos un muchacho marginal, prepotente, solitario y desorientado. Fui a su casa por un tiempo de aproximadamente 1 año, nos hicimos amigos, me enseñó de estructuras, de belleza; me enseño a leer, cosa que nunca podré pagar, y me enseñó también a estudiar con mayor claridad los misterios.
Creía más en mi de lo que yo nunca podré creer. 
Me narró su vida, los tesoros que dejó escondidos en sus viajes; me presentó con sus amigos y sus amigos con sus libros. Al pasar un año, ya el Alzheimer se hacía evidente y todas sus historias se borraban y mi amigo se iba alejando, poco a poco, casi a desconocerme. La última vez que lo vi me dijo: "La poesía me sorprende tanto que ahora me está quitando todo y me manda como a Rimbaud al exilio del nunca."
Gracias por quererme, por creer en mi y por tu paciencia, amigo. 
Donde estés, espero que hayan grandes y buenas bocinas para oír a Bach. Te deseo todos esos poemas que sólo la luz absoluta conoce. Pasearemos por un jardín gigante, lleno de lindas muchachas que nos sonreían al pasar y habrán caballos trotando libres en todas partes y nos meteremos en muchos líos y la aventura seguirá por siempre.

Este es un homenaje que le hizo su sobrina, Mariasela Alvarez, en su programa.


octubre 06, 2014

El tornillo de Rayuela


Sigo avanzando cuentas a gotas con Rayuela, aunque en estos días ando muy dedicada a esta novela...en detrimento de mis clases de máster y de mis entrevistas retrasadas para este blog...pero ni modo, alguien tiene que perder. Y bueno, en este avance me han atrapado los últimos capítulos del libro (que no lo estoy leyendo con el "truecano" sugerido).

Aquí comparto uno que me gustó mucho, muchísimo. Me ha hecho pensar y me gustan las lecturas que me ponen a pensar, y que me cuestionan, o abruman, o me dan vueltas en la cabeza por varios días. Y lo comparto con mis anotaciones de vueltas en la cabeza, en negritas y entre paréntesis.

Y de paso apunto algo: creo que aquel que solo refiere el capítulo 7 de Rayuela como única referencia cuando se habla de esta novela, es porque no la leído completa.

"Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser una invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de las turas (Aquí me reí un montón, pensé en ese afán de encasillar, que es necesario, pero que a veces se nos vuelve ridículo). En uno de sus libros Morelli habla del napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era paz (¿La paz de la costumbre, de lo conocido, de lo que está pero ya no importa?). El tipo murió de un síncope y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guardaba, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no comprende, una oscura reprobación. Sólo se calma cuando saca el tornillo y lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso (Cuando llegué aquí me detuve y pensé en esas particularidades que nos hacen el día, la vida, cotidianidades, que nadie más entiende). Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo. Picasso toma un auto de juguete y lo convierte en el mentón de un cinocéfalo. A lo mejor el napolitano era un idiota pero también pude ser un inventor de un mundo. Del tornillo a un ojo, de un ojo a una estrella...¿Por qué entregarse a la Gran Costumbre? (¿Y por qué no? Pero sin duda mi pregunta queda idiota a leer lo que sigue). Se puede elegir la tura, la invención, es decir, el tornillo o el auto de juguete. Así es como París nos destruye despacio, deliciosamente, triturándonos entre flores viejas y manteles de papel con manchas de vino, con su fuego sin color que corre al anochecer saliendo de los portales carcomidos. Nos arde el fuego inventado, una incadescente tura, un artilugio de la raza, una ciudad que es el Gran Tornillo (Y pienso en Santo Domingo), la horrible aguja con su ojo nocturno por donde corre el hilo del Sena (Y pienso en el Ozama), máquina de torturas como puntillas, agonía de una jaula atestada de golondrinas enfurecidas (Y  pienso en esos edificios multifamiliares de Santo Domingo). Ardemos en nuestra propia obra, fabuloso horno mortal, alto desafío del fénix. Nadie nos curará el fuego sordo (Y pienso en el mar Caribe, pero dándole la espalda), del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette (Y por la calle La Altagracia, en Los Mina)".  Rayela, Julio Cortázar. Páginas 503 y 504.