febrero 28, 2024

28 de febrero

José, un hombre alto y desnudo, se para frente a los pies de la cama de ella. ¿Por qué lloras?, le pregunta. Ella le cuenta sobre soledades y miedos. "Estoy cansada. Llevame contigo". 

Ella despierta.

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Las ideas y proyectos rondan. El primer paso es escribirlos, sino se convertirán en fantasmas.

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"Nuestro cuerpo es nuestro medio de producción".

Un cliché pésimo en una película alabada por mucha gente.

Supongo que los esclavistas, en todas las épocas, habrán partido de la misma premisa. "Su cuerpo es mi medio de producción".

¿Realmente libera vender tu cuerpo a otros? ¿No es una renuncia a ti misma, a ti mismo? ¿Qué hay de liberador dejarte tocar, penetrar, y ser el medio de goce de otros por una paga? ¿No es un riesgo reducirse a una cosa que da placer? ¿No es construirte unas alas de hierro?

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Mi agenda está abandonada. He hecho mucho en febrero sin otro apuntador o agenda que no sea mi memoria. 

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Reírse en el sofa, juntos. Dormirse en el sofa, juntos. 

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Pensamiento recurrente: construir una historia de amor con un conocido desconocido.

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El discurso del presidente.

Rinde cuenta de un espejismo. La grandilocuencia es un arte que todo mandatario ejercita, algunos con mayor suerte que otros. 

Contradicciones elocuentes. La pobreza disminuye, pero suben las ayudas sociales. El Producto Interno Bruto se usa para medir mejorías que no pueden ser medidas por el Producto Interno Bruto. La educación pública se reduce a números de estudiantes, números de escuela, y un constante anuncio de un bono de 1,000 pesos que se entrega cuatro meses antes de finalizar el año escolar. Aquello que era malo en el gobierno anterior, ahora es bueno porque me sirve. Aumentan los empleos, con los peores salarios. El muro de la frontera es un mal recuerdo. Me dicen que puedo comer con 210 dólares; pero las cifras ahora creíbles del Banco Central, que no se podían creer antes, dicen que necesito más o menos 440 dólares para una canasta básica. Otras cosas son olvidades, otras cifras, en especial aquellas que están, pero no sirven, o que no se contabilizan porque no les sirve. 

La independencia de la justicia hasta la puerta de mi despacho.

Ayer, Día de la Independencia, mostraron el futuro monorriel de Santiago en el desfile militar. ¿Quién sabe? Probablemente los militares pasearán en él extrañando el mar.

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Ando escarbando textos olvidados o dejados a un lado para agregar al poemario. Algunos no podrán ser rescatados nunca, murieron en un zafacón, en papeles hechos pelotas que ahora rebotan en algún limbo. 

Hay poemas que nunca podrán ser.

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Mañana, reunión de amigas.

Es 29 de febrero. 

Quizás sea una señal de algo, pero puede ser que no.

febrero 13, 2024

13 de febrero

Semana ocho. Abrir la caja. Observar el gato muerto. El dilema, ¿estuvo vivo en algún momento? 

Botaré todas las cajas que me quedan.

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Erwin Schrödinger murió en 1961. Leo sobre él. Un señor interesante. Era físico, de los cuánticos, pero también intuyó la estructura del ADN antes de que se describiera cómo es el ADN. Recibió el premio Nobel en 1933 por "haber desarrollado la ecuación de Schrödinger, compartido con Paul Dirac". Leí sobre la ecuación. No la entendí.

Otro dato. Vivía junto a su esposa y una de sus amantes en la misma casa. Su matrimonio era abierto. Él y su esposa mantenían otras relaciones. 

Un matrimonio cuántico, se podría decir. 

Quizás nunca abrieron la caja.

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Editar un poemario no es tan sencillo. 

Siempre hay más cosas que decir sobre lo que se dijo.

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Estoy eligiendo un nuevo libro para leer. 

Me he enganchado a otra serie ya vista, pero que me encanta.

Espero un sí para trabajar en algo. Planeo algo. Rechazo cosas.

Comparto una publicación: "No busco oportunidades. Las construyo". Vamos a creer este mantra.

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Sé que estoy en un mal momento para leer a Pizarnik. 

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Es mi época de alergía a los dramas familiares. 

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"Te mandaron las ánimas de mi papá y mi mamá. Cuando me estén enterrando te seguire dando gracias".

Es una forma muy macondiana de dar las gracias. Me trago la tristeza. Le habló sobre el clima, lo lindo que está su vestido, lo anormalmente poco bullicioso que está el ambiente. 

Me siento a su lado y la escucho. Paso horas escuchando lo que me dice. Sus historias inconexas tienen el vuelo liviano de quien ha saldado cuentas. Peino su cabello, blanco con excepción de unas pocas hebras en el centro de su cabeza, que forman una especie de isla de costas irregulares, alargada y casi imperceptible. Le cuento de sus hebras negras que aun no han perdido el color. Hundo los dedos en el lugar donde están para que sepa que están allí. 

Vemos pasar los carros, la gente, las voces. En un momento ella se queda en silencio. Hace mucho tiempo no la veía ni la sentía tan tranquila, apasible, cómoda. También me quedo en silencio, observando su mano. Recuesto mi cabeza en su hombro y arrebato conscientemente ese momento a la vida. Es mío, es nuestro. 

Me hubiese gustado conocer a mis bisabuelos.