Carmen espera, siempre espera. Mientras, cuela el breve murmullo de vida que la visita, cada mañana, desde la ventana. Un pedazo de cielo, un suspiro de nube, un ruido sin forma, una hoja que tiembla y se precipita al vacío de su mirada.
Y siempre observa, en su rutinaria procesión, a la nada que cruza sus pasos y recibe las manos que tocan las cicatrices de su camino. Extrañas manos que no conoce, pero que le regalan el recuerdo añejo de una caricia olvidada.
Entonces, Carmen cierra los ojos y juega con la canción posada en sus cabellos, y abraza el arrullo de su mirada, de su mirada llena de imágenes sin tiempo.
Regresan sus pasos, escurridizos y silenciosos, cargados de los viejos colores reposados en la paleta de un reeditado ayer que, moribundo y marchito, languidece dulcemente dormido en las paredes.
Y las lágrimas de Carmen llueven, escondidas, tras la sombra de las palabras que se escapan con el reloj y se despiden de su presente. Diluvio sin huellas, que dibuja el efímero canto, colgado en el breve murmullo de vida que se cuela por la ventana.
Así Carmen resucita, cada día más lejana, en su sonrisa.
Y siempre observa, en su rutinaria procesión, a la nada que cruza sus pasos y recibe las manos que tocan las cicatrices de su camino. Extrañas manos que no conoce, pero que le regalan el recuerdo añejo de una caricia olvidada.
Entonces, Carmen cierra los ojos y juega con la canción posada en sus cabellos, y abraza el arrullo de su mirada, de su mirada llena de imágenes sin tiempo.
Regresan sus pasos, escurridizos y silenciosos, cargados de los viejos colores reposados en la paleta de un reeditado ayer que, moribundo y marchito, languidece dulcemente dormido en las paredes.
Y las lágrimas de Carmen llueven, escondidas, tras la sombra de las palabras que se escapan con el reloj y se despiden de su presente. Diluvio sin huellas, que dibuja el efímero canto, colgado en el breve murmullo de vida que se cuela por la ventana.
Así Carmen resucita, cada día más lejana, en su sonrisa.
*Doña Carmen vive en el Hogar de Ancianos San Francisco de Asís. Foto. Argénida Romero