Es jueves. Es 5 de octubre. Es el cumpleaños del hijo.
Está acostado junto a mí. Son las 6:00 de la mañana. Lo tengo que levantar para que se bañe, se cepille los dientes y se vista. En una hora debe estar camino a la escuela.
Pero me detengo. Lo observo respirar. El aliento sale y entra de él con un ritmo repetitivo, acompasado, con un casi imperceptible ruido parecido a un viento apaciguado que te da en el rostro cuando estás a orillas del mar. Sus ojos y bocas cerradas, quietas. Su cuerpo laxo, abandonado a ese estado de ausencia programa. ¿Estará soñando?
Tiene un rostro hermoso. Es alto para su edad. Su estado de tranquilidad es tan opuesto a sus horas de persona despierta. Es intensamente activo, impredecible, tempestuoso.
En algún momento siento el miedo. El miedo que tiene la edad de mi hijo, que nació el día en que me lo pusieron sobre el pecho por primera vez. Lo recibo, converso con él.
- Hola.
- Hola.
- Aquí, como todos los años.
- Sí. No me tienes que recordar tu papel en mi vida, como todos los años. Sé tu agenda.
- No te quejes. Solo estoy para que estés atenta.
- Eres un miedo desorganizado. Me alertaste tarde con algunas cosas.
- Es mi trabajo también. Regalarte el desasosiego. De todas maneras, mi casa es el futuro, y el futuro no existe.
- Pero va a existir en un presente.
- No habito el presente.
El miedo se va. Sigo observando al hijo. Se mueve, se ladea, lanza su brazo sobre mi pecho, lo usa como ancla para acercarse, suspira sobre mi hombro, beso su frente, beso sus cabellos rulos, detengo mi nariz allí y aspiro el aire buscando el olor de mi hijo. Un olor a viento suave que sopla desde el mar.
***
Es jueves. Es 5 de octubre. Es mi último día en el periódico.
Quince años y tres meses resumidos en dos párrafos de una carta.
Agradezco haber estado. Agradezco también irme. Ambos extremos son logros. Ambos extremos fueron finales de otros caminos, y ambos extremos también son comienzos.
Abrazos y aplausos que se instalan en el baúl de mis tesoros.
En el escritorio dejo mi hasta luego, una frase que tomo prestada de alguien a quien entrevisté: "El lenguaje se convierte en patria".
***
Volver a estar los domingos mirando al sol, sin horarios.
Domingos para resucitar, para volverme escarabajo, mariposa, saltamontes.
Domingos para no esperar, para inmovilizarme, para contemplar.
Domingos para rozar la piel con la sábanas, con él.
Otra vez, míos.
***
Tecleo, organizo, agendo.
Me llaman, llamo.
Las posibilidades están aquí. Raudas y veloces.
Sin ningún miedo de visita.