Él me dijo, hace unos años, como había cambiado la dieta con la introducción de alimentos pocos comunes en la gastronomía dominicana.
Mencionó el ají morrón.
Ahora, con frecuencia, mientras corto un ají morrón tengo ganas de llorar.
Luego me río.
¿Qué diría si le pudiera decir que lo recuerdo al mirar los pequeños e imperfectos cubos rojos sobre la tabla de cortar?
La nostalgia también tiene humor.
***
- Está llorosa desde temprano y no quiere decir el porqué.
La miro. Me mira. Contiene una tristeza muda. Le tomo la mano izquierda con suavidad. Concentro la mirada en su anillo. La miro nuevamente a los ojos, acortada la distancia, su tristeza parece una tarde nublada.
- ¿Por qué está triste? ¿Qué le pasa?
Hace un gesto parecido a una negación, pero sé que es un ejercicio de contención de algo que le da miedo decir. Lo sé porque conozco ese gesto desde una mañana de julio en que la vi sentada frente a la cama en la que dormía, hace 34 años, y buscaba palabras para explicar a esa niña que recién abría los ojos que tenía que construir armas para lidiar con la ausencia de quienes se van sin despedirse.
Así que hice lo que ella solía hacer conmigo, miré su expresión un instante y recordé la memoria de las palabras que nos han servido de puente.
- ¿Se soñó otra vez con su papá?
Asentó con la cabeza.
- ¿Le dijo algo?
- No... Él me viene a buscar. Creo que es mi hora.
- ¿Tiene miedo?
No responde.
- ¿ Se quiere ir?
Duda un poco.
- Sí, quiero irme.
Pienso por un instante qué decir.
- Todos tenemos una hora. Todos nos iremos. Usted lo sabe mejor que yo. Su hora llegará, no cuando quiera, sino cuando tenga que llegar. No tenga miedo. A mí también me llegará mi hora.
Me detengo un momento. Cada palabra que digo me duele, pero disimulo. Retomo mi monólogo.
- Él viene a visitarla, para que no esté sola. Viene a acompañarla en la noche, porque la quiere y no quiere que esté sola.
- Sí, es verdad. Sí, mi hija. Sí.
Respira con más tranquilidad y su rostro cambia al soltar la tensión de la tristeza contenida. Aparta la mirada de mí y observa al vacío. Me vuelve a mirar y está tranquila, sosegada.
Sigo con su mano tomada, recuesto mi cabeza en su hombro y me niego a pensar. Vuelvo nuevamente el rostro hacía ella.
- ¿Cómo ha pasado la semana? ¿Está contenta de que Teresa esté aquí?
Sus labios se extienden con un gesto de felicidad.
- Sí, claro que estoy contenta.
Le pregunto por lo que ha pasado en la casa, qué comió. Manda a buscar una funda, quiere enseñarme los vestidos nuevos que le trajeron. Comentamos sobre el clima, la bulla de los vecinos con su taller de bocinas para carros, que debe subir los pies para que le baje la hinchazón, que no tiene mucho apetito.
Le regresa esa expresión bondadosa al rostro.
Deseo que si me toca esperar una hora para irme, ella recuerde visitarme.
***
Informe, entregado.
Memorias, a volver a reescribir.
***
Tengo miedo sobre el poema que quiero escribir. Podría ser una caja de Pandora.
***
Tengo una caja en la que guardo objetos que me recuerdan a personas que no están, que fueron, pero ya no son. No están muertas, pero ya no existen para mí.
Objetos llaves. Objetos memoria. Objetos ruletas rusas.
5 comentarios:
Llego tarde a este relato de tu vida, pero lo encuentro tan vivo como cuando lo escribiste, porque aunque nos llegue a todos "la hora" seguimos aquí.
A veces toca dejarse llevar y abrir esas puertas.
Por otro lado, nada que decir que no sea acompañar-te.
Esto no me deja editar que cuando vi esta nota vi la fecha mal. No es tan tarde.
Gracias por leer y compartir. No, no llegaste tarde al relato. :)
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