La leí en dos días. No pude despegarme de su historia. No pude evitar reír, llorar, compadecer, alegrarme, releer párrafos, admirar, reflexionar. La novela "La vida pasajera", de Víctor Manuel Ramos, es un viaje emocionante que te deja la sensación de compañía de sentimientos con los personajes que viven en ella, la familia Espinal.
Entre la vida rural de Damajagua Adentro, de la ciudad de Santiago y New York acompañé a los Espinal en un viaje de ida y regreso, de regreso e ida, en el que la migración se vuelve un cuerpo que camina, decide, da y quita. Un juez que gobierna el destino.
Ramona y Plinio, los cabeza de familia, me dibujaron ese mundo lejano de la vida dura del campo dominicano, donde lo mágico-religioso, la naturaleza, la pobreza y el afán de sobrevivir marcan y las descripciones de Víctor, tan vívidas que me dieron la sensación de estar caminando sobre los mismos pasos de los protagonistas, en la creación del barrio Los Quemados, en la esperanza de una vida mejor y de como esa vida mejor, ese sueño americano, viene a su manera y nunca a la manera en que queremos que sea.
Los descendientes de Ramona y Plinio (Graciela, Antonio y Carmela) nos muestran los distintos caminos-destinos en que nos puede llevar el sueño que queremos hacer realidad, desde la pobreza, el desamparo, la superación, la vida sin recetas. Moldearse para sobrevivir y lo que rescatamos para mantener un lazo con lo que fuimos.
Los lugares son también protagonistas. Tremenda impresión me deparó esta descripción de la ciudad de New York, yo que nunca he estado ahí. Es palpar con palabras una vista de los que desde la migración reciben a una ciudad como ésta.
"Vista desde dentro, Nueva York era un desorden de formas geométricas y calles estrechas que no llevan a ningún lugar en particular. El paisaje es una sucesión de siluetas marrones, grisáceas y oscuras que se resistían a armonizar entre sí. Cada forma, cada muro, cada acera, cada letrero, cada edificio, reclamaba su individualidad y la pregonaba al mundo. Nueva York, más que todo, era en sí misma un mundo de muchos niveles que se habitaba sin estar consciente de ello".
Me gustan las historias que se me pegan por dentro, como un espejo de otras cosas que he vivido o que he creído vivir, o que quisiera vivir. La migración es una realidad de muchos. Una de las escenas que más gocé, porque se goza con esta historia, es definitivamente la llegada al aeropuerto de Plinio y Ramona con uno de sus nietos. La reunión que sumó a todos los Espinal de otro lado del charco, como solemos decir, y que fue culmen o inicio, todo depende de como lo veamos. A mí me recordó una escena muy familiar cuando emigré de niña desde Venezuela a República Dominicana.
"Los que esperaban del otro lado armaron tal escándalo que provocó la aparición de dos policías en la salida número trece de American Airlines. Se abrazaban y se besaban y se tomaban fotos, y se volvian a abrazar y besar. Ramona lloraba, y Graciela lloraba, y Justina lloraba, y Carmela lloraba porque veía a las otras llorando. Los hombres se morían de risa. Gerardo Macías, un taxista que era el novio de Justina, prendió una luz grandísima que cegó a varios, incluyendo a los policías, y se echó una cámara pesadísima al hombro para grabar el momento".
La historia transcurre como la vida, la vida del migrante, la vida pasajera de las cosas inconclusas.
Gracias, Víctor, por revivir, llorar y reír con la vida de otros que es la de muchos. No en balde la Academia Norteamericana de la Lengua Española premió esta novela. Felicidades por hacer de un libro una experiencia tan grata.
2 comentarios:
Gracias por crearlos, por crear ese mundo pequeño llamado La Vida Pasajera.
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