enero 26, 2024

26 de enero

República Dominicana tiene tres padres. Ninguna madre.

Un país anclado en la ficción paternal.

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Siete semanas viviendo dentro de la caja del gato de Schrödinger.

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Terminé de ver Six Feet Under. Una serie que habla de la muerte, de su peso, de su dimensión, en la vida.

Es genial. Una comedia dramática que construye personajes complejos. 

Me queda mucho de ella, y me hizo pensar en algo. ¿Qué quiero que hagan con mi cuerpo cuando muera?

Podría escribirlo en un poema, pero quizás no le hagan mucho caso, así que porqué no mejor escribo literalmente lo que quiero cuando muera. ¿Acaso no es una declaración de autonomía tomar una última decisión para aplicar en mi ausencia? ¿Acaso no es una manera de que los vivos hagan un performance de mi muerte, bajo mi guión?

Así que sí, lo dejo escrito en este blog. Ojalá me hagan caso. Es una apuesta.

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Testamento mortuorio

Empiezo por las circunstancias extremas. Si muero en una situación en que mi cuerpo no pueda ser hallado, y me declaran muerta sin la evidencia de una carne que se pudra, el único ritual que me gustaría es que lanzaran un girasol al mar. Pueden elegir cualquier punto de la avenida España, en Santo Domingo. Algunos de mis mejores momentos también reposan allí.

Si por el contrario, pasa lo usual, un cuerpo inerte y frío, pueden velarme bajo las costumbres habituales y bajo los riesgos de su sensibilidad, o falta de ella. Solo dos cosas: el ataúd debe estar cerrado y no hay obligación de decorarlo con flores. 

Quedan excluidos de las costumbres habituales oraciones y rezos de cualquier tipo; las prédicas y los sermones. Tampoco incluyan lecturas bíblicas. No me pongan ninguna cruz con un Jesucristo agonizante, ni ningún otro símbolo religioso. Renuncié a cualquier creencia religiosa o espiritual en vida, así que no las necesito en la muerte. 

Incluyan como costumbre no habitual, para llenar el vacío de los ritos, una lectura de poesía, de los y las poetas que gusten, y finalicen la velada mortuoria con una canción: De vez en cuando la vida, de Joan Manuel Serrat.

Después, cremación. Aunque no tengo ninguna petición específica sobre las cenizas, lo mejor que podrían hacer con ellas es mezclarlas con tierra en una maceta de un buen tamaño y sembrar allí un rosal.

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Sigo con la serie.

Frase con la que me quedo del capitulo final: La maternidad es el estado más solitario.



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Trabajo con un editor para publicar, por fin, mi tercer poemario. 

Es la primera vez que me preguntan porqué nombré lo que nombré como lo nombré. Es la primera vez que leo lo que escribo en voz alta y respondo sobre la construcción de un poema.

Admiro su fe en lo que he escrito. 

Le comparto mis sueños de cronista.

3 comentarios:

Víctor Manuel dijo...

Me recuerdas la voluntad de un personaje literario, creo que en El guardián entre el centeno, que decía algo así como: a mí cuando me muera que me tiren a un río. Tal vez a todos nos convendría este ejercicio a conciencia, por lo menos para poner las cosas en perspectiva. Yo una vez escribí mi obituario y terminé pensando: Me falta mucho por hacer. Así que adelante.

Víctor Manuel dijo...

Firmé con una cuenta equivocada (no la usual que trae enlaces), pero sabes quién soy. :)

Argénida Romero dijo...

Creo que lo de la conciencia de la muerte es un ejercico necesario. Claro, es algo que debe pensarse, si se es escritor, escribir sobre ello, y luego olvidar el tema.