febrero 13, 2007

Amor

“No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay”. François de la Rochefoucauld (1613-1680) Escritor francés.


El amor es, quizás, esa monótona mirada y el aliento de su piel. Ese despertar puntual de sus manos. Cotidianidad de lugares comunes, sonrisas hiladas, lágrimas compartidas y diferencias concensuadas. Esa efímera eternidad atrapada en los años, pero aún con la dulce sorpresa del segundo acunado en sus brazos.

El amor es, quizás, ese lejano sueño de cuerpo ausente. La forma de sus huellas en la nostalgia y el suspiro de sus labios. Las palabras que quedaron rezagadas en la burocracia de las apariencias, porque la última campana del tiempo, siempre puntual, no da espacio para despedidas detalladas.

El amor es, quizás, ese teatro de dos en donde se finge lejanías. El baúl donde se guardan las caricias y los besos hasta la hora prudente de la desnudes del alma. El engaño agridulce del sentimiento condenado y oprobioso. Una suma de complicidades y culpas que alcanzan para comprar la careta de todos los días.

El amor es, quizás, ese primer rubor de las mariposas revoltosas posadas en las manos. El estreno nervioso del deseo, que nace sin permiso e invade todas las horas de todos los días. El dulce aprendizaje de aquello que descubrimos, sin manuales ni instrucciones, al ritmo presuroso de nuestra piel y nuestros ojos.

El amor es, quizás, esa sorpresa no esperada que trastoca los límites. Esa intrusa presencia que cuestiona el presente y empuja a cambiar de rumbo. Una renovada cuota de caricias que resucita y enseña que la peor soledad es aquella que nace del beso fingido.

El amor es, quizás, la lluvia que martilla las hojas blancas tiradas en el piso, mientras miras esperando sin esperar, dibujando las pisadas. Es esa canción que hace de tus manos una ofrenda, de tus ojos un camino y de tu palabras una esperanza.

El amor es, quizás, un poco como el universo…inmenso e indescifrable.




febrero 08, 2007

Una historia de amor

A mis amigos Y y G, los protagonistas de esta historia verdadera. Gracias por prestármela.

Ella había vivido el amor de sutiles colores y calmadas canciones. Irremediablemente chispeante y casualmente nómada, sobrevivía a sus propios sueños y pesadillas, mientras contaba estrellas y a veces esperaba (todas somos algo Cenicientas) algún capricho del destino que hiciera crecer soles en su corazón.

El capricho quiso, con anuencia del destino o no, llevarla algo lejos a un encuentro de casualidades solares. Y ella, inocente victima de su esquema, bautizó como imposibles las mariposas que, entre risas y lágrimas, nacieron con él.

El había elegido amar lejos del amor hecho de piel, antes de encontrarse con ella. Desde su sacerdocio construía senderos en donde se estacionaban los olores de la primavera, los colores de otoño y la soledad del invierno. Pero el verano intenso y diáfano lo conoció en la mirada de ella.

El y ella, en una dolorosa combinación de amaneceres robados y besos fugitivos, decidieron apagar los soles. Pero el amor se les derramaba a cantaros en un indetenible soneto de palabras entrecortadas y las azules caricias, fuertes como olas, se les quebraban en las manos.

El decidió cancelar sus dudas y cambiar de estación, con la anuencia del Dios que conoce de destino y de caprichos. Ella tomó sus mariposas y decidió romper sus esquemas. Ahora ambos tejen caminos en el mar.