junio 25, 2023

26 de junio

La muerte.

Tengo recuerdos difusos de cuando supe que era la muerte. Un tío en una cama, sin cabellos, sin poder hablar. La inventiva de los recuerdos, que nunca son fiables, lo colocaba en la casa de ladrillos de mi otro tío, pero mi madre me corrigió hace años que no fue allí, que nunca estuvo allí.

Así que también dudo del ataúd en el medio de una casa, donde me acerqué con cautela para ver, pero que por mi altura no pude ver, o quizás por miedo. Aunque también cabe que no quería ver. 

¿Tendría seis años? ¿Siete?

Me veo con un vestido rojo con puntos blancos. Dudo que mi madre me vistiera así para ir a un velorio.

Dormí en una cama con mi hermana y otros niños, en una habitación en que llegaba el eco de los llantos y los susurros de alguna conversación entre adultos. O puede ser que no. 

***

Escribí un poema sobre ese recuerdo. Está publicado en un libro que se llama Arraiga.


A primera vista

Tenía siete años cuando conocí la muerte.

Estaba pendiente del llanto
dándole la mano a algunos
cabeza abajo, sacando cuentas

modelando sus fanfarrias

y yo, que solo sabía de juguetes y risas,
observaba el rostro que la miraba desde el ataúd.


***
- Tío está triste. Su mamá se fue.
- ¿Vuelve?
- No, no regresa. Ella murió. Es como dormirse para no despertar más. Y eso nos pone triste.
- ¿Tío Joel está triste? 
- Sí

***
No me gusta ir a los cementerios. Es un paseo que reservo cuando quien se ha ido es alguien demasiado importante para mí. 

Hago la excepción. Es la primera vez que mi hijo entra a un cementerio. Le pido que baje el volumen del aparato que lleva. Camina junto a mí. Lo veo observar a su alrededor, tomar el cuerpo de quienes caminamos junto a él.

Nos detenemos bajo una sombra. Veo lápidas, leo nombres y fechas. Quedo a distancia del lugar donde se despiden de un ser querido, donde le lloran.

Mi hijo se mueve un poco. Hunde sus pies en la grama abundante que crece entre dos panteones con varios nichos. Se me acerca.

- Papi, baja el volumen un poco más. Aquí hay que hacer silencio, porque es un lugar de despedida. 

Me mira. No me dice nada.

El eco de un discurso llega a nosotros. Alguien toma las palabras para llenar el vacío, para detener los llantos por unos momentos.

- Mami, ¿Ya nos vamos?
- No, todavía. Estamos acompañando al tío a despedir a su mamá aquí.

Detecto su curiosidad.

- Este lugar se llama cementerio. Aquí traemos a quienes se van, a los que se duermen para no despertar. Esto que está aquí (señalo un nicho) es una tumba, ahí se quedan después que nos vamos.

Mi hijo se acerca a uno de los nichos. Empieza a decirme la fecha escrita en uno de ellos.

- Sí. Le ponen el nombre, la fecha en que nació y en la que murió.

***

Murió en 1979. Aún no había nacido para ese año.

La lápida está casi borrada. Logro distinguir el año de nacimiento. 1901.

Vivió mucho, me digo. 

junio 13, 2023

13 de junio

Calor.

***

El viernes pasado estuve en una oficialía civil. Hay que solicitar siempre los mismos documentos para las mismas cosas que se renuevan. 

- Tiene que hacer fila para recibir el turno.

La fila es detrás del edificio. Hay sillas. Me coloco al final. Hago un lazo momentáneo de intercambios de experiencias con quien está frente a mí. La nota siempre es la queja.

- Esto es un tema. Hacer fila para un turno, pero por lo menos aquí hay sombra.

Adelantamos. Nos tocan las sillas. Se une otra mujer a mi dúo. Ahora somos tres, quejándonos. 

- Yo cogí una lucha para sacar una acta de defunción hace unos años. Y en al oficina, quienes atienden te tratan mal. Ni caso. Tuve que ir hasta Boca Chica. Semanas en eso y uno en sufrimiento por la muerte de un familiar...

Mientras, un empleado en la sombra bregaba con un tubo largo blanco. Movía la ramas de un árbol. Logra su cometido. Sale de la sombra con un mango en las manos.

***

Me toca desfilar en fila hacia la oficina. Una de compañeras comenta algo que no logro escuchar. El empleado, musculoso y fornido, le responde con tono malhumorado.

- ¡Oh! Pero no te pongas así. Solo fue un comentario.

Voltea hacia mí y la otra compañera de espera.

- Pero mínimo la mujer se lo negó anoche. Yo no me pongo así cuando mi mario no me lo da.

Me sorprende la estampa de respuesta porno sexual de quien hace un rato hablaba de duelo mortificado por la espera burocrática.

La otra integrante de efímero trío se ríe a carcajadas. Yo volteó la cara como quien no va con ellas. 

***

Nos dispersamos. El hombre musculoso y fornido me entrega el ticket. Es el 125. Van por el turno 86.

Me distraigo revisando redes. Publico un tuit sobre mi experiencia matinal. Veo reels en Instagram de manera automática.

A mi lado se sienta una de mis excompañeras de fila. Su turno es el 124. Habla de sus dificultades con el acta de nacimiento de su hijo, y que espera no pasarlas nuevamente. Fue una declaración tardía, luego de la muerte del padre del niño. Tuvo que buscar hasta las actas de defunción de los suegros que nunca conoció.

Llega su turno. La pierdo de vista.

Llega mi turno. Corro con poca suerte. Tengo que ir a arreglar un error a otra oficialía, otra no está escaneada y la otra tiene un error que hay que verificar en ese misma oficina.

- Puede esperar una hora por la última. La otra tiene que venir la próxima semana, se hizo la solicitud. Y con la otra, pues tendrá que ir a donde fue declarado a verificar y arreglar el error en el libro.

- Gracias. Espero.

Agradezco no tener urgencias de los documentos. Es algo que hago con antelación a una necesidad futura. 

Me reencuentro con la excompañera de fila, la del ticket 124.

- Todo bien. Aquí espero ya mi acta. 

- Qué bueno.

No la vuelvo a ver.

***

- ¡Pero cómo que tengo que ir a Barahona!

El señor alza la voz, grita, insulta. Necesita el acta de nacimiento con urgencia, pero su urgencia no calza con los cinco días laborables que le han dado para entregársela en esa oficina. 

Se le acerca alguien que parece ser de alto rango allí. Le pide que se calme. No se calma.

Todos miramos. Una mujer que parece ser la esposa del alterado hombre, se acerca con un paño a echarle aire. Le toma el antebrazo derecho con suavidad y se le acerca para decirle algo al odio. El señor se sienta.

- ¡Lo de ustedes es del diablo! ¡Este país es un desorden! ¡He sacado esa acta aquí antes, y ahora me dicen que tengo que ir a Barahona si la quiero hoy! ¡Coño! ¡Voy a perder el vuelo, mi pasaje que ya compré!

Un agente de seguridad y otros hombres, incluyendo alguien vestido de militar, se les acercan.

- Estese tranquilo, mi don. 

Media hora después, me encuentro al señor en el colmado cercano a la oficina. 

- Si tiene alguien en Barahona sería bueno que lo contactara, para que le resuelvan eso. Mi acta está asentada en Gascue, en la capital, y tengo que esperar cinco días porque no está escaneada. 

El señor me mira con resignación y congoja. Me explica que tiene 40 años viviendo en Estados Unidos, que tiene cuatro meses aquí, que se dio cuenta que tenía le pasaporte vencido, que no entiende porque aquí hay que renovar como si se sacara por primera vez el documento. 

Lo escucho. Le digo que lo tome con calma, que hace mucho calor, que le puede dar algo. 

- Menos mal que me hice ciudadana.

La señora lo dice con alivio y cierta superioridad de la oportunidad, frente al esposo.

***

Ha pasado una hora y media.

- ¿Está lista?

- Deje ver.

Toma el papelito. Verifica en la computadora.

- Tiene que esperar más. 

- ¿Vengo el lunes?

- Sí, mejor venga el lunes.