mayo 09, 2016

Un paseo decepcionante en la librería Cuesta

La última semana de abril estuve en una de las pocas librerías que quedan en Santo Domingo, y creo que la única ubicada en el centro de la ciudad, Cuesta Centro del Libro.

Es una librería comercial, más ahora que nunca, en que sientes que vas por los pasillos como por gondolas de supermercado. Y eso te pesa, porque te recuerdas como la estudiante con pocos semestres en el universidad sentada en una esquina del piso de esa librería, hojeando libros, anotando referencias, algo que por alguna razón ya esta librería no te motiva hacer.

Mi visita se debió a un supuesto especial anunciado en las redes sociales, por el aniversario 24 de la librería Cuesta. En las redes todo parecía ser genial. Un supuesto 24% de descuento, personajes literarios recomendando lecturas...fui el viernes 29 de abril, dos días antes de que se terminará la semana aniversario.

Eran las dos de la tarde. La librería estaba casi desierta. Sigo directo a las mesas que están a mano derecha. Pensaba que eran la de los especiales, pero mientras observo los libros de biografías que no me importan y de economía y de crianza (sí, todo eso andaba revolteado), me doy cuenta que no son libros que indiquen ningún precio especial. Me acercó al fondo donde con un pedazo de cartulina se anuncia el descuento, pero no veo nada que me interese, aunque si pienso en algunos amigos que podrían gustar de libros sobre cine.

Dado mi desinterés seguí mi recorrido. No se si era porque de entrada nada me llamaba la atención o porque me parecía que los libros estaban colocados sin sentido, me empecé a desanimar.

Me alejo de las mesas y empiezo a ver libros que nada tienen que ver con especiales. Lorca, todos los de García Marquez, Llosa, Onetti...voy y vengo. Toco libros...recuerdo que tengo tantos pendientes por leer y que no debería estar allí. Pienso que en septiembre será la Feria del Libro, que quizás no valía la pena revisar estantes de libros que podría encontrar más baratos en unos meses.

Volteo y solo veo a los empleados en unos cubículos al fondo. Miró a izquierda. Entran dos señores a la librería, conversan de algo en voz alta. Regreso mi mirada al estante y me encuentro con una compilación de artículos de...

¡Leila Guerriero!

Recuerdo el pasado octubre en Medellín. Mi emoción al escucharla en la actividad de la Fundación Nuevo Periodismo. El deseo de saludarla. Pensar que ese no era el momento, ni el otro, ni el otro.

Acercarme a una fiesta en la noche. Decirle que la admiro mucho, que conozco a Frank Báez (por ese asunto de encontrar un punto de puente). Su saludo cortés, pero lejano. Pensar que pensé que seguro muchos se acercan a decirle lo mismo. Escuchar decir que nos podríamos ver al día siguiente, en la cena de despedida.

Quedarme la otra noche, la de la cena de despedida, mirando ocasionalmente la puerta del restaurante a ver si entraba. Saber que ese no era un lugar para conversar, y menos para entrevistar a alguien. Saber que no llegaría. Olvidarme del tema.

Un libro que si despertaba mi interés ese día. Cruce los dedos mientras me acercaba al lector de barras a pocos pasos del estante.

Precio: 1,650 pesos. Me río. Vuelvo a colocar el libro en el lector. Vuelvo a leer: 1,650 pesos. Observo de cerca e libro. No tiene tapa dura, no tiene 500 hojas, pero vale lo equivalente a unos 36 dólares. Paso.

Con menos ánimo sigo viendo el estante. En una esquinita veo los libros de Ana María Matute. Solo he leído una de sus novelas, "Primera infancia". Tomo uno. "Luciérnagas". Me sonrío porque es una palabra que traté de usar mucho en una época para escribir. Leo en la contraportada que fue una novela censurada por el franquismo. A ver si se puede comprar.

Lo pasó por el lector. Trescientos pesos. ¡Genial! No, no es parte de ningún especial.

Sigo mirando más estantes. Mientras escojo un libro del peruano Ivan Thays dos hombres junto a mí hablan y hablan. En un momento les pido permiso para para pasar. Siguen hablando. Hablan de política o algo así, creo. Desde una corta lejanía los observo. No ven los libros, solo hablan. En ese momento diviso a un empleado que acomoda libros en unas mesas. Me le acercó.

- Buenas tardes. Me podría decir cuáles son los libros que están en especial del 24 por ciento.

- Esos que están marcados con los letreros, pero el descuento es para los miembros del club de lectores.

Suspiro. No, no pertenezco al club de lectores. Interrumpe mi decepción la voz del joven.

- Pero estos (señala dos mesas grandes delante de él) están en especial para todo el mundo.

Me acerco a las mesas. Manuales de Excel, libros editados hace como 20 años sobre temas que creo le importen a pocas personas...Todos a 125 pesos. Ejemplares como este...


Veo y veo...y lo único que se me ocurre que puede hacer Cuesta con estos libros es...


Desisto. Sigo directo al área de literatura infantil para ver si puedo comprarle un libro a Fernando, mi hijo de tres años y medio.

Esta área está peor que todo lo demás. Los libros no tienen ningún orden por edad o temática. Todo se confunde. Lo dejo.

Subo a la segunda planta. Me aventuro a ver los libros dominicanos. No hay novedades de ningún tipo, al menos no en el estante que elijo revisar. Puede ser que haya libros de autores dominicanos por algún otro lado...pero a esta altura de juego estaba más que desmotivada.

Juzguen ustedes.


Ya con la hora de irme encima, me siento y pido un capuccino. Compruebo que el café sigue siendo una de las pocas cosas que rescatar de esta librería. Mientras acerco la taza a mi boca, miro hacía el fondo de la segunda planta de la librería y me doy cuenta que hace muchos años que no ha cambiado, se ha hecho vieja, no ha sido renovada ni siquiera para los ojos curiosos. Es una librería triste, no silenciosa, que es una dicha, sino triste. Con lugares donde los libros parecen solo amontonarse, donde un especial incluye manuales de programas de computadora.

No sé que futuro pueden tener las librerías en Santo Domingo, no tengo la menor idea de cuánto tiempo más dejarán envejecer la librería Cuesta, si hay algo que se pueda hacer para devolverle un poquito de luz, una manera de que los libros sean algo más que una especie de amontonamiento...No tengo ideas románticas, quizás solo quiero entrar y que no me engañen con especiales que no existen, que los libros tenga algún orden y que se enteren que hay más escritores además de los de siempre...o algo así.

Eso sí, que el café lo dejen igual.