julio 07, 2025

7 de julio

La herida, la espera.

Domingo en la noche. Sin querer, piso al perro. Él reacciona como debe reaccionar y yo trato de ser rápida para evitar la mordida. Fui lo suficientemente rápida para evitar los dientes, pero no su rozadura. Tengo una herida abierta en el pie derecho. 

Lavo la herida. Decidimos ir a un hospital público. Tienen un antirrábico y un centro de vacunación. Así que calculamos que, a diferencia de una clínica privada, saldré de allí con la herida curada y la vacuna que necesite. 

En la puerta de la emergencia hay un vigilante, alto y moreno, con una voz potente. 

- Sólo puede entrar usted.

Asiento. El esposo y el hijo quedan afuera. El vigilante abre la reja que mantiene el control de la entrada. Habla con otro hombre, que lleva un jean y un t-shirt negro.

- Ponte atento a la puerta. Hay que controlar aquí.

Me siento junto a otros que busca atención o ha sido atendidos. Una chica a mi lado me dice que tiene un dolor en el vientre. Otra chica, en otro lado (derecho) está absorta en el móvil mientras un niño llora, sentado en sus piernas. De pie, también a mi derecha, hay dos hombres con esposas, acompañados de varios policías uniformados, con armas largas y vestimenta parecida a alguna unidad especial. ¿Swats? No sé.

Veo frente a mi a una chica, parece enfermera, detras de un vidrio. Me acerco porque si algo sé sobre el sistema público de cualquier tipo es que siempre hay que preguntar por los procesos, no resulte que al final no hiciste algo que debías hacer, pero nadie te informó. 

- Buenas noches. ¿Debo inscribirme en alguna lista o pasar mi cédula? 

- No. Espere que la llamen por el turno de llegada - me responde sin levantar la vista.

Calculo. Cuando entré estaban las dos chicas, la del dolor en el vientre y la del niño. Así que voy después de ellas.

Tomo asiento y espero. Espero por casi una hora. La chica del niño que llora sale. Luego vuelve y no la dejan entrar, no sé la razón. La herida me duele. Entra la otra muchacha. A los pocos minutos el vigilante grita: 

- ¿Quién sigue?

***

Quisiera dar detalles, pero luego de un mes de estar allí, prefiero resumir. Fueron tres horas de espera, mientras "cosían" a otra persona, un joven que recibió siete puñaladas. Ninguna de las estocadas afectó ninguno de sus organos vitales. Para mi sorpresa, salió consciente y hablando, en una silla de ruedas. 

En esas tres horas ví más de lo que podía imaginar. Escenas que quizás no serían posibles en un centro privada de salud, como por ejemplo ver enfermeras coreando "Faribel, manito lindo", mientras una de ellas le decía a un chico confundido que le había explicado hace horas que "ese medicamento no lo tenían" y que debía ir a una farmacia a comprarlo. 

- O si tú quieres vienes mañana a ver si hay o lo compras para ponértelo mañana. 

El muchacho respondió con un chuipi y se fue.

También vi a dos madres saliendo a comprar las mascarillas para nebulizar a sus niños, a una señora con la presión arterial alta sentada a mi lado que andaba pendiente de la hija, sentada frente a ella, a quien le pasaban un suero por alguna razón que desconocía. Cada cierto tiempo, cruzaba un hombre de pantalón azul y camiseta blanca que me ponía conversación. No sé si era policía, vigilante o acompañante de alguien. Una enfermera me hacia señas que interpreté como: "Ese es un enamorón y te está dando muelas".

El dolor se calmó porque mientras cosían al apuñalado, una enfermera me inyectó un calmante, espantando mirones desde un puesto de camillas en que las cortinas no alcanzaban para garantizar alguna privacidad. En esa misma camilla donde me acosté de espaldas por un momento para ser medicada, y a la vista de todos, fue colocado un chico que llegó medio desmayado, y al parecer con una fiebre alta. Una enfermera lo miró de reojo y le indicó a la señora que llegó con él dónde debía mojar su camiseta para que la usara para bajarle la fiebre. 

Media hora después, llegó otra chica desmayada, También fue colocada en esa camilla. 

- Hoy es la noche - se quejó una enfermera.

Uno un conato de pleito entre un detenido y varios policías. 

En algún momento entraron a un hombre en una camilla. Los llevaban desde una ambulancia del 911. Una doctora lo vío, hizo señas. Su brazo derecho colgaba. Vi la silueta de su estómago inmovil.  No parecía respirar. La señora de la presión arterial alta y yo nos miramos. Lo dijimos al mismo tiempo.

- Está muerto.

***

Luego de que el apuñalado salió de la sala de sutura, tuve que esperar unos 40 minutos a que limpiaran el lugar. Dos chicos y una chica me atendieron. Uno pasaba instrumentos, otro limpiaba y cosía la herida, la chica hablaba. Se sumó un cuarto, a charlar.

Salí con cuatro puntos, muy apretados, sin dolor y con la herida tapada.

- Reposa y ven en ocho días a quitarte los puntos.

Me sentó media hora más a esperar que un médico me hiciera una indicación de antibióticos y calmantes para el dolor. 

Salí. Era más de la medianoche. Mi hijo dormía en el asiento trasero del vehículo. 

***

Regresé al día siguiente, al centro de vacunación. Una señora de modales cansados me atendió. Le expliqué lo sucedido, le enseñé la herida. Anotó datos. Edad, hijos...

- ¿No piensa tener otro hijo?

Le dije un no envuelto en una historia. 

Me aplicaron una antitétanica.

- Vigile al perro. Es de su casa, así que ahí no hay peligro de rabia, pero uno nunca sabe. Si se pone extraño o se muere antes de los diez días, vuelva. Sino, no hay problema.

El perro no se puso raro, ni se murió. Tampoco guardé reposo. Así que cuatro días después estaba con el pie hinchado y supurando. Estaba infectado. 

Empezó otro odisea médica, pero la cuento otro día. 


mayo 30, 2025

Presentar una novela

Hace casi dos semanas presenté por primera vez un libro de un amigo, una novela. Me cuesta creerme con la capacidad para tal tarea, pero no podía esta vez negarme por dos razones: primero, Santiago Almada es un gran amigo, de esas personas especiales y únicas, que salen del común denominador de la gente que te rodea y de quien aprendes a ver la vida desde perspectivas nuevas y revolucionarias; y, segundo, porque su novela me encantó.

Así que me guardé mi síndrome de impostora, mis miedos escénicos y mis reservas ante personas que expresaron (lo hicieron) que no era la persona "ideal" para hacer esa presentación. Claro, ante esas personas Santiago hizo lo que hacen los buenos amigos y colegas: lo hará porque yo quiero y me da mi maldita gana. 

Honrando esta especial amistad, y siendo consecuente con el sincero gusto que me dio leer esta novela, me puse de pie frente a un público y leí el siguiente texto. 


Develar el noir dominicano

Buenas tardes/noches

De entrada, me pondré a una distancia prudente de lo que voy a decir: no soy crítica literaria. Lo que sí soy desde mi niñez (que podría decir reciente para cumplir con el cliché de las mujeres y la edad, y aquí me pongo también a una distancia prudente) es ser lectora.

Y como lectora, les hablaré sobre la novela que hoy se presenta, “Nadie me mata dos veces”, de Santiago Almada, y de cómo esta novela me ha develado el noir dominicano.

Noir, la novelle noire —es decir, en francés, me disculpan la pronunciación— es lo que en español conocemos como novela negra. Según explican los manuales literarios, es un subgénero de la novela policial, esas que hicieron famosos a los detectives fuera de la forma habitual (entiéndase uniformados en estaciones de policía), y nos regalaron personajes como Sherlock Holmes, del escritor británico Arthur Conan Doyle, o Hércules Poirot, creación de Agatha Christie.

Pues bien, la novela negra o noir tiene como protagonista a ese detective que no solo es particular y ajeno a lo que suelen darnos las novelas policiales. Es más bien alguien, detective o no, que busca una verdad, resolver un misterio, alejado del camino convencional de los acertijos de salón y familias adineradas. Nos lleva a los callejones, a la corrupción de escritorio de 8 a 5, a los vericuetos del submundo social y político que enlaza las realidades que se tejen desde las mansiones del sector exclusivo al rancho a orillas de un río, no siendo el bueno o la buena, sino un sincero atormentado o atormentada que necesita expiar también su propio misterio.

En América Latina, escritores y escritoras han abordado este tipo de tramas; quizás el más famoso de ellos, el cubano Leonardo Padura y su detective Mario Conde. En República Dominicana, hasta donde mi memoria lectora me alcanza, no tenemos un detective famoso indagando entre Piantini, tapones, motores que calibran, un colmadón en Villa Juana o el escritorio de un despacho.


Pero posiblemente esta noche estemos en la antesala para descubrir uno, o mejor dicho, una detective que desde la pluma —digo, las teclas— de Santiago Almada nos mostrará que tenemos historias que contar sobre una verdad que se busca y misterios para expiar, propios y ajenos, desde las calles de un Santo Domingo.

Amarilis Barnes es la protagonista de esta historia, y aunque no es el primer personaje creado por Almada que investiga muertes misteriosas que ponen su vida en peligro (Fernanda, de su novela La Última Muerte, publicada en 2020, sería la primera), esta abogada nos sumerge no solo en el afán de descifrar la incógnita de una muerte, sino en un recorrido intenso de supervivencia y pasión, que no deja de lado la idiosincrasia de un país en que, el día más claro, llueve.

La vida de Amarilis, que dirige una agencia de investigaciones matrimoniales, cambia cuando una mujer llamada Ramona la contrata para investigar la muerte de su esposo, Juan Radhamés Aguirre Álvarez, quien aparentemente se suicidó. Así se ve envuelta en un caso complejo que la lleva a descubrir una serie de secretos y conspiraciones, incluyendo un posible asesinato, una red de corrupción y un pasado oscuro del abogado.

A partir de esta premisa, Santiago Almada nos sumerge en una trama de intriga y suspenso donde las líneas entre la justicia y la venganza se difuminan. La investigación de Amarilis la lleva desde los despachos de la alta sociedad hasta los barrios más peligrosos de la ciudad, exponiéndola a una red de personajes complejos y moralmente ambiguos: una viuda en busca de la verdad, una joven de pasado misterioso y poderosos hombres con oscuros secretos. También conoce a Jennifer Berlingieris Mori, una estudiante de mercadeo que se convierte en su alumna y luego en su amante.

Y con una prosa ágil, rica en detalles y descripciones, que incluso nos reta a deconstruir estereotipos y prejuicios, Almada logra abordar un mundo que la literatura dominicana ha ignorado, a pesar de una realidad que nos empuja a mirarnos desde esa perspectiva: una novela negra al muy estilo dominicano: la corrupción en las altas esferas, la violencia latente en las calles y la lucha por una verdad en un mundo en donde nadie, ni siquiera la valiente Amarilis Barnes, está a salvo.

"Nadie me mata dos veces", de Santiago Almada, es una inmersión en las sombras luminosas de un Santo Domingo con misterios que caen de un edificio de la zona universitaria, tras un letrero de "Feliz cumpleaños", y que desde la primera página, les aseguro, los mantendrá atentos y ansiosos en pos de los pasos de Amarilis Barnes y la integridad de su expiación detectivesca.

¡Palabra de lectora!

Gracias.

mayo 12, 2025

12 de mayo

Converso con ella y la descubro. A veces quisiera hacerle preguntas más directas. Me dejó de ver cuando tenía 9 años y me volvió a ver con 18 años. Tiene una laguna sobre mí, pero también es dueña de la laguna que tengo de mi misma, de la bebé que fui y cuyo primer recuerdo está en un piso rojo, en una chichigua hecha con una hoja de un cuaderno, de un vestido rojo con puntos blancos.

Así que creo que estamos a la par con ciertas ausencias y ciertas presencias. Sin embargo, no nos atrevemos del todo a tocar esos vacíos. 

***

¿Es amor esperar lo que crees que te corresponde de alguien?

***

Dije que sí y ahora me arrepiento. Tengo que decir algunas palabras sobre una novela de un amigo. En dos días tengo que ponerme un vestido, unos zapatos, peinarme los rizos y hablar de un texto que leí a personas que quizás les interese saber que hay de interesante en esa novela. Y aquí estoy, frente a una hoja en blanco, tratando de escribir algo sobre esa novela, sintiéndome una impostora. 

¿Quién soy para decir algo sobre lo que ese amigo escribió? Leo libros, sí, hago juicios de valor sobre lo que leo, pero por alguna razón hoy no me siento suficiente para decir algo sobre la novela de mi amigo. Quizás en el cansancio, quizás es que hay cosas sobre la novela que no quiero decir y las que quiero decir no sé como decirlas a alguien más que no sea yo. 

***
Estoy cansada.

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Mi tía tiene un cactus igual que el mío. El de ella nunca ha tenido flores. El mío, en cambio, cada cierto tiempo, hace brotar una particulares flores, de color vino oscuro, puntiagudas y bellas, en el modo en que las cosas poco comunes son bellas. 

Mi tía abona su cactus, le pone vitaminas, le habla. Nunca le he preguntado qué le dice. Pero no hay flores.

Yo no hablo con mi cactus. No recuerdo la última vez que le cambié la tierra. Suelo echarle agua cada dos días. Eso sí, es la primera planta en la que suelo fijar mi mirada cuando salgo al balcón. Y me ha dado su exóticas y raras flores. 

Hace un tiempo devolví un libro con algunas de esas flores como agradecimiento. El dueño del libro no me dijo nada sobre las flores. Supongo que ante unas raras y hermosas flores no hay mucho que decir. Quizás la belleza constante tiene en su combustible la consciente ignorancia de lo que se deja ser. 



abril 28, 2025

Una entrevista

Hace más de un mes fui entrevistada. Volví a la primera redacción donde trabajé, como pasante, hace más de 20 años. Mi expectativa de la nostalgia chocó con un espacio que me resultó envejecido, con casi el mismo mobiliario que recordaba, pero con una aura que me pareció triste y desamparada. 

Saludé a los conocidos y luego conversé, con mi torpeza habitual en estos casos, sobre los tópicos usuales de alguien a quien le preguntan sobre lo que escribe. Aquí, la entrevista.



28 de abril

Hace 20 días que escribí en este blog, en esta especie de diario que llevo, de anotaciones, sobre la vida que pienso a partir de la vida que vivo. Hace 20 días escribía sobre dolores propios, pérdidas enquistadas en la parcela de mi ombligo, de vida que sangraba, de cerrar puertas mientras se aprende a dejar ir. 

Nadaba en mis relevantes propios padeceres sin saber que a esa hora en la que escribía se acababa el mundo para decenas de personas, aplastadas por un techo que goteó por 30 años. Y mientras meditaba sobre la muerte pequeña que se retorcía en mi vientre, otros agonizaban haciendo una última llamada, tomaban la mano de alguien, también sufriente bajo los escombros, donde otros más oraban, pedían auxilio, trataban de respirar... se morían. 

232 murieron bajo el peso acumulado de tres décadas de mirar a otro lado, de asumir que no hay nada más importante que el dinero, de la desidia de aquel, llamado Antonio Espaillat, que hoy se dice víctima también, aunque esa madrugada, en la que escribía sobre mi pequeña muerte sangrante y 232 personas dejaban de ser en este mundo, él -Antonio- estaba en otro país, pensando que la fiesta bajo ese techo seguía y seguiría hasta el fin de su ambición, hasta la puerta abierta de su insaciable ambición de buen empresario, de buen ciudadano empresario, cuyo límite es el cielo de su ceguera.

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La escucho. Le hago preguntas en las que buscó rescatar un pasado que no es mío, pero que también me pertenece. 

Hay abismos que se saltan a palabras.

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Nunca es tarde para darse cuenta que amaste a la invención del amor que creías necesitar. Al revisitarlo, solo hay un rencor dormido ante el espejo. 

Despertarlo solo vale la pena si haces lo que hizo Shakira. 

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No hay nada más inútilmente satisfactorio para mí que blanquear la ropa blanca.

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Estoy leyendo todo lo que tengo de Hernán Casciari. Necesito menos drama literario y más humor literario.