noviembre 05, 2024

5 de noviembre

- No pude ir al cementerio a llevarles flores. Ni una vela le pude encender aquí. No tengo dinero.

La escucho. Es el día siguiente al de los Fieles Difuntos. Sus memorias se cruzan y confunden. Hace años que no va a un cementerio, posiblemente décadas. Cuando dejó de hacerlo, debido a sus problemas de movilidad, la recuerdo encendiendo velones a las fotos de Cristino, su segundo y último marido, a su papá, a sus hermanas y nietos fallecidos para ese momento, y a la memoria de todo aquel del que tenía un recordatorio de fallecimiento.

Colocaba las fotos y los recordatorios impresos en una esquina de su gavetero y ahí encendía su velón o velones. Siempre había una imagen de Santa Clara y de José Gregorio Hernández, el médico santo para la gente, pero aún no oficialmente para la iglesia católica. “A Santa Clara para que le aclaré los caminos a ellos”, me llegó a decir alguna vez. Supongo, porque nunca se lo pregunté, es que quizás ella ha creído siempre que quien muere necesita claridad para llegar a algún lugar, al cielo, al paraíso. Eso que se promete para los que se van.

No sé en qué momento exacto dejó de encender las velas. Supongo nuevamente que pasó cuando ya no pudo ir a comprar sus velones, o no encontró quien se los comprara sin la advertencia del peligro de un incendio en la casa. Las imágenes de Santa Clara y de José Gregorio Hernández deben andar perdidas en algún lugar. Pero ella recuerda a sus muertos, lamenta no llevar flores, lamenta no ayudarles a ver el camino más claro al paraíso.

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Calculo que José Soriano, mi bisabuelo materno, murió o a final de la década de 1960 o a comienzos de la siguiente, 1970. Y lo supongo, otra vez las suposiciones, porque fue antes de que naciera el último hijo de mi abuela, antes de que se casaran mis tías y antes del nacimiento del primer nieto de mi abuela.

Así que mi bisabuelo José debe tener más de sesenta años que falleció. Y creo que jamás se imaginó que después de tanto tiempo ido de este mundo su nombre y presencia estaría presente siempre entre una bisnieta y su hija menor.

“Soñé con mi papá anoche. Estaba al pie de la cama”. “Mi papá me enseñó a montar caballo”. “Mi papá me mandó a La Victoria porque un Trujillo me quería usar, y yo era una niña”. “Mi papá cocinaba muy bueno, sí”.

Ella nunca lo olvida. Ella siempre me lo recuerda.

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El día de los difuntos fue creado a partir del temor al “fin del mundo”.

Según leí un día, el abad benedictino francés Odilón de Cluny llamó a orar por los muertos a partir del 2 de noviembre del año 998, porque estaba convencido de que el mundo se acabaría en el año 1000. Todo esto porque el abad, hoy santo de la iglesia católica, quedó enganchando en un texto del libro del Apocalipsis que dice: “y cuando se hubieren acabado los mil años será Satanás soltado de su prisión y saldrá a extraviar naciones” … y luego más o menos se reseña que salvo los santos, que quedarán protegidos, para el resto “descenderá fuego del cielo que los devorará”.

El asustado abad impuso la oración para los santos y la iglesia católica vio una oportunidad en ese miedo, como antes, para borrar del mapa una fiesta dedicada a los muertos que se realizaba para esas fechas en Europa, de origen celta, que hoy conocemos con Halloween.

El mundo no se acabó en el año 1000. Así que recalcularon el mal augurio para el 1033, a los mil años de la muerte del Jesús bíblico. Tampoco se acabo el mundo para esa fecha (ya el asustadizo abad no estaba con vida para hacer nuevos cálculos). Así que se fingió amnesia, se echó al olvido el famoso cálculo del fin del mundo y se dejó el culto a los difuntos.

Casi mil años después, parece que el Halloween vino a recuperar el espacio robado.

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Acostumbrándome a ser la tortuga y no la liebre.

octubre 31, 2024

31 de octubre

Hoy coloque el charamico en la sala.

¿Qué es un charamico? Es la reconfiguración de un árbol, construído con ramas secas. 

Es mi árbol para la Navidad. 

Lo mantendré ahí, sin luces, hasta el 3 de noviembre, cuando mi yo ateo asuma un rito amplio de manera particular, guardar un día a los que ya se han ido, recordándoles. 



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La semana pasada fui a leer poemas a un colegio. Me dijeron en entre todos sus grados y modalidades, suman más de 3 mil alumnos. Está dentro de la Base Aérea de la Fuerza Aérea Dominicana. 

Amaralis y Carles, un escritor franco chileno, me acompañaron. Los tres participamos en la Semana Internacional de la Poesía, una actividad que creo tiene unos doce o trece años realizándose. Primero como actividad del Ministerio de Cultura, luego (por temas de un grupo que se va del Estado y otro que se queda) convivieron dos actividades parecidas. Al final, sobrevivió la del grupo que quedó fuera del ámbito estatal. 

Un grupo de maestros, autoridades militares, maestros militares y estudiantes nos recibieron con mucho entusiasmo. Los chicos y chicas, guiados por una maestra, declamaron, actuaron, cantaron y explicaron temas y hechos relacionados con Salomé Ureña, gracias a quien se dedicaba ese lunes, 21 de octubre, a los y las poetas. 

Salomé fue una poeta del siglo XIX. Escribía en versos rimados, dedicados a la patria, a sus hijos, a la naturaleza. Pero su mayor obra poética fue ser la mujer que abrió el camino a otras mujeres a la educación en República Dominicana, creando la primera escuela normal para señoritas, inspirada por Eugenio María de Hostos, a quien conoció. Hay más que decir de ella, de su vida, de su fuerza, de su familia, del esposo que la apoyó, pero que también le falló, no solo con la infidelidad, sino con el abandono. Pero al final, la historia fue justa, que rara vez lo es. Salomé tiene un día.

Amarilis, Carles y yo leímos un poema cada uno. Después del largo acto, que creo se extendió por dos horas, y fotos con estudiantes, maestros, autoridades militares y maestros militares, pasamos a recorrer pasillos para ver la exposición creada por alumnos de cada grado sobre un poeta o una poeta. El clima caluroso no hacía fácil el recorrido, pero el compromiso con los estudiantes, y sus calificaciones, me animó -al menos a mí-, eso y encontrar referencias de poetas que no me imaginé que vería (ese ejercicio de rescate del pasado). Tuve la grata sorpresa de encontrarme con una amiga escritora, en un lindo mural, en que las mariposas la rodeaban.

En ese recorrido me llamó la atención la cantidad de estudiantes por aula y el orden extenuado, y extenuante, en que podían acomodarse en el espacio.

- Disculpe profesor, ¿cuántos estudiantes tiene en esta aula?

- Sesenta y tres.

- Son demasiados. ¿Cómo puede dar clases así?

- Se hace lo que se puede.

También Amarilis, Carles y yo estábamos en un mural, acompañados con nuestros versos y las fotos de otros dos escritores invitados que no asistieron. 

La mayor fama de un escritor o escritora es estar en el mural de una escuela y que un grupo de estudiantes se reuna a escucharte, y a tomarse fotos contigo.



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Nada más hermosamente rebelde que un pre adolescente que descubre su rebeldía como arma.

Nada más hermosamente agobiante que una madre que descubre su agobio como arma.

30 de octubre

Se escribe para que otro/otra te lea.

¿Se escribe para que otro/otra te lea?

Se escribe.

¿Otro/otra te lee?

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Termina octubre. El hijo cumplió doce años. A veces digo que extraño cuando era bebé, pero sé que extrañaré también en algún momento este adolescente en ciernes que me ama y me odia (cree odiarme, es una forma de amar también).

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Hace un año y casi un mes mi vida cambió radicalmente. Me quedé sin empleo. Fue un alivio.

¿Me he reinventado? No. 

¿Sigo trabajando? Sí. 

¿Ha sido un camino interesante? Sí y no.

¿Me ha arrepentido de algo? Sí

¿Estoy motivada y emocionada con lo que trabajo ahora? Sí

¿He aprendido mucho? Sí.

¿Prefieres trabajar como trabajas ahora? Sí

¿Te molesta que otros no vean ambición en ti al quedarte como estás ahora? No

¿Volverías a trabajar en una redacción de un medio de información? Tal vez sí. Tal vez no.

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Hace unos 22 años que tengo una caja de cartón en el que guardo recuerdos. La caja, bastante resistente, fue en principio un caja para regalo. En esa caja me regalaron una cartera que ya no existe. La caja ahora es otra cosa. Puedo hacer símiles de la otra cosa en que se ha convertido.

En una tumba. En un agujero de gusano. En un olvido. En una ola que se aleja. En un sótano. En raíces. En casa abandonada. 

Otros recuerdos atados a mí, a veces olvidados por mí, andan fuera de esa caja.

A veces llegan a la pantalla de mi móvil.

Supongo que otros también tienen cajas que son tumbas, agujeros de gusano, olvido, ola que se aleja, sótano, raíces, casa abandonada.