La muerte.
Tengo recuerdos difusos de cuando supe que era la muerte. Un tío en una cama, sin cabellos, sin poder hablar. La inventiva de los recuerdos, que nunca son fiables, lo colocaba en la casa de ladrillos de mi otro tío, pero mi madre me corrigió hace años que no fue allí, que nunca estuvo allí.
Así que también dudo del ataúd en el medio de una casa, donde me acerqué con cautela para ver, pero que por mi altura no pude ver, o quizás por miedo. Aunque también cabe que no quería ver.
¿Tendría seis años? ¿Siete?
Me veo con un vestido rojo con puntos blancos. Dudo que mi madre me vistiera así para ir a un velorio.
Dormí en una cama con mi hermana y otros niños, en una habitación en que llegaba el eco de los llantos y los susurros de alguna conversación entre adultos. O puede ser que no.
***
Escribí un poema sobre ese recuerdo. Está publicado en un libro que se llama Arraiga.
A primera vista
Tenía siete años cuando conocí la muerte.
Estaba pendiente del llanto
dándole la mano a algunos
cabeza abajo, sacando cuentas
modelando sus fanfarrias
y yo, que solo sabía de juguetes y risas,
observaba el rostro que la miraba desde el ataúd.
***
- Tío está triste. Su mamá se fue.
- ¿Vuelve?
- No, no regresa. Ella murió. Es como dormirse para no despertar más. Y eso nos pone triste.
- ¿Tío Joel está triste?
- Sí
***
No me gusta ir a los cementerios. Es un paseo que reservo cuando quien se ha ido es alguien demasiado importante para mí.
Hago la excepción. Es la primera vez que mi hijo entra a un cementerio. Le pido que baje el volumen del aparato que lleva. Camina junto a mí. Lo veo observar a su alrededor, tomar el cuerpo de quienes caminamos junto a él.
Nos detenemos bajo una sombra. Veo lápidas, leo nombres y fechas. Quedo a distancia del lugar donde se despiden de un ser querido, donde le lloran.
Mi hijo se mueve un poco. Hunde sus pies en la grama abundante que crece entre dos panteones con varios nichos. Se me acerca.
- Papi, baja el volumen un poco más. Aquí hay que hacer silencio, porque es un lugar de despedida.
Me mira. No me dice nada.
El eco de un discurso llega a nosotros. Alguien toma las palabras para llenar el vacío, para detener los llantos por unos momentos.
- Mami, ¿Ya nos vamos?
- No, todavía. Estamos acompañando al tío a despedir a su mamá aquí.
Detecto su curiosidad.
- Este lugar se llama cementerio. Aquí traemos a quienes se van, a los que se duermen para no despertar. Esto que está aquí (señalo un nicho) es una tumba, ahí se quedan después que nos vamos.
Mi hijo se acerca a uno de los nichos. Empieza a decirme la fecha escrita en uno de ellos.
- Sí. Le ponen el nombre, la fecha en que nació y en la que murió.
***
Murió en 1979. Aún no había nacido para ese año.
La lápida está casi borrada. Logro distinguir el año de nacimiento. 1901.
Vivió mucho, me digo.
¿Cómo recordará algún día tu niño esa experiencia? Me parece que, más que cualquier cosa que pudiste decir o no decir, es la calidad de atención que él vio en ti que comunicará algo de ese importante misterio que todos llevamos sin resolver.
ResponderEliminar