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No he leído a Carlos Fuentes. Si he escuchado hablar sobre él y he leído artículos referidos a él y a sus novelas y cuentos. Pero siempre relegue la lectura de sus libros hasta nuevo aviso, mientras otros apremiaban mi atención.
Resulta que lo invitaron a la Feria Internacional del Libro de este año. Caramba, yo quería que invitaran a José Emilio Pacheco. Pero, no. Invitaron a Carlos Fuentes y el dictaría una conferencia. Así que mi curiosidad literaria me motivo a poner en agenda esa actividad. No todos los días puedes conocer o al menos escuchar a un monumento viviente de la literatura, aunque no hayas leído uno solo de sus libros.
Gajes del atraso
Detesto ir a la FIL los fines de semana. Es caótico. Demasiadas personas hablando, caminando, comiendo…pocos con libros en la mano. Pero este sábado me movieron dos cosas: Carlos Fuentes y el compromiso de una lectura en el Pabellón de Autores Dominicanos.
El cálculo. Lectura: 7 de la noche. Carlos Fuentes: 8 de la noche. “Bien”, me dije. Luego de sortear las atestadas vías de la Plaza de la Cultura (Juro que no pude ver a más de 10 personas con libros comprados en las manos), llegue media hora antes a mi compromiso de lectura.
Unos pasos antes del pabellón me encontré con mi amiga y colega Patricia Minalla. Me advirtió que debíamos llegar temprano al Teatro Nacional para la conferencia de Fuentes. Mire dentro del pabellón. Un grupo de mujeres leía poesía. Entre un momento. “¡Soy demasiada mujer, para tus ganas”! Decía, micrófono en mano y con una voz bastante sexual, una joven que vestía un mini vestido…muy mini. Salí despavorida a verla contornearse como si en vez de un poema estuviera interpretando una canción de la Lupe.
Era un grupo de escritoras de la diáspora, léase dominicanas que viven Estados Unidos. Luego de conversar con Patricia y saber que se iría, tuve que aceptar que probablemente no llegaría a tiempo para ver a Fuentes. Resignada volví a entrar cuando vi que las escritoras habían finalizado, incluyendo la del mini vestido…muy mini. Salude a varios conocidos y por fin conocí a Farah Hallal, una de las poetas que me acompañaría en la lectura.
Casi me da un paro cardiaco cuando me entere que habría un pequeño concierto antes del recital. ¡No puede ser! Escuche las canciones sin prestar atención. Unos quince minutos después, Amaro Valentín nos llama a Farah y a mí al leer. Me olvide de Fuentes un momento. Luego, más canciones. Me quede a escuchar a los chicos del Taller Literario A viento frío. Excelentes.
Ocho y media. Huí. Llegue jadeando a la puerta del Teatro Nacional. Estaban cerradas.
Un motín conveniente
Lo sabía. Cerca, un hombre caminaba para arriba y para abajo con un celular. Hablaba enojado. Llego otro joven acompañado de una niña. “¿No podemos entrar?”, me preguntó. Le dije que al parecer no. El señor del celular se me acerca. “Yo deje a mi esposa y a mi hija dentro y fui a parquear. ¡Dure media hora buscando parqueo! Ahora no me quieren dejar entrar”.
Tocamos la puerta. Nada. El señor del celular insistía. Llegan dos señoras, ataviadas de tal manera que no pude evitar sonreír por dentro. Mucho maquillaje, peinados elaborados y muchas joyas. Empezaron a protestar también. Me uní al motín con la esperanza de entrar.
El señor de la puerta nos dijo que tenía órdenes de cerrar puntual. Yo me uní al coro, y lo motive, reclamando que esta actividad no era un concierto y además los parqueos eran un infierno allá afuera. Observó al grupo. No le quedo de otra que abrir las puertas. Parece que las damas y un caballero que las acompañaba no eran “gente de a pie”. Sonreí.
Carlos Fuentes
La sala Eduardo Brito estaba atestada pero en silencio. El ministro de Cultura hablaba. En el escenario había un juego de sillones. En uno de ellos, el más largo, estaba sentado un señor que reconocí de entre los amotinados en la puerta y cuyo rostro he visto en alguna parte. A su derecha, estaba el escritor Pedro Antonio Valdez. De frente a Pedro estaba sentado Carlos Fuentes. Entre todos, una maceta con una palma verde y solitaria completaba el decorado.
El ministro, Rafael Lantigua, se descuajaba en halagos. “Conté 45 libros de Fuentes en mi biblioteca”, le oí decir. No dudo que el escritor mexicano contara con esa cantidad de libros, dude de lo otro. Lantigua finalizó presentando a Fuentes.
Traje negro. Cabellera blanca. Alto, no tanto. Delgado. Una voz fuerte. Sus 82 años parecen no hacerle mucha mella. Habla de novelas y revolución. “Las revoluciones comienza a combatir tiranías y luego se combaten a si mismas”, dice antes de hablar sobre la novela “Los de abajo” a la que califica de épica del desencanto.
Apunta que esta novela, de Mariano Azuela, es un retrato crítico de la revolución durante la revolución. Se refería a la de 1910. Los nombres de Villa y Zapata me recuerdan una que otra lectura. Intercala comentarios que arrancan risas y aplausos. “‘Ya’ es el adverbio preferido de los mexicanos. Ya se murió este. Ya está…Dicen que cuando murió Lenin un periódico mexicano publicó la noticia en portada con una sola palabra: Ya”.
Luego habla sobre “La sombra del caudillo”, de Martín Luis Guzmán. Señala de ella su prosa diáfana, su retrato de un poder político inseguro, de la violencia y la traición. Dice que se dice que “la revolución se baja de un caballo para montarse en un Cadillac” y que esta novela expresa esa transición.
“Al filo del agua”, una novela de Agustín Yáñez es la que continúa en sus comentarios. Novela coral, afirma, que rompe con lo real y utiliza el monólogo interior (menciona a Virginia Woolf). “La historia no tiene más espejo que el pasado”, apunta. Un joven se le acerca con un vaso de agua. Él lo toma en sus manos y se percata que el podium no tiene lugar para poner a reposar el vaso. Toma agua y le devuelve el vaso al joven. Ni modo.
Al fondo se escucha un estornudo…y dos más. Algunos celulares suenan (ah, la tecnología que nos roba el presente). También una carcajada solitaria se levanta de entre el público (no sé si se reía de algún comentario de Fuentes, que sólo a esa persona le hizo gracia, o de algún chiste personal).
La última novela fue Pedro Paramo, de Juan Rulfo. Apunta la conjugación de los géneros literarios mexicanos en ella, su representación de la novela moderna, lo que entiende en ella como tiempos simultáneos que no respetan las distancias entre sus páginas y su misterio de muerte como el origen de la vida. “La muerte es parte de la vida. Todo es vida”, expresa.
“Leer esta novela es como leer nuestra propia muerte”, explica. Hace una anécdota sobre él y Rulfo en un avión que “en vez de ganar altura parecía perderla”. Del comentario que dice Rulfo le hizo sobre la posibilidad de morir en ese momento. Finaliza y un aplauso prolongado, fuerte y emocionado del público lo abraza.
Fuentes y yo
Afuera la gente habla y comenta. Patricia y yo nos volvemos a encontrar. También veo a Frank Báez. Hablamos. Otras amigas y colegas me saludan: Jennifer Rodríguez y Lery Laura Piña. Patricia y los demás se alejan. Frank y yo continuamos la conversación sobre el alto precio de los libros en la FIL, la casi inexistente motivación por la lectura…una fila llama la nuestra atención.
“¿Están dando vino?”, pregunta Frank. Pero no, la fila es para que Carlos Fuentes autografíe libros de su autoría. En una mesa venden sus libros. Mi presupuesto es poco pero creo que alcanza para uno. Su última novela, Adán en el Edén, está a 490 pesos. Cuento mis billetes. “Esto menos el taxi para regresar a casa…no me alcanza”. Veo un libro de cuentos: 200 pesos. Es el elegido.
Formó fila. Frank sigue detrás de mí. Compró también un libro, no se le ocurrió traer uno de los de Fuentes que tiene en su casa. Por fin llego y estoy frente a él. “Un gusto”, me dice. “Es un placer, señor Fuentes”, le digo. “¿Su nombre?”, me pregunta. “Argénida”, le digo lo más claro posible. “¿Así, tal como se pronuncia, Ar-gé-ni-da?”, me responde acentuando cada sílaba de mi nombre. “Si”, le digo. Escribe mi nombre y su firma en un ejemplar de Cuentos Naturales. Le doy la mano y sonríe. Doy la vuelta.
Si, acabo de conocerlo, de escucharlo. Un monumento viviente del mundo literario. El primer libro que leeré de él tiene su firma. Un privilegio.
Ayer y hoy, ppoir distintas vías, Fuentes ha llegado a mi vida.
ResponderEliminarMe emocionó tu reseña.
ResponderEliminarSon tantos títulos excelentes que tiene el escritor, que vale la pena que lo leas.
Gracias.
Abrazos.
Graciela
Que bien :) me encanta enterarme de cosas buenas que le dan un agregado a mi vida!
ResponderEliminarExelente crónica la de Carlos Fuentes, Argénida. Me dio mucho gusto leerla. Eres un agran narradora.
ResponderEliminarHola, Argénida. Lo que no entiendo es qué tiene de malo que una poeta acuda a un recital con un vestido muy corto. Eso me parece un prejuicio. Yo misma fui recientemente a un recital aquí con un vestido tan corto que no podía ni bajarme. Lo que importa no es la ropa, sino la calidad de los textos.
ResponderEliminarFelicidades por conocer a Carlos Fuentes, por tu lectura y por tu trayectoria literaria.
Saludos desde Madrid.
Gonzalo: A raíz de la visita de él aquí, me he dado cuenta que es un escritor que deja impresiones, no sólo con su presencia sino con sus letras.
ResponderEliminarClarice: Gracias por compartirme tu experiencia con este escritor, a quien empezaré a conocer por sus libros.
Nicky: Que bueno que te haya gustado.
Yajaira: Hola!!! Feliz de verte en mi espacio virtual. Gracias por tus piropos. Espero verte pronto.
Rosa: No tiene nada de malo...hasta que empezó a cortenearse como una cantante a modo de nuestra recordada Vickiana. :) Y puede ser un prejuicio, claro, menos mal que no soy una mujer infalible. No sería humana (condición que me alegra tener). Saludos desde RD.
Jajajajaajaj. Ya me lo imagino. Tienes toda la razón. ;-)
ResponderEliminarUn abrazo.