¿Donde están los que no están? (con el permiso de Waddys)
Este fin de semana sume ceros, en la curiosa lógica de las casualidades. El sábado en la noche fui convertida en una vendedora improvisada de dulces a veinte pesos, gracias a la sorpresiva confianza de un desconocido “paletero” que me dejo bajo la custodia de la metálica mirada de Quevedo, en las puertas del Teatro Nacional.
Quince minutos después y dos dulces vendidos, me regalo una sonrisa y unos chicles de agradecimiento. Una extraña experiencia, calzada en unos zapatos ajenos. Un cero a mi derecha.
Luego, la sala Ravelo totalmente llena. Gigante ante la curiosidad de mis ojos. Waddys, Maria y Carlota mostrando rostros “ceros” e historias “ceros”. Inmensamente tristes, inmensamente reales. Y yo…descubriendo más ceros a mi derecha.
El domingo. Siete de la noche y el apagón de costumbre. Suspiros hacia el asfalto. Algo entretenida enfrentando la oscuridad y su voz me aclaró el camino. Tome su caja y cruzamos juntas la calle.
Venia de Barahona. Sonriendo me contaba su travesía. Elusina, creo que me dijo que se llamaba. Bendiciones de sus labios, mientras apostaba a la providencia otro casual encuentro con la extraña que cargo su caja y a la que se le olvido darle su nombre. Otro cero a mi derecha.
Al final, en mi casa, ya no era una.
"Stat rosa pristina nomime, nomina nuda tenemus". ("De la primitiva rosa sólo nos queda el nombre, conservamos nombres desnudos"). El nombre de la Rosa, Umberto Eco.
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octubre 30, 2006
octubre 11, 2006
En la frontera
Estuve allí. Zona de nadie y de nada. Mi mirada cruzó (¿a pie?) la turbia línea que sirve de fin y comienzo, todo depende del lado en que se este. Para mí, el fin, un límite; para él, detrás de la puerta, quizás un comienzo…
Tosco, me miró y cuestionó la interrogante dibujada en mi rostro. “¿Por qué me tiras foto?”, me preguntó. Yo no respondí. No tenía respuesta. Sólo sentía una avalancha de pensamientos, atropellados pensamientos, que atacaban la soleada claridad de ese día.
Pensé en las razones que lo mantenían recostado, tras la reja, mirando hacia el otro lado y en su mirada encontré la mirada de millones de otros, otros que quieren cruzar, que quieren marcharse, buscar otras cosas más allá…
Pensé en los “mojados” mejicanos, enfrentados con una pared que se levanta; en los africanos hacía España, aventureros del mar y la muerte; en los dominicanos, improvisados marineros de la esperanza…
Pensé en mis padres, caminando en el suelo extranjero, ajeno y prestado, tejiendo esperanzas y en mí, hija adoptada de una tierra que no me vio nacer, pero que si me ha visto crecer…
Pensé en la irresponsabilidad de los que dividen, de los que marcan las fronteras, de los que cierran horizontes y nos obligan a buscarlos en otra parte…
Pero sobre todo, pensé en las otras fronteras, las que se llevan por dentro, las que carecen de vigilancia, las que nos convierte en seres humanamente ajenos.
octubre 06, 2006
Un amanecer
Seis y media de la mañana. Caminaba hacía mi trabajo, algo absorta en mis pensamientos, como siempre. Contaba mis pasos y mantenía un intenso monólogo con mi interior.
De vez en cuando la caricia leve, pero certera, de los árboles y el susurro de las calles, casi desiertas, me distraían de los perennes e inquietos colores que juguetean en mi alma.
Me sentía muy pesada. Traía cargado ese cúmulo de “no se que” y “de que se yo”, lastres de los días que me pasan, a veces muy deprisa, envueltos en la rapidez y los pendientes.
Levemente desamparados estaban mis ojos, viendo sin ver, cuando en un mágico pellizco del susurro posado en mis cabellos, fui rescatada. Quietos mis colores y silenciado mi monólogo, pude asirme al intenso destello de un día que nacía.
Entonces, intensamente plena, tome prestado el horizonte y continué.