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abril 28, 2025

28 de abril

Hace 20 días que escribí en este blog, en esta especie de diario que llevo, de anotaciones, sobre la vida que pienso a partir de la vida que vivo. Hace 20 días escribía sobre dolores propios, pérdidas enquistadas en la parcela de mi ombligo, de vida que sangraba, de cerrar puertas mientras se aprende a dejar ir. 

Nadaba en mis relevantes propios padeceres sin saber que a esa hora en la que escribía se acababa el mundo para decenas de personas, aplastadas por un techo que goteó por 30 años. Y mientras meditaba sobre la muerte pequeña que se retorcía en mi vientre, otros agonizaban haciendo una última llamada, tomaban la mano de alguien, también sufriente bajo los escombros, donde otros más oraban, pedían auxilio, trataban de respirar... se morían. 

232 murieron bajo el peso acumulado de tres décadas de mirar a otro lado, de asumir que no hay nada más importante que el dinero, de la desidia de aquel, llamado Antonio Espaillat, que hoy se dice víctima también, aunque esa madrugada, en la que escribía sobre mi pequeña muerte sangrante y 232 personas dejaban de ser en este mundo, él -Antonio- estaba en otro país, pensando que la fiesta bajo ese techo seguía y seguiría hasta el fin de su ambición, hasta la puerta abierta de su insaciable ambición de buen empresario, de buen ciudadano empresario, cuyo límite es el cielo de su ceguera.

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La escucho. Le hago preguntas en las que buscó rescatar un pasado que no es mío, pero que también me pertenece. 

Hay abismos que se saltan a palabras.

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Nunca es tarde para darse cuenta que amaste a la invención del amor que creías necesitar. Al revisitarlo, solo hay un rencor dormido ante el espejo. 

Despertarlo solo vale la pena si haces lo que hizo Shakira. 

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No hay nada más inútilmente satisfactorio para mí que blanquear la ropa blanca.

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Estoy leyendo todo lo que tengo de Hernán Casciari. Necesito menos drama literario y más humor literario. 

  

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