El amor es, quizás, esa monótona mirada y el aliento de su piel. Ese despertar puntual de sus manos. Cotidianidad de lugares comunes, sonrisas hiladas, lágrimas compartidas y diferencias concensuadas. Esa efímera eternidad atrapada en los años, pero aún con la dulce sorpresa del segundo acunado en sus brazos.
El amor es, quizás, ese lejano sueño de cuerpo ausente. La forma de sus huellas en la nostalgia y el suspiro de sus labios. Las palabras que quedaron rezagadas en la burocracia de las apariencias, porque la última campana del tiempo, siempre puntual, no da espacio para despedidas detalladas.
El amor es, quizás, ese teatro de dos en donde se finge lejanías. El baúl donde se guardan las caricias y los besos hasta la hora prudente de la desnudes del alma. El engaño agridulce del sentimiento condenado y oprobioso. Una suma de complicidades y culpas que alcanzan para comprar la careta de todos los días.
El amor es, quizás, ese primer rubor de las mariposas revoltosas posadas en las manos. El estreno nervioso del deseo, que nace sin permiso e invade todas las horas de todos los días. El dulce aprendizaje de aquello que descubrimos, sin manuales ni instrucciones, al ritmo presuroso de nuestra piel y nuestros ojos.
El amor es, quizás, esa sorpresa no esperada que trastoca los límites. Esa intrusa presencia que cuestiona el presente y empuja a cambiar de rumbo. Una renovada cuota de caricias que resucita y enseña que la peor soledad es aquella que nace del beso fingido.
El amor es, quizás, la lluvia que martilla las hojas blancas tiradas en el piso, mientras miras esperando sin esperar, dibujando las pisadas. Es esa canción que hace de tus manos una ofrenda, de tus ojos un camino y de tu palabras una esperanza.
El amor es, quizás, un poco como el universo…inmenso e indescifrable.
El amor es, quizás, ese lejano sueño de cuerpo ausente. La forma de sus huellas en la nostalgia y el suspiro de sus labios. Las palabras que quedaron rezagadas en la burocracia de las apariencias, porque la última campana del tiempo, siempre puntual, no da espacio para despedidas detalladas.
El amor es, quizás, ese teatro de dos en donde se finge lejanías. El baúl donde se guardan las caricias y los besos hasta la hora prudente de la desnudes del alma. El engaño agridulce del sentimiento condenado y oprobioso. Una suma de complicidades y culpas que alcanzan para comprar la careta de todos los días.
El amor es, quizás, ese primer rubor de las mariposas revoltosas posadas en las manos. El estreno nervioso del deseo, que nace sin permiso e invade todas las horas de todos los días. El dulce aprendizaje de aquello que descubrimos, sin manuales ni instrucciones, al ritmo presuroso de nuestra piel y nuestros ojos.
El amor es, quizás, esa sorpresa no esperada que trastoca los límites. Esa intrusa presencia que cuestiona el presente y empuja a cambiar de rumbo. Una renovada cuota de caricias que resucita y enseña que la peor soledad es aquella que nace del beso fingido.
El amor es, quizás, la lluvia que martilla las hojas blancas tiradas en el piso, mientras miras esperando sin esperar, dibujando las pisadas. Es esa canción que hace de tus manos una ofrenda, de tus ojos un camino y de tu palabras una esperanza.
El amor es, quizás, un poco como el universo…inmenso e indescifrable.